Lo que viene después

Prefacio

Estaba despidiéndose, pero no de la manera en la que dejaba de estar conmigo…

No diría que está lloviendo. Hay una delgada llovizna que atraviesa la luz amarilla de una lámpara en la esquina de la calle, haciendo visibles las diminutas gotas de entre la oscuridad de la noche. A un lado hay un pino que sobrepasa los techos de las casas, y las ramas rebeldes que tratan de alcanzar la lámpara son iluminadas como en una fotografía de Pinterest.

Hemos estado parados bajo esta lámpara los últimos quince minutos y ya siento la humedad atravesando la gabardina que me cubre. No hace viento, pero el frío entra como corrientes de aire por debajo de mis mangas.

Suspiro, tratando de buscar las palabras para romper con el silencio que se ha formado entre Gabriel y yo.

—Tú me pediste que, si esto llegaba a pasar…—dice él, con cierto temblor en la voz que parece provocado por el frío—. Me pediste que fuera honesto contigo.

—¿Estás enamorado? —Mi voz apenas se escucha entre la llovizna que se hace cada vez más fuerte, y espero que no haya sonado tan destrozada como en verdad me siento.

—Sí…

Tiempo después de haber comenzado a salir con él, y guiada por la mala experiencia de la relación de mis padres, tuvimos una conversación de varias horas que se pudo resumir en una cosa: Él conocería a alguien, o quizá yo, e íbamos a decírnoslo para terminar de la mejor manera posible.

Muchos de mis amigos me dijeron que aquel acuerdo serviría de mal augurio, que llevaría nuestra relación a la desgracia, y quizá fue cierto, pero preferí verlo como la mayor expresión de la comunicación y la confianza en una relación. Necesitaba cometer errores diferentes a los que ya había visto.

—Está bien. —Intento sonreír, tratando de secarme el rostro  con las mangas aún secas. —Ya habíamos acordado esto.

—Te juro que yo no…

—Basta, Gabriel —digo con cierta diversión, tratando de evadir la presión en mi pecho—. Esto no va a cambiar nada sobre lo que pensamos. Aún coincidimos en eso.

Asiente con la cabeza, dubitativo. Parece no estar convencido sobre eso último y quizás es debido a que, no muy en el fondo, yo tampoco puedo creerlo.

Se despide de mí con un gesto de cabeza y después se va corriendo a través de la calle que refleja el brillo de los faros sobre la superficie mojada.

Me obligo a no llorar. Al final he obtenido lo que le había pedido en un comienzo. Además, somos jóvenes: la vida nos deparará otros amores y en algún momento, quizá, nos acabaríamos rompiendo el alma más que esta vez.




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