Lo siento...

2. PONGO LAS MANOS AL FUEGO POR ÉL

Durante toda su niñez, Lucas había cuidado de Ani. Iban a diferentes escuelas, pero él siempre se preocupó de ir a buscarla después de clases, aunque eso suponía esperar cada día, con toda la paciencia del mundo junto al padre de ella, Antonio, treinta minutos hasta que ella saliera. No era su obligación claro está, después de todo Antonio podía ir a dejarlo a casa y luego ir por ella, pero el muchacho insistía en acompañar a su chofer, según él, por si algo pasaba, podría ayudarlo a defenderla. Se había tomado su papel de protector muy en serio, sobre todo porque nada le quitaba la culpa de lo sucedido a Ani cuando ambos eran más pequeños.

Ahora ya estaban un poco más mayores. Recién entraban a la adolescencia. Ani tenía 12 años y Lucas 14. Seguían siendo amigos pero ya no eran exclusivos. Ani tenía una mejor amiga que se llamaba Susana y Lucas seguía teniendo de amigo a Tomás, quien siempre visitaba la casa de la familia Müller.

Tomás siembre buscaba excusas para ir a casa de Lucas. Estas iban desde las tareas, los exámenes, películas, videojuegos, pijamadas, piscina, hasta decía que necesitaba comer la comida de Ester porque su cocinera no tenía una mano tan buena como la de ella para preparar los alimentos.

La mayoría de las veces iba solo, pero había ocasiones en que se hacía acompañar de otros dos molestos niños que eran sus amigos, no de Lucas. Para Lucas solo eran compañeros de clases. Sus nombres eran Ramiro, un fortachón un poco pasado de kilos y Paulo, un flacucho engañador, que daba el aspecto de debilucho, pero tenía más fuerza incluso que Ramiro. Ambos eran secuaces de todas las estupideces que se le ocurrían a Tomás.

Tomás era un chico encantador, pero demasiado manipulador cuando quería conseguir algo. Usaba a Ramiro y a Paulo como ejecutores de sus, muchas veces, macabras bromas, todas como destinatarias, a Ani, quien, con el pasar de los años, ya sabía a quién atribuir sus desgracias.

Cada vez que llegaba el trío a casa de Lucas, Ani sabía que encontraría en su cama o entremedio de sus ropas o en sus zapatos, ratas, lagartijas, arañas, sapos y hasta culebras. Las primeras veces Ani ponía el grito en el cielo. Tuvo que aprender a “querer” a la fuerza a esos animales para que no le provocaran tanto miedo. Ahora ya le causaban solo risa.

Ani sabía que, aunque Ramiro y Paulo eran los que le “regalaban” esas sorpresas, la mente maestra detrás de ellos era Tomás, ya que era consciente de la forma en que la miraba. Nunca entendió por qué él le guardaba tanta fobia si ella nunca le hizo ningún daño. Dedujo incluso que el episodio vivido cuando tenía 6 años también había sido orquestado por esos tres, aunque no tenía cómo probarlo.

Nada tenía lógica en su manera de actuar. Apenas y habían cruzado un par de saludos alguna vez, por lo que Ani no lograba descifrar las aparentes razones del odio hacia ella por parte de Tomás. Odio que por lo demás sabía ocultar muy bien de su amigo Lucas.

Lucas tampoco podía entender a Ani. Él siempre la invitaba a compartir con ellos cada vez que éstos iban a su casa, pero ella siempre se negaba.

_Vamos Ani, te vas a divertir. Los chicos quieren que juguemos todos juntos_ le insistía vez tras vez Lucas.

_Gracias, Lucas, pero no. Ellos me odian y te consta. Siempre me están jugando bromas a pesar de que les has advertido muchas veces que no lo hagan, es como si no te escucharan. Yo no voy a compartir con ellos y punto_ le contestaba cada vez Ani que, aunque era tímida con el resto, con Lucas tenía la confianza de responderle con dureza cuando se requería, confianza ganada con los muchos años de convivencia y amistad que contaban a su haber.

_Pero Ani, ellos no te odian. Solo son…..un poco odiosos pero buenos chicos_ quiso insistir una vez más Lucas, aunque ya sabía cuál sería su respuesta.

_Ya te dije que no y por favor no me insistas. Si eres mi amigo, deja de presionarme para ser amiga de “TUS” amigos. No quiero_ respondió Ani ya hastiada de pasar tantas veces por el mismo melodrama de Lucas.

_Está bien. Quizás más adelante_ le dijo Lucas con decepción en su rostro, sabiéndose rechazado una vez más por Ani.

_Quizás, pero por ahora no_ le confirmó con aspereza Ani.

***

Cierto día Ani estaba muy adolorida. Su barriga estaba inflamada y sentía que se iba a desmayar. No sabía qué le pasaba. No recordaba haber comido nada extraño ni en la escuela ni en la casa.

Ese día, estaban los tres chiflados de visita en la casa. Lucas los había dejado solos en la cocina comiendo unos refrigerios que Ester les había preparado antes de irse para acompañar a su esposo al médico.

Mientras Lucas se cambiaba de ropa en su habitación en el segundo piso de la casa, los tres infames craneaban alguna forma de colarse en la pequeña casa de Ani cerca de la casa familiar para jugarle una nueva broma. Cuando se disponían a hacerlo, vieron por el ventanal de la cocina a la muchacha que caminaba erráticamente por el jardín para luego sentarse en uno de los escaños cercanos a la piscina.

Le bastó tan solo unos segundos a Tomás pensar en lo que harían y luego les dio la orden a sus secuaces. Éstos debían acercarse por detrás a Ani en silencio, agarrarla de los brazos y arrojarla en la piscina lo más rápido y sigiloso posible de manera que ella ni siquiera supiera qué le había pasado. Tomás, como siempre, sería solo un espectador de la situación y se limitaría a observar la escena desde la cocina.




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