Hombre sombra
Mauro bufó con incredulidad y se acomodó en el asiento, observando el gran letrero de neón que parpadeaba con intermitencia.
—Si esta es tu forma de decirme que necesito relajarme, me ofende un poco —bromeó, aunque en el fondo sabía que Camila no lo había traído allí por placer.
La pelirroja le dedicó una sonrisa ladina mientras apagaba el motor.
—¿Desde cuándo hago cosas por tu bienestar? —replicó antes de bajarse del auto.
Mauro resopló y la siguió.
El lugar tenía un aire decadente pero no sucio. Los hombres que entraban y salían parecían tipos con dinero, no simples borrachos en busca de compañía. Las mujeres en la entrada, vestidas con ropas provocativas, los miraron con interés. Sin embargo, al ver a Camila, algunas bajaron la mirada o se hicieron a un lado.
—¿Debo preocuparme? —murmuró Mauro al ver la reacción.
—No si no haces preguntas innecesarias —respondió ella, empujando la puerta de cristal con seguridad.
El interior del burdel era aún más lujoso de lo que imaginaba. Cortinas rojas, iluminación tenue y un aroma a licor caro mezclado con perfume embriagador. La música suave apenas cubría el murmullo de conversaciones discretas y risas sensuales.
Camila caminó con paso firme hasta la barra, ignorando las miradas curiosas. Mauro iba tras ella, cada vez más intrigado.
—¿A quién estamos buscando? —preguntó en voz baja.
Antes de que Camila pudiera responder, una voz masculina retumbó en el aire.
—¿Rosa blanca? — uso uno de los seudonimos que Camila usaba en el bajo mundo.
Ambos se giraron.
Un hombre alto, de cabello oscuro con algunas canas, se apoyaba contra la baranda de la escalera que llevaba al segundo piso. Vestía un traje de tres piezas, pero sin corbata, y su expresión era de absoluto control.
Camila entrecerró los ojos y cruzó los brazos.
—Tío Enzo.
Mauro sintió un escalofrío recorrerle la espalda ¿Tío?
Ese hombre no solo parecía peligroso. Lo era.
—Vengan arriba —dijo Enzo con un tono seco.
Sin dudar, Camila empezó a subir las escaleras. Mauro la siguió, sin apartar la mirada del hombre que acababan de conocer.
----
Enzo Moretti era un hombre que se había forjado en las sombras, un nombre respetado tanto en los barrios bajos como en la alta sociedad. Con poco más de cincuenta años, aún conservaba la presencia imponente de su juventud. No era alguien a quien quisieras tener de enemigo. Podía acabar con cualquiera sin necesidad de ensuciarse las manos; sus influencias eran su verdadera arma, y los favores, su verdadera moneda. En su mundo, los favores eran más valiosos que el dinero, y Enzo los acumulaba con la paciencia de un ajedrecista moviendo sus piezas.
Su familia había dejado de ser una preocupación para él hacía años. Desde que sus propios padres lo expulsaron de casa por los caminos que había decidido tomar, había cortado toda relación con su vida anterior. Había dejado atrás a su hermano menor, un niño de once años en ese entonces, y se sumergió en la construcción de su imperio criminal. No volvió la vista atrás… hasta que ella apareció.
Una adolescente de cabello café y ojos grandes irrumpió en su oficina sin previo aviso. Estaba empapada por la lluvia, con un abrigo viejo y unos ojos oscuros que parecían perforar el alma. Se presentó sin rodeos: Lilith Moretti, hija de su hermano menor. Enzo casi la echó de inmediato. No le interesaban los lazos familiares, y menos aún con alguien que se atrevía a irrumpir en su territorio con la audacia de un enemigo. Pero entonces, vio sus ojos.
Ojos llenos de rabia, de odio, de un deseo ardiente de venganza. Ojos que había visto demasiadas veces en su línea de trabajo, en personas que ya no tenían nada que perder. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. No porque le temiera, sino porque reconoció esa mirada. La misma que él tuvo cuando su familia lo repudió. La misma que él había visto en el reflejo del espejo cuando comenzó a construir su imperio.
Escuchó su historia. No necesitaba detalles, solo la intensidad en su voz bastó para comprender el infierno por el que había pasado. Sus nudillos se pusieron blancos de la ira mientras ella hablaba. Él había sido un fantasma en la vida de su hermano, observando desde las sombras, asegurándose de que nunca le faltara nada. Pagó su universidad con becas anónimas, financió las cuentas de hospital de su esposa cuando la enfermedad la consumía. Pero todo eso no sirvió de nada. Al final, su hermano y su familia fueron masacrados, aplastados por un enemigo que se creyó intocable.
Ella terminó su relato con una sola petición:
—Por favor, ayúdame a vengarme —
Fueron las palabras de una joven de dieciocho años frente a su escritorio hace once años. Una petición que no esperaba, pero que no le desagradó. Vio algo en ella. Algo que le recordó a sí mismo. Y supo, en ese instante, que su sangre no se había extinguido en vano. Su legado, de una manera retorcida, aún continuaba en ella.
Enzo le ofreció ser su benefactor. Le ofreció un nuevo nombre, una nueva identidad, protección. Pero ella rechazó todo eso. No quería esconderse, no quería olvidar. Solo quería venganza.
Y Enzo decidió dársela.
Editado: 29.05.2025