La ficha perdida
Camila se dejó caer en uno de los sofás de la oficina con un suspiro, cruzando las piernas con elegancia y desinterés. Mauro, en cambio, se sentó con más cautela a su lado, llevaba muchos años trabajando en el bajo mundo y su instinto le decía que Enzo no era un hombre que se tomara a la ligera, no importaba cuán relajado pareciera en ese momento, su presencia imponía respeto y precaución.
—¿Para qué me llamaste? —preguntó Camila con impaciencia, apoyando un brazo en el respaldo del sofá.
Enzo soltó una risa seca y se inclinó sobre su escritorio, observándola con diversión calculada.
—Deberías ser más amable conmigo, mocosa. Especialmente después de cobrar el único favor que tenía con el director del FBI para ti.
Camila rodó los ojos, sabía que su tío no era alguien fácil de tratar pero necesitaba a Jack Jhoson en el caso y en el pueblo. No podía arriesgarse a que no fuera asignado al caso, así que había recurrido a Enzo, cómo lo lograra era lo de menos para la pelirroja.
Desde que se presentó en su oficina a los dieciocho años, Enzo nunca se la puso fácil. No le ofreció atajos ni la trató con condescendencia. Si quería su ayuda, debía ganársela, y eso implicaba sumergirse en el bajo mundo mientras se sometía a un entrenamiento brutal. Muchos habrían renunciado después de los primeros meses, pero Camila soportó cada golpe, cada prueba, cada cicatriz. No podía rendirse hasta lograr su objetivo, esa la a ayudado a sobrevivir hasta ahora.
—Deja de quejarte —respondió con fastidio.
—Sigues siendo una mocosa insolente —gruñó Enzo, pero no le dio importancia y cambió de tema—. No te llamé por eso, Lucas apareció muerto esta mañana... De una forma muy desagradable.
Camila asintió sin sorpresa. Lo había planeado todo con meticulosa precisión, y el resultado era exactamente lo que esperaba.
—Lo malo —continuó Enzo con una sonrisa torcida— es que su padre esta siendo un grano en el culo, apareció hace unas horas de nuevo en mi oficina tratando de averiguar quién demonios es Lilith, ofreció una cantidad de dinero que, si no fueras la hija de mi hermano, habría aceptado sin dudarlo.
Camila volvió a rodar los ojos. Sabía que ese hombre movería cielo y tierra por su hijo, después de todo era su gran orgullo, pero no esperaba que actuara tan rápido. Aun así, la situación le ofrecía una ventaja. Si jugaba bien sus cartas, podría utilizarlo a su favor.
—Podemos aprovechar esta oportunidad —dijo, pensativa—. Necesito que salga del pueblo, desde de la exposición de los cuerpos en la plaza, no se ha alejado de la estación de policía, no se la razón aún, y por razones obvias, no puedo entrar a una comisaría disparando a diestra y siniestra, además tiene demasiado control sobre la gente, los maneja a su antojo.
—Eso mismo pensé —admitió Enzo—. Pero como tú eres la que mueve las piezas en este juego, prefiero que me digas qué hacer.
Hizo una pausa antes de soltar mas información sobre la solicitud de Martin Lancaster.
—Además, me pidió otra solicitud, quiere encontrar a alguien llamada Samantha Black, también lo puso como prioridad.
Camila y Mauro intercambiaron una mirada. La sorpresa se reflejó en sus expresiones antes de que ambos fruncieran el ceño con sospecha.
Habían pasado días desde que Camila tenía a Samantha en su poder. Nadie en el pueblo había preguntado por ella, ni su familia, ni los vecinos, ni siquiera los medios. Era como si nunca hubiera existido, como si, para el resto del mundo, ya estuviera muerta y que Martin Lancaster preguntara por ella, era sospechoso.
Tal vez es más importante de lo que pensé pensó la pelirroja.
—Esto cada vez se pone más interesante —murmuró Mauro, con un brillo calculador en los ojos.
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El auto avanzaba por la oscura carretera en un silencio tenso. La única iluminación provenía de los faros, proyectando sombras distorsionadas en los árboles que bordeaban el camino. Camila mantenía ambas manos firmes sobre el volante, los nudillos casi blancos por la fuerza con la que lo apretaba. Mauro, en el asiento del copiloto, observaba la carretera con la mirada perdida, pero su mente estaba lejos de allí.
La revelación de Enzo había dejado un peso en el ambiente, uno que ninguno de los dos parecía dispuesto a romper. Camila, en especial, estaba sumida en sus propios pensamientos.
Se arrepentía.
Quizá debió haber matado a Samantha junto a su padre. Haberla dejado con vida sin conocer su papel en todo esto podía ser un error, y ella no se permitía los errores. Había pasado toda su vida planeando esta venganza. No podía arriesgarse a fallar. Si lo hacía, si no lograba consumarla tal como la había imaginado, se aseguraría de que todo ardiera junto con ella, si era necesario quemaría todo el pueblo junto con ella.
No podía permitirse una fisura en su plan, y Samantha Black era una incógnita demasiado grande. No bastaba con su palabra, con su supuesta lealtad. Debía demostrarlo. Y para hacerlo, tenía que conocer cada detalle. Saber por qué Martin Black la estaba buscando con tanto empeño. ¿Qué sabía? ¿Por qué era tan importante para él? Si había recurrido a Enzo para encontrarla, entonces Samantha debía ser una pieza clave en este tablero de juego.
—¿Qué harás con la chica? —preguntó Mauro, rompiendo el silencio.
Camila no respondió de inmediato. Sabía bien que Mauro era blando con aquellos que compartían su misma historia de dolor. No le gustaría su respuesta, fuera cual fuera.
Sus dedos se aferraron con más fuerza al volante antes de murmurar con frialdad:
—Lo que sea necesario.
Mauro la observó de reojo. Sus ojos oscuros la analizaron con intensidad, pero finalmente desvió la mirada de nuevo hacia la carretera. No dijo nada más.
El silencio volvió a envolverlos, pero esta vez era diferente. Mauro estaba atrapado en su propia tormenta interna.
Editado: 07.04.2025