Lilith
La lluvia golpeaba suavemente el parabrisas del auto, distorsionando las luces de la ciudad como un cuadro impresionista de neón y sombras. Camila estaba estacionada a unas calles del hotel, con la mirada fija en la pantalla de su teléfono. Un torrente de notificaciones inundaba la red: titulares explosivos, videos filtrados, documentos que ardían como gasolina en la opinión pública. El mundo de los Lancaster se estaba viniendo abajo, y ella estaba allí para verlo arder.
—No lo mataste. —La voz surgió desde el asiento del copiloto, grave y familiar, pero con un peso de decepción.
Camila cerró los ojos por un momento antes de girar la cabeza. Su padre estaba ahí, o al menos, la versión de él que su mente rota había decidido conservar. Vestía la misma camisa con la que lo había visto por última vez, la tela aún manchada con rastros de su propia muerte.
—No —respondió ella en un susurro, volviendo la vista a su teléfono. Un video de Lucas, borracho y balbuceante en la cama del hotel, ya se estaba volviendo viral. Pero lo importante eran los documentos, las pruebas de sobornos, de malversación de fondos, de favores políticos que vinculaban a jueces, gobernadores y empresarios en una red de corrupción que ahora se desmoronaba.
—¿Por qué? —La voz de su padre no tenía ira, solo esa tristeza agotada que a veces es más dolorosa que la furia.
Camila tragó saliva.
—Porque si lo mataba, solo caía él. —Sus dedos se apretaron alrededor del teléfono—. Pero ahora… ahora todo su mundo está muerto con él. Nadie lo va a defender. Nadie va a ofrecerle una salida. Se va a quedar solo, abandonado, sin poder, sin amigos, sin apellido.
Su padre la miró en silencio, como si analizara sus palabras.
—Tú también estás sola.
Camila rió, pero fue un sonido áspero, sin alegría.
—Lo sé. —La imagen de Samantha apareció en su mente por un instante. La sensación de su abrazo, la forma en que había temblado contra ella. Y luego la desechó. No había espacio para eso.
El silencio se extendió en el auto. En la pantalla, los noticieros ya hablaban de investigaciones en curso, de detenciones inminentes. Lucas Lancaster nunca volvería a pisar un juzgado, su padre probablemente tampoco. Ninguno de ellos volvería a tener poder sobre nadie.
—Nunca te enseñé a ser así —dijo su padre después de un rato, con algo parecido a orgullo y tristeza mezclados en su voz.
Camila soltó un suspiro, apoyando la cabeza contra el respaldo del asiento.
—No. Pero me enseñaste a no olvidar.
El fantasma de su padre sonrió levemente, un gesto casi imperceptible, antes de desvanecerse con la misma sutileza con la que había aparecido.
Camila se quedó sola, con la lluvia y las luces de la ciudad reflejándose en sus pupilas. La última notificación en su teléfono llamó su atención.
"EL LEGADO DE LOS LANCASTER SE DESMORONA. DOCUMENTOS FILTRADOS POR UNA FUENTE ANÓNIMA CON EL SEUDÓNIMO 'LILITH'."
Camila sonrió, una sonrisa llena de amargura y satisfacción.
—Lilith… —susurró, probando su verdadero nombre en sus labios después de tantos años de silencio casi se escucha desconocido.
Y entonces, encendió el auto y desapareció en la noche.
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Tomó exactamente dos horas para que todo explotara en los medios.
Lucas Lancaster no solo había arrastrado su nombre al fango, sino también el de su familia. Y, sobre todo, el de su padre. Los crímenes ocultos de los Lancaster estaban expuestos para el mundo entero: sobornos, malversación, tráfico de influencias… cada pieza del rompecabezas había sido colocada estratégicamente para que la caída fuera inevitable.
Pero aún faltaba Martin Lancaster.
Si bien el escándalo de su hijo lo golpeaba de lleno, en Black Hollow aún tenía poder. La ciudad era una cosa; el pueblo, otra completamente distinta. Un pueblo pequeño se manipulaba con susurros y miedo, con favores y promesas. Si no era cuidadosa, Martin podría torcer la opinión pública a su favor y minimizar el impacto.
Camila no iba a permitirlo.
El coche avanzaba por la carretera desierta, devorando la distancia entre ella y el lugar donde todo comenzó. La oscuridad del camino era espesa, como un velo de sombras que cubría el pueblo. Ese ambiente le gustaba. La calma antes de la tormenta.
Pero el pueblo no estaba en calma.
Desde la carretera podía ver el resplandor de las luces en la plaza central, el murmullo de las voces filtrándose incluso hasta el silencio de la noche.
Los cuerpos de Jhoan y su socio colgaban en exhibición.
El sheriff había actuado rápido, tratando de ocultar la escena antes de que la noticia llegara demasiado lejos. Quería evitar el caos. Quería asegurarse de que esto no saliera del pueblo. Porque si llegaba a la ciudad, si alguien hacía la llamada equivocada, entonces todo escaparía de sus manos.
Pero Camila ya se había encargado de eso.
Antes de dejar Black Hollow, había enviado una denuncia anónima. Lo había hecho con precisión quirúrgica, asegurándose de que no solo el FBI se involucrara, sino también una persona en particular.
Alguien que era crucial para su plan.
No dejó cabos sueltos. Movió los hilos necesarios, cobró favores pendientes y manipuló la situación hasta que no hubo otra opción más que asignar a ese hombre al caso.
El auto disminuyó la velocidad cuando se acercó a la entrada del pueblo, la tensión aún impregnaba cada esquina del pueblo.
A Camila le gustaba.
Había algo casi poético en el miedo silencioso que recorría las calles, en las miradas furtivas que la gente se intercambiaba antes de esconderse tras sus puertas. Como si el aire pesara más de lo normal. Como si supieran que algo estaba cambiando, pero no pudieran poner en palabras el qué.
Su auto avanzaba con lentitud mientras ella observaba. Disfrutaba cada expresión inquieta, cada susurro ahogado entre vecinos. El espectáculo era suyo y lo apreciaba con el regocijo de un artista admirando su obra.
Editado: 07.04.2025