Lo siento...

1. NO DEJARÉ QUE NADA TE HAGA DAÑO

Nota de la autora:

Hola mis queridas inspiraciones, me alegra una vez más estar de vuelta con otra parte más de esta…. no sé si llamarla saga, pero quiero creer que sí. La he llamado Saga Müller, que incluye como primera parte “Cruzaría mil montañas solo para amarla”, con la historia de Olivia y Santiago, luego está “A destiempo”, con Rocío y Agustín, y ahora les presento “Lo siento”, con Lucas y Ana como protagonistas.

Me estoy tomando mi tiempo para escribirla, pero prometo ser constante en las actualizaciones para que no pierdan el hilo de la historia. Espero que la disfruten y se emocionen con ella.

Pueden leerla de manera independiente, pero se sugiere leer la historia de Olivia y Sentiago antes para entender ciertos sucesos que aparecen en la novela.

Aquí va el primer capítulo. Espero sus comentarios. Besos.

***

_¿Estás lista Ani?_ preguntó su madre con infinita ternura.

_Sí, mami, estoy lista. ¿Puedo irme?_ .

_Claro, pequeña, papá está esperando por ti en el auto_.

La pequeña Ana estaba ansiosa. Era su primer día de clases. Había estado soñando con este día desde hacía mucho tiempo a pesar de su corta edad. Su mejor y único amigo, Lucas, dos años mayor que ella, ya iba en tercero de primaria. Ahora era su turno de entrar al primer grado. Ya era toda una niña grande con sus 6 años.

Ana, o Ani como le decían de cariño, era una ternurita de largo cabello castaño y ojos color miel adornados con unas largas y onduladas pestañas que hacían ver sus ojos mucho más grandes de lo que realmente lo eran. Esos ojos eran su mayor debilidad, ya que todas sus emociones, fueran estas buenas o malas, se veían reflejadas en su mirada y la delataban frente al resto, haciéndole imposible siquiera decir una mentira.

Era una niña muy alegre aunque un tanto tímida. Sabía que no era igual a los tres niños que vivían en la enorme casa ya que sus padres se lo habían mencionado. Éstos trabajaban para los señores de la casa, los Müller. Su madre Ester era la cocinera y su padre, Antonio, era el chofer. Los tres vivían en una de las casas de empleados que tenían los dueños de la propiedad. En la otra, vivía Luzmila, la mucama y su esposo Manuel, el jardinero, quienes le tenían un profundo cariño ya que no tenían hijos propios y Ani llenaba con creces ese vacío lugar en sus corazones.

Los señores de la casa eran como unos segundos padres para ella. El Señor Emilio y la Señora Antonia la querían mucho porque era la única niña de la casa. Ellos habían sido padres de tres varones y aunque buscaron una niña, ésta nunca llegó.

De los tres hijos de la pareja, ella solo jugaba con el menor, Lucas, ya que la diferencia de edad con él era la más corta. Con Esteban, el segundo hijo de los Müller, con 11 y Santiago, el primogénito con 15, la diferencia de años era mayor, por ende no era atractivo para ellos jugar con una niña tan pequeña. Ellos preferían divertirse entre sí o con sus primos Rocío y Benjamín cuando estos los visitaban.

Lucas y Ani jugaban muchísimo, sin embargo, como ella era tímida, siempre terminaba imponiéndose la voluntad del señorito en cada juego que éste escogía, por eso siempre se veía a la pobre Ani llena de barro por arrastrarse como soldado en entrenamiento, o portando una escoba simulando que era una escopeta e iban de cacería por el “bosque”. Otras veces, se les veía hechos una maraña en medio del jardín mientras jugaban a las luchas libres, en donde siempre salía perdiendo y llorando la pobre criatura.

No había día en que estos dos no llegaran directo después de la escuela a jugar algún juego que les consumiera las energías que aún les quedaba después de una larga jornada escolar. A esa edad aún había mucho tiempo para entretenerse ya que los deberes que les enviaban de la escuela eran pocos y generalmente los padres de ambos les ayudaban a realizarlos, si es que no se los hacían ellos mismos en su totalidad, con poca prolijidad, en un esfuerzo por engañar a los profesores, como si ellos no se dieran cuenta de quienes eran realmente los que realizaban dichas labores.

Cierto día, para el cumpleaños número 9 de Lucas, sus padres decidieron hacerle una fiesta por primera vez con sus compañeritos de escuela. Los años anteriores los únicos invitados siempre fueron miembros de su familia y los empleados de la casa, a quienes se les incluía como parte de ella.

Esta vez sería distinto.

Dentro de sus compañeritos, había uno que era muy especial para Lucas. Había sido su primer amigo en la primaria. Su nombre era Tomás Zegers, un niño muy peculiar. Tenía un aura extraña, indescifrable a ratos. Era poseedor de una mata de pelo negro azabache pero que al sol le daba una tonalidad azulezca. Sus ojos eran oscuros, tanto como su pelo, pero todo ese halo misterioso que lo envolvía, desaparecía en el acto cuando hablaba. Su personalidad era única. Desbordaba seguridad y simpatía. Cada vez que sonreía se formaba en sus mejillas hoyuelos que lo hacían ver adorable. Era de esos niños que todas las mamás gustaban de apretar sus cachetes, algo que él odiaba con todo su ser, pero que disimulaba a la perfección.

Como Lucas asistía a un colegio de varones, los invitados a la fiesta fueron solo niños. La única niña presente era Ani, lo que la hizo el centro de atención, en especial de Tomás, quien no la veía con buenos ojos. Todo lo contrario, para él representaba una amenaza ya que estaba acaparando a su amigo Lucas. Y no es que Ani demandara tener a su lado a Lucas, sino que era Lucas quien la arrastraba para todos lados tomada de su mano. Ani era su amiga y entendía que al ser la única niña de la fiesta y dos años más pequeña que el resto, debía cuidarla y hacerla sentir cómoda. Lamentablemente, hubo un momento en que soltó su mano.




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