En algún lugar de mi mente existía el temor de esta posibilidad, y estuvo ahí por demasiados meses. Supongo que, con el tiempo, la idea se fue disipando poco a poco hasta que se quedó sumergida entre cientos de pensamientos más.
Apenas puedo respirar. Mi nariz está obstruida por fluidos y mis ojos se han hinchado tanto que casi no puedo abrirlos. Mi rostro debe estar enrojecido y de todas las conversaciones a mi alrededor yo seré el tema principal. Porque yo estaba ahí… y porque no pude hacer nada.
Un chillido sale de mi garganta mientras me obligo a retener un sollozo, las lágrimas se acumulan en mis ojos una vez más y mis dedos limpian la superficie de mi nariz con un pañuelo. No importa cuánto lo intente, siempre vuelvo a la misma culpa. ¿Qué voy a decirle a Liliana? Le hice una especie de promesa aunque nunca dije nada. Ella no va a entender y no quiero tener que mentirle. Pero, ¿cómo se lo explico?, ¿cómo se lo digo? ¿Cómo le hago saber que lo hice mal?
—¿Nath? —Sollozo un poco más. «De todas las personas en el mundo, tú no…»—Por favor, mírame.
—No llegué a tiempo, Gabriel —lloro, no sé si más fuerte o en silencio, sólo lloro, y lo siento envolverme con sus brazos alrededor de mi ovillado cuerpo.
Permanece en silencio un momento, sosteniéndome mientras todas mis piezas caen al piso.
Levanto la mirada, sólo un poco, y observo como a lo lejos, después de un par de árboles y lápidas, un grupo de personas vestidas en tonos oscuros le dan palabras de pésame a mi abuela y a papá, como si ellas de verdad lo sintieran. No estaban ahí cuando todo comenzó a irse a la mierda, ¿qué hacen aquí ahora? ¡¿Con qué derecho?!
—No es tu culpa —susurra él, tan bajo que apenas puedo oírlo.
Sorbo los mocos y enseguida, con la voz tan rasposa como si hubiese gritado por horas, le digo:
—¿Sabes qué hice al llegar a casa? —No espero a que responda.— Fui a su habitación y comencé a ver un álbum de fotos. Yo… —Intento respirar, pero ya estoy llorando de nuevo. —Yo estaba mirando fotos mientras mi madre… mientras ella estaba muerta en el baño.
—Nath…
—Si hubiera llegado antes. Si hubiera caminado más de prisa, si la hubiera buscado antes de cualquier cosa. Si tan solo yo… hubiera…
—Shh, Shh —Me aprieta un poco más, y su boca hace ese sonido una y otra vez, como si intentara que un bebé dejase de llorar—. Dudo que alguien haya podido hacer algo por ella —dice—. Tú leíste la nota. No habrías podido hacer nada.
Me aparto un poco de él y lo examino. Ha dejado su mochila en el piso, se ha sentado sobre el pasto y ha colocado las piernas de modo que quedan a mis costados. Tiene las mejillas sonrojadas y no sé si es por el calor de la tarde o porque ha llorado también, y no quiero pensar que ha sido esto último. Me mira a los ojos, preocupado tal vez, y se queda así por un tiempo.
«¿Y si lo beso ahora? Ya no tengo nada que perder.»
—¿Aún tienes la nota? —pregunto, alejando el pensamiento que acaba de pasar por mi cabeza.
—Sí. Pero no estoy seguro de si es buena idea que la tengas.
Suspiro. Ahora mismo no lo sé.
—Te prometo que voy a estar bien —le aseguro, con voz constipada.
Él duda, lo hace por un momento, pero al final se estira hacia su mochila y saca de entre los libros el pedazo de papel que encontré ayer entre las páginas del viejo album.
—Aquí está —dice, entregándomela.
Le doy un vistazo rápido, sólo lo suficiente para poder leer una vez más lo que mi madre escribió con esa letra cursiva que dejó de ser perfecta y cuidada con el paso del tiempo:
"Perdón por no ser capaz de soportarlo. Cuida de tu hermana. Las amo con toda el alma. Mamá."
Suspiro tan profundo como puedo, aparto la mirada de la hoja de papel y trato de no pensar demasiado en eso, aunque las lágrimas me ardan en la garganta.
—Quédate conmigo —dice Gabriel, posando la frente en mi hombro—. Hay una habitación extra en casa de mis padres. Quédate ahí el tiempo que quieras.
—No puedo.
—¿Por qué no? —me mira y yo aprieto los labios entre mis dientes.
¿Cómo le explico que quiero sufrir a solas? ¿Cómo se le hace saber a alguien que se requiere de ahogarse en el dolor del alma porque es la única manera de sanarla? ¿Cómo le explico que, de la manera en que lo amo todavía, compartir mi dolor con él solo me haría depender más de su compañía?
No puedo seguir necesitando de él si la vida me está obligando a soltarlo. Y tengo que dejarlo ir también, como me está pidiendo que haga con mi madre y la culpa que siento.
—Te amo —murmuro, ahogándome en lágrimas una vez más—, pero no quiero ser como mi madre. Si te sigo a todas partes, sólo conseguiré que no pueda ir a ningún lado sin ti.
Su mirada se aparta de la mía y es entonces que sé que estamos de acuerdo. Siempre lo estuvimos, antes y ahora, y de todas las cosas que compartimos, esto es lo que más voy a extrañar.
Me levanto de entre la pequeña muralla que crearon sus extremidades y que me mantenía a salvo, para después levantar las piezas rotas de mi voluntad y llevarlas conmigo.