Lo que volvio olvido

Capitulo 7: El Espectáculo de la Venganza

El tercer bostezo de la mañana hizo que algunos clientes de la cafetería giraran la cabeza con curiosidad. Camila apenas los notó. La noche había sido larga, tal como lo había previsto.

Samantha tardó horas en calmarse, y cuando finalmente dejó de temblar, se aferró a ella como si fuera lo único que la mantenía con vida. Camila no había sabido qué hacer con ese tipo de apego. No lo esperaba, no lo buscaba, y, sobre todo, no lo quería. Pero la dejó estar. No fue hasta la madrugada que pudo deslizarse de sus brazos sin despertarla.

Después, a duras penas pudo hablar con Mauro. La reacción de Samantha al verlo fue inmediata: terror puro, pero ella se obligó a controlarse cuando Camila lo exigió. Mauro no se lo tomó a mal, entendía lo que esa chica había vivido, pero su presencia no era opcional. Había trabajo por hacer.

Ahora, después de solo dos horas de sueño, Camila seguía adelante con su rutina. Normalmente, después de un asesinato, se concedía al menos un día de descanso. Pero esta vez no. Había demasiadas piezas en juego. No podía perder tiempo.

Sirvió café a un cliente con una sonrisa automática cuando, de repente, vio el primer destello de caos.

Por la ventana de la cafetería, varios policías pasaron corriendo por la calle, empujándose entre sí en su prisa. Se escuchaban murmullos alterados, preguntas susurradas de los clientes que ahora dejaban sus tazas de café para mirar hacia afuera.

Camila se obligó a mantener su expresión neutra. Una sonrisa amenazaba con asomarse en sus labios.

"Les tomó tiempo", pensó con una mezcla de satisfacción y desprecio.

Desde su lugar en la barra, podía imaginarlo todo: el pánico al descubrir el "espectáculo" que les había dejado como advertencia.

La plaza central de Black Hollow se cerraba cada noche. Era una tradición casi sagrada del pueblo. Decían que era por seguridad, para evitar que los adolescentes se metieran en problemas o que algún animal errante causara estragos. Pero Camila sabía la verdadera razón: Black Hollow siempre había vivido del control. De mantener las apariencias. De hacer que todo pareciera en orden, aunque la podredumbre se ocultara bajo la superficie.

Pero esa mañana, a las 10 en punto, cuando el encargado abrió los portones frente a media ciudad reunida para los preparativos de Año Nuevo, la ilusión de paz se rompió.

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El sonido de los candados al abrirse resonó en la mañana helada, pero nadie le prestó atención. Los habitantes de Black Hollow estaban reunidos frente a la plaza central, algunos conversando sobre los preparativos para la celebración de Año Nuevo, otros simplemente matando el tiempo antes de abrir sus negocios.

El encargado de la plaza, un hombre mayor de rostro curtido por los años, empujó lentamente las puertas de hierro. Lo hizo como cada mañana, sin imaginar que, al dar el primer paso dentro, su vida cambiaría para siempre.

Primero, fue el olor.

Un hedor denso y ácido golpeó su nariz con la violencia de una bofetada. No era solo el típico aroma de basura o humedad. Era algo más. Algo podrido. Algo muerto.

Después, su mirada subió… y entonces, el grito desgarrador escapó de su garganta.

Las conversaciones cesaron de golpe. Un segundo después, el primer grupo de curiosos se acercó. Y el horror se extendió como una plaga.

En el centro de la plaza, colgando de los postes de luz como grotescos espantapájaros, estaban los cuerpos de Jhoan y otro hombre. Sus siluetas se balanceaban con el viento helado, como si aún tuvieran un hálito de vida, pero la muerte los había reclamado mucho antes del amanecer.

Jhoan estaba en el centro, su cuerpo colgado por los tobillos con gruesas cadenas. Su piel estaba desgarrada en múltiples lugares, marcas profundas dejaban al descubierto músculos y hueso. Sus manos habían sido arrancadas de sus muñecas, dejando muñones ensangrentados, como si el propio infierno hubiera decidido marcarlo.

Pero lo peor era su rostro.

O lo que quedaba de él.

Su mandíbula había sido dislocada y estirada grotescamente, dándole una expresión de una mueca perpetua de terror. Sus ojos, abiertos en una mirada vacía, estaban cosidos con alambre oxidado. Un mensaje estaba tallado con un cuchillo en su pecho desnudo:

"LOS MONSTRUOS NO MUEREN EN SILENCIO."

A su lado, el primer hombre que Camila había asesinado —un antiguo socio de Jhoan, otro de los que habían cerrado los ojos ante sus crímenes— pendía de una soga gruesa, su cuello torcido en un ángulo imposible. Pero su muerte no había sido rápida.

Su torso estaba abierto en un corte limpio, de arriba abajo, con las costillas expuestas como si fueran las fauces de una bestia. Sus órganos estaban fuera de su cuerpo, cuidadosamente acomodados en el suelo como una macabra ofrenda. En su frente, escrito con su propia sangre, un solo nombre:

"CÓMPLICE."

El silencio en la plaza se convirtió en un murmullo de pánico, luego en gritos, llantos y llamados desesperados a la policía. Algunos corrieron a vomitar a los rincones, otros simplemente quedaron paralizados por el horror.

Camila, desde la cafetería, bebió un sorbo de su café con tranquilidad.

El espectáculo apenas comenzaba.



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En el texto hay: vengaza, final, vengaza odio y secretos

Editado: 09.03.2025

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