La trampa del deseo
La música reverberaba en cada rincón del club, un ritmo embriagador que se filtraba en la piel y electrizaba los sentidos. Las luces parpadeaban en destellos neón, tiñendo de rojo y azul los cuerpos sudorosos que se movían en la pista.
Él no tenía intenciones de quedarse hasta tarde. Había salido por compromiso, más por rutina que por deseo, pero entonces la vio.
Era la mujer más hermosa que jamás habían contemplado sus ojos.
Sus movimientos eran una sinfonía de sensualidad y dominio, su cuerpo danzaba como si la música fuera su amante y ella supiera exactamente cómo complacerla.
Sus caderas marcaban un compás hipnótico, una provocación que encendía cada fibra de su ser. Pequeña, pero con una presencia que eclipsaba todo a su alrededor. La falda suelta rozaba sus muslos cada vez que giraba, dejando entrever la piel que él ya imaginaba explorando con sus labios.
El calor en su vientre se volvió insoportable. No pudo seguir siendo un espectador.
Sus piernas se movieron por instinto, atravesando la pista con determinación. La gente alrededor se volvía irrelevante. Solo existían ella y el deseo abrasador que lo arrastraba hacia su perdición.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, no se molestó en hablar. Sus manos se aferraron a la pequeña cintura, atrayéndola hacia su cuerpo con un ímpetu posesivo.
Mía.
Ella no se resistió. Al contrario, respondió con la misma intensidad, presionando su cuerpo contra el suyo, asegurándose de que sintiera la tortura a la que lo había sometido toda la noche.
Él bajó la cabeza y atrapó su cuello con los labios, deslizándolos por su piel caliente y perfumada. Ella inclinó la cabeza, ofreciéndose, entregándose al placer que ambos buscaban.
La tensión era insoportable.
Las horas siguientes fueron un juego de provocaciones, roces y miradas cargadas de una promesa que ambos estaban ansiosos por cumplir.
Cada risa traviesa, cada movimiento de su falda al ritmo de la música, cada caricia disfrazada de casualidad... todo era un preludio de algo inevitable.
Cuando la fiesta terminó, él no perdió el tiempo.
—Vamos a mi departamento.
Esperaba una respuesta afirmativa, pero en lugar de eso, ella sonrió con picardía, una expresión que escondía secretos.
—Tengo una idea mejor —susurró—. Mi tío me heredó una cabaña fuera del pueblo. Nadie nos molestará ahí.
Un escalofrío de anticipación recorrió su espalda. Solo de imaginarse lo que ocurriría en ese sitio apartado, su deseo se intensificó.
—Dime dónde.
El camino fue una tortura.
Ella no dejó de tocarlo, deslizaba sus manos por su muslo, su pecho, su nuca... cada roce era un recordatorio de lo que estaba a punto de suceder.
Más de una vez, él intentó detener el auto.
—Hagámoslo aquí. Ahora.
Ella rió suavemente y negó con la cabeza.
—Sé paciente. Será mejor si esperas.
Si no hubiera estado tan cegado por la lujuria, quizás habría notado algo extraño en su sonrisa.
Pero no lo hizo.
Finalmente, llegaron a la cabaña. Un lugar pequeño, rústico, rodeado de árboles altos que parecían guardar secretos.
En cuanto ella abrió la puerta, él se lanzó sobre ella.
Su boca atrapó la suya con fiereza, sus manos exploraban su cuerpo sin reservas. Ella se dejó llevar, respondiendo con la misma desesperación, con una pasión que lo volvía loco.
—Sabes... —susurró ella entre besos— me gustó volver a verte.
Él se detuvo por un momento, confundido.
—¿Volver a verme?
Ella solo sonrió de forma enigmática.
Una alarma silenciosa resonó en su cabeza.
Si la hubiera conocido antes, la recordaría. No había manera de que alguien como ella pasara desapercibida en su vida.
Pero sus dudas se disiparon cuando ella lo empujó suavemente hacia el sofá.
—Espera aquí —dijo—, voy a traernos algo de beber.
Él se acomodó, observándola moverse con la misma elegancia y sensualidad con la que había bailado. Sus piernas temblaban de anticipación.
Cuando ella regresó, le ofreció un vaso con vodka, el lo bebió de un solo trago el ardor del alcohol descendió por su garganta, y entonces, la vio sonreír de nuevo, pero esta vez, había algo en su expresión que lo hizo estremecerse.
El mundo se volvió borroso, el vaso cayó de sus manos, su cuerpo ya no le respondía.
Antes de perder la conciencia por completo, alcanzó a ver cómo ella lo observaba.
Ya no sonreía.
Sus ojos, oscuros y vacíos, reflejaban solo una verdad:
Había caído en su trampa.
Editado: 29.05.2025