Lo que viene después

Lo que viene después

Arrastro mi maleta por las escaleras de piedra blanquecina que están frente a la entrada de la casa de mi padre. La casa tiene pinta de ser antigua, con un dejo de decoración victoriana, se extiende hacia arriba sólo con dos plantas. No es lujosa ni nada de eso, pero está bien cuidada. Las ventanas están abiertas y desde aquí puedo ver los muebles de madera oscura que combinan con la escala de colores de las paredes y las cortinas: blanco, café y azul zafiro.

Liliana viene a mí desde la puerta, corriendo y luciendo un vestido de tela beige que se agita con el viento. Me abraza y yo la abrazo, refugiándome en la sensación que me provoca estar con ella. Me hace sentir valiente, con un instinto de protección que me motiva a seguir avanzando.

—¿Cómo estás? —le pregunto, poniéndome de cuclillas.

—Estoy bien.

—Tu padre le dijo lo que sucedió —murmura Linda mientras toma mi maleta del piso—. Ella está bien, pero, ¿tú?

Miro a Linda y a sus preocupados ojos celestes, antes de bajar la cabeza y abrazarla también.

Sé lo que pensaría mi madre, pero, ahora más que nunca quiero dejar de atarme a los deseos de los demás y enfocarme en los míos. Linda nunca ha tratado de ser un remplazo de mi madre, y no hay nada que yo aprecie más.

—Estaré bien —aseguro, apartándome.

Ella me sonríe con cierta ternura, después toma la mano de Liliana y avanzan juntas hacia adentro de la casa.

—¡Hey! Bienvenida

Un par de chicos aparecen desde el otro lado de la calle. Uno trae una caja con herramientas y el otro carga un montón de tablas con rastros de tierra y agua. El primero es quien me ha saludado, viste un overol sucio y una playera de algodón; el segundo lleva unos pantalones de mezclilla y una camisa desabotonada que deja ver una camiseta blanca, al estilo Leonardo DiCaprio en Romeo y Julieta.

—Gracias —Intento sonreír. Ojalá ninguno note las lágrimas que no pude secarme.

—Tal vez no sepas de nosotros —dice el chico del overol, quien lleva el castaño cabello lacio peinado hacia un lado—, soy Iván y él es Eric.

—Ah. Linda me habló de ustedes un par de veces —digo, acercándome un poco más. Quisiera saludarlos pero ambos tienen las manos ocupadas—. Yo soy Nath.

—Sí —sonríe Eric, de cabello y ojos oscuros—. Nosotros te conocemos bien. Liliana tiende a hablar de ti todo el tiempo.

—Diría que nos tiene un poco enamorados —bromea Iván y yo abro los ojos con agradable diversión.

—Si eres la mitad de buena de lo que dice Lili, supongo que lo estamos.

Suelto una suave carcajada. No sé si estoy nerviosa o encantada, pero sí sé que me han hecho sentir mucho mejor.

—¿Quieres acompañarnos? —pregunta Iván, acomodándose entre los brazos la pesada caja de herramientas—Vamos a construir una casa para los perros.

—Me encantaría —les digo.

Casi tengo que suplicarle a Eric que me deje ayudarlo con algunas de las tablas que está cargando, pero al final accede. Ambos me guían por un camino de adoquines y flores violetas que rodea la casa por un costado y que nos lleva hasta el patio trasero, donde ya hay montones de tablas y barras metálicas. No podría asegurarlo, pero creo que será una lujosa casa para perros.

—Hemos pospuesto este proyecto por semanas —me informa Eric—, pero debemos agradecerle a Marcus por ser tan paciente con los cachorros.

—Sí —agrega Iván—, los ha dejado dormir en una habitación vacía y no ha dicho nada sobre los rasguños en la madera.

—Tenemos que arreglar eso después.

—Sí.

—Hmm… Sé que debí haberle preguntado a ella, pero, ¿ustedes son hijos de Linda? —inquiero.

Ambos me miran, después se miran entre ellos y al final Iván me responde:

—Sólo yo. Eric es mi primo.

—¿Ah, sí?

—Sí —habla el alto joven de cabello negro. Está cortando una tabla con un serrucho y de pronto parece que el tema le ha incomodado.

—Bueno, vive con nosotros desde hace medio año. Y gracias a Dios que nos llevamos bien.

—No estés tan seguro —se burla Eric e Iván le agita el cabello como venganza.

Se ríen un poco después de eso y yo reflexiono acerca de esta casa y de este entorno. Estos chicos irradian cierta alegría que aún no comparto y papá ha demostrado que se preocupó por mamá aunque no estuvo ahí. Del funeral se encargó él y acordó conmigo que va a arreglar la casa que compartí con mamá para ponerla a la venta. Me habría gustado conservarla, pero mis planes ya no me llevan hasta ese lugar.

—¿Te quedarás a vivir aquí también? —pregunta Iván de nuevo, peinándose el cabello con los dedos ya que este no deja de caerle por la frente.

—No. No lo creo —me lamento—. Entraré a la universidad el próximo año y con el dinero que gano será suficiente para buscar un departamento por la zona.

—¿Qué vas a estudiar?

—Si te soy sincera, no tengo idea.

La verdad es que me resigné a la idea de trabajar en ese restaurante por el resto de mi vida y la otra mitad de mi tiempo invertirlo en mi madre y su recuperación. No esperaba tener que tomar esta decisión nunca.

—Está bien —habla Eric, levantándose de su lugar junto al serrucho y las tablas—. Tienes tiempo para averiguarlo y mientras tanto puedes disfrutar del pequeño huerto que tiene Linda, o de la increíble necesidad de Iván de hacer algo con madera. O acompañarme a hacer música.

—O ir con tu padre a dar clases en la escuela de arquitectura —continúa Iván—. Tal vez encuentres de entre esas cosas algo a qué dedicarte.

—Sí, seguramente lo haga —murmuro.

Mi padre asoma la cabeza desde el interior de una ventana y grita desde ahí algo sobre la comida, pero no estoy poniéndole mucha atención. Mantengo la mirada puesta sobre los árboles a unos cuantos metros, recordando cómo era vivir aquí cuando las cosas marchaban bien, antes de que mamá decidiera que nos fuéramos a vivir a esa otra casa y antes de que me diera cuenta de que ella tenía un dolor que no entendí por completo.




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