Lo que volvio olvido

Capítulo 0 - El desespero y el miedo

El desespero y el miedo eran notorios en su rostro. Los fuertes golpes contra la puerta, acompañados de extraños ruidos en el exterior, solo empeoraban la situación. Tomó a sus dos hijas de la mano al ver que la entrada principal estaba a punto de ceder ante la violencia con la que era golpeada. Sin dudarlo, subió por las escaleras, llevándolas consigo hasta su habitación. Cerró la puerta, aunque sabía que no los detendría por mucho tiempo.

Miró a sus hijas con lágrimas en los ojos. No quería mostrar debilidad, se suponía que él debía ser el más fuerte en ese momento, pero no pudo evitarlo. Sabía que aquella noche no tendría un buen desenlace; las estrellas ya se lo habían susurrado.

Tomó a su hija menor en brazos y le susurró un "Te amo", cargado con todas las emociones que un padre podría ofrecerle a su hijo. Se quitó el collar que siempre llevaba consigo, donde colgaban los anillos de compromiso de la mujer que había sido el amor de su vida y la madre de sus hijas. Con manos temblorosas, lo colocó alrededor del cuello de la niña mientras susurraba palabras llenas de temor y esperanza:

—Por favor, sé fuerte y nunca te rindas. No permitas que nadie te obligue a hacer algo que no quieres. Y obedece a tu hermana sobre todas las cosas.

La miró directamente a los ojos, transmitiéndole cada uno de sus sentimientos. Luego, le dio un beso profundo en la frente y un abrazo con el que intentaba darle fuerzas... a ella y a sí mismo.

Después, se giró hacia su hija mayor, de dieciséis años. Las lágrimas no se detuvieron en ninguno de los dos cuando sus miradas se encontraron. La adolescente lo abrazó con fuerza, sollozando y rogándole que no se fuera, que se quedara con ellas. Pero él solo negó con la cabeza y, con una dulce sonrisa, susurró:

—Es lo que todo padre haría.

Le acarició el rostro con ternura, mientras el silencio de la habitación se rompía con los sollozos de una familia que estaba a punto de volver a quebrarse. Entendió lo que su hija intentaba decirle con la mirada y, con amor, le respondió:

—No es tu culpa, princesa. Solo hacías lo correcto.

La besó en la frente y, con el corazón destrozado, elevó una plegaria muda a la Luna, a las estrellas, a cualquiera que pudiera escuchar su súplica. Que protegieran a sus hijas. Porque él ya no podría hacerlo más.

Las abrazó por última vez con toda la fuerza que le quedaba, repitiendo incontables "Te amo", en un intento desesperado por prolongar el momento. Pero era inútil. Se separó de ellas y salió de la habitación, ignorando las súplicas de sus hijas.

La mayor, con el rostro empapado en lágrimas, cerró con candado la puerta, tal como su padre se lo había ordenado.

El hombre miró el pasillo oscuro con temor. Los golpes habían cesado, pero sabía que eso no significaba que se habían rendido. Sostuvo con firmeza un palo de golf, su única arma. Aunque estaba consciente de que, si llevaban armas de verdad, no serviría de nada.

Bajó las escaleras en silencio, con el palo en alto. La puerta principal estaba abierta... completamente destruida.

Mientras tanto, en la habitación, las dos hermanas se abrazaban con fuerza en una esquina. La mayor le susurraba a la pequeña las frases que su madre solía decir cuando algo malo sucedía. Pero cuando las palabras ya no fueron suficientes, comenzó a cantarle la canción de cuna con la que su madre las dormía o las tranquilizaba después de un mal día.

La niña menor estaba a punto de cerrar los ojos cuando dos estruendos sacudieron la casa. Ambas se sobresaltaron. La mayor comprendió de inmediato lo que había ocurrido, y la certeza se clavó en su pecho cuando el silencio reinó en la casa... solo por unos segundos, antes de ser reemplazado por risas y burlas.

La adolescente reaccionó rápido. Tomó a su hermana con fuerza y la llevó hasta el armario secreto de su padre, donde él guardaba las pertenencias antiguas de su madre. Era un lugar con un candado fuerte, difícil de romper.

—Escóndete y no hagas ruido. Si lo haces, los monstruos vendrán por ti y te lastimarán —susurró, intentando controlar su voz.

Los gritos resonaban por toda la casa:

"¡Oye, perra, ven a darnos amor!"
"Te arrepentirás de no haber aceptado desde el principio."

Las hermanas lloraban con más fuerza. La menor se negaba a entrar al armario sin su hermana, mientras que la mayor no sabía qué hacer. Sabía que, si la veían, no dudarían en lastimarla, a pesar de su edad.

—Recuerda lo que dijo papá. Cuando vuelva, no querrá saber que me desobedeciste —le ordenó con firmeza.

Finalmente, la niña cedió y entró. La mayor la abrazó con tanta fuerza que casi parecía querer fundirse con ella. De despedida, hizo lo mismo que su padre: la besó en la frente y le susurró un pequeño secreto al oído.

Esa noche, la muerte se vistió de rojo para honrar las vidas que se llevaría.

Mientras dos almas enamoradas se reunían después de mucho tiempo con la Luna como testigo, una adolescente pagaba un pecado no cometido entre gritos y patadas, hasta finalmente reunirse con las personas que la trajeron al mundo... y la acompañarían en su final.

Esa noche, la muerte derramó lágrimas de sangre al ver cómo una inocente alma se rompía en el armario, mientras escuchaba los últimos respiros de las personas que más amaba... y las únicas que le quedaban.

Fue una noche de despedidas, de reencuentros y de resurgimiento.

Un padre y sus hijas se despidieron por última vez.
Una hermana se despidió por última vez de su hermana.
Dos padres abrazaron a su hija para que los acompañara.
Y un monstruo renació en el armario.



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En el texto hay: vengaza, final, vengaza odio y secretos

Editado: 09.03.2025

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