Loba Herida

Capítulo 3 Las retahilas del indio

El viento recio y fuerte de los árboles sacudían las puntas de sus cabellos, la tenue luz de la luna alumbraba el camino por donde ellos pisaban, cada vez estaban más alejados de su pueblo. Sus zapatos hacían ruidos en la charca pantanosa, Andrew meditaba en las palabras del comisario: “Obreros de construcción” así te presentarás delante del indígena.

«Qué manera más peculiar de contratar a la gente tiene este dichoso pueblo de pacotilla».

Sentía que estaban caminando demasiado y que quizás el comisario le había engañado como a un tonto, pero curiosamente recordó que hace dos meses, unas mujeres se acercaron al departamento de policía para poner la denuncia de sus esposos desaparecidos, y todas coincidían con el mismo reporte. Aquellos hombres fueron contratados como obreros y luego desaparecieron sin rastro alguno y para agregarle más crema al pastel las cifras de desaparecidos que asciende a casi mil personas a lo largo de los años, tienen algo en particular:

”Todos son hombres”.

No se ha visto ningún caso de alguna mujer desaparecida. Por esa simple razón enderezó su andar, tensó las maniguetas de su mochila donde cargaba algunas armas y aligeró el paso tomando las riendas del camino, sus compañeros de batalla, al ver que su capitán les dejaba el polvero se apresuraron para alcanzarlo.

Les costó mucho llegar al lugar, ya que no debían mencionar de que eran policías o que buscaban con premura al pueblo de cityville. Una pequeña embarcación en el rio los lleva a la aldea flotante del indígena. Un pequeño indiecillo salía de su resguardo a su encuentro.

—¿Por qué venir mucha gente? El señor Montfiel me habló de un solo hombre de tez ruda y fuertes músculos— menciona el indígena en su lenguaje apenas entendible al ver a los cinco chicos remojados como pollos y calentando sus manos entre sus brazos por el frío humedo de la noche.

Andrew sonríe débilmente a la descripción de su físico que le había dado el comisario al indígena. Todo un personaje aquel comisario.

—Ellos también son fuertes— responde señalando los brazos de sus hombres, no tenían ni una puta idea de construcción, aún así seguía afirmando —...Y también pueden hacer trabajo pesado, levantar ladrillos, llevar cargas. Además… son padres de familia que no tienen trabajo y necesitan ganarse la vida—, esto último lo dijo recordando a las mujeres que lloraban a sus esposos desaparecidos.

El indígena, que es de baja estatura y ojos rasgados, levanta la cabeza para observarlos a cada uno; todavía no se convence de que sean obreros, pero la complexión atleta de ellos demostraba que eran capaces de trabajar en cualquier obra.

El viejo cascarrabias como lo apoda Andrew en su mente por su rostro serio y desconfiado, «Quizás desconfía hasta de su propia sombra» entra a su choza de madera, quedando ellos expectantes afuera y esperando a por la decisión del indio, minutos después sale con cinco tubitos de bambú que contenían cada uno, un rollo de papel pergamino.

—Este ser su tiquete de entrada. Si Perder no hay entrada y abandonar a mitad de camino y regresar por sus propios medios. Más allá de esta montaña encontrar un barco orillado a media noche. Subir a la embarcación que llevar al puerto Manao y de allí partir en un camión hacia el pueblo de Cityville.

—Por el puerto de Manao, solo hay selva y mucha agua. Allí no hay ciudad, ni pueblo que lo habite, lo unico que encontraremos son muchos árboles y animales salvajes. Oiga viejo, ¿Está jugando con nosotros?—, le reclama Andrew enojado y mirándolo desafiante, que si ese indio no confía en ellos mucho menos él se va a fiar de un hombrecillo parlero que apenas conoce.

El indígena aprieta sus dientes y responde una retahíla en su lengua nativa manoteando sus manos al aire. Ninguno entiende lo que dice y se miran confundidos.

—A su abuela y a la que no es su abuela—suelta Paul con sutil gracia. Devolviendo lo que sea que haya dicho.

—Tú ser testarudo— menciona el indígena dirigiéndose fijamente hacía Andrew, —tu destino ya estar trazado en la palma de tu mano. Ser gran luchador, derramador de sangre y defensor de los débiles. Pero algo más fuerte que tú ser tu perdición y tu ruina. Que los dioses te acompañen— pone su mano en el pecho de Andrew, luego da la vuelta y se regresa a su choza dejando al muchacho aturdido y perdido por sus palabras.

—¡Viejo charlatán! Y ¿ahora qué hacemos? Nos ha cogido la noche en este lugar y tardaremos horas en regresarnos— Expresa Zetie, limpiando sus zapatos llenos de barro.

—Capitán estamos esperando su orden— recalca Louis haciendo que Andrew salga de sus pensamientos. No tiene la menor idea de lo que le dijo el indígena pero si esa es la manera de encontrar a su hermano estaba dispuesto a asumir los riesgos. —Iremos a Cityville.

El barco que los esperaba estaba orillado detrás de la llanura tal como lo mencionó el indígena.

Cada paso que daba era una sensación extraña para él, algo como si una parte de su ser buscara un complemento que le falta para estar completo y no era su hermano. No. Se trataba de su propia vida. Pero no sabía que.

Los cinco suben al barco, caminaban con alerta mirando a todas partes y examinando a otros hombres que también se iban para el mismo lugar. Dentro del barco podía haber 25 personas contando a los tripulantes de la embarcación. Algo que pudieron notar es la forma de vestir harapienta y desencajado de aquellos hombres, sus ojos reflejaban soledad y desdicha, para ellos el salir del pueblo era un consuelo que los mantenía a flote, ignorantes de saber hacia dónde se dirigían y que pasarían por la misma suerte de aquellos que nunca regresaron. Pero los cinco policías sí lo sabían. Sabían que se dirigían a un pueblo oculto que traga personas. "Serán bestias o serán caníbales". Cualquier cosa podía suceder.

Andrew miraba a su amigos que sostenían sus bolsos con fuerza, frecuentemente revisaba el pergamino que el indio le entregó, era su tiquete de entrada y lo que más recordaba era la retahila del indio en su lengua nativa, la cual le causaba escalofrios y piel de gallina. Sacude su cuerpo. Se aprieta su chaqueta con sus brazos, se echa en un rincón junto con sus amigos cuando el barco comienza andar y se quedan dormidos, apretados el uno con el otro.




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