Loba Herida

Capítulo 4 Bienvenidos a Cityville

Una mañana escasamente asoleada en el pequeño pueblo fluvial de Tefé, dos niños jugaban alrededor de su vivienda ubicada a solo pocos metros del río. Uno de ellos, buscaba entre el barro a unas larguchas y resbalosas lombrices de tierra que salían a flote por el torrencial aguacero que había caído en la madrugada y el otro niño se subía en algunos árboles escarbando capullos próximos a evolucionar para salir convertidos en bellas mariposas.

Ambos pequeños se divertían a diestra y siniestra en ese pueblito donde la lluvia es bendita todos los días y el sol aparece para llenar de color a la variada naturaleza; el niño más pequeño se divierte corriendo con sus pies descalzos sobre la tierra barrosa y movediza.

Cuando deja de llover, las aves salen de sus escondites, las mariposas aligeran su andar de rama en rama, las ranas con su canto saltan en los montes y los animales silvestres salen de sus cuevas para buscar alimento. El niño mayor intenta cazar una mariposa, pero esta se le escapa. Mientras, su hermano menor sigue recogiendo lombrices y las mete dentro de un frasco de vidrio.

Llevan toda la mañana jugando cerca del río, se ha vuelto una costumbre para ambos de salir a cazar animales, algunos comestibles y otros solo por diversión. El más pequeño tiene cinco años y el mayor tiene nueve.

El niño menor observa con apremio su frasco enroscado con tapa de compota, podría llevar como unas cinco lombrices, sin duda alguna ya tenía asegurado su cena; se las iba a llevar a su madre que podía cocerlas, asarlas o meterlas en algún guiso, lo cierto es que disfrutaba de su sabor.

Al cabo de un tiempo, mira que en el cielo, el sol brillaba con todo su esplendor en el centro, su padre siempre les decía que la posición del sol daba la hora. Por lo que entendía a sus tan solo cinco años de edad, que eran las 12 meridianos. Hora de almorzar.

Pero su incansable hermano mayor lo anima a jugar al escondite y se va corriendo hacia el río con mucha agilidad logrando esconderse entre unos arbustos.

El pequeño, agotado y con mucha hambre, se va detrás de su hermano que con la rapidez de un rayo se quita de donde inicialmente se había escondido.

—Hermanito ¿Dónde estás?— le gritaba, y seguía buscando entre las ramas —estoy cansado, ya no quiero jugar, quiero regresar a casa, ¡Albeiro!—. Exclama en un puchero queriendo llorar.

El eco de los gritos de su madre resuenan en sus oídos.

—Albeiro, mamá nos llama, regresemos a comer— dice acercándose a un abultado monte.

—¿Hermanito?— le pregunta pensando que el movimiento de las ramas es su hermano que está escondido. Camina despacio, haciendo poco ruido y se abalanza saltando entre la maleza.

—¡Ya te encontré!— pronuncia y al mismo tiempo hace un sonoro grito que lo tumba al suelo quedando boca arriba y soltando el frasco donde lleva las lombrices. Una serpiente clavaba sus colmillos en su cuello, mordiendo su piel y traspasando sus tejidos nerviosos, inmovilizando después de unos segundos su pequeño cuerpo.

La serpiente suelta su cuello y se aleja unos centímetros. De pronto el niño comienza a temblar en todo el cuerpo, pero sin tener dominio sobre sus brazos ni sus piernas, su respiración es ligera y de lo único que tiene dominio son de sus ojos que los mueve de un lado a otro.

Busca los ojos de la serpiente que lo mordió, son rojos de fuego vivo, lo mismo que le está ocurriendo a sus ojos que se tornan de un rojo encendido.

La serpiente se acerca nuevamente para dar su última clavada y terminar de matarlo. El niño quiere gritar, pero no puede, respira agitado, siente un ardor infernal en todos sus ligamentos, el miedo se apodera de su ser y sin quitarle la mirada al animal, observa que avanza arrastrándose dando un brinco hasta él.

—¡Alto ahí, alto ahí! Ladronzuelo de mierda— grita Louis moviendo el hombro de Andrew, que se levanta exaltado tocando su cuello y respirando acelerado.

Era un sueño.

Se cabeceaba abriendo y cerrando los ojos, pensando que en algún momento caían en una trampa mortal, hasta que no pudo más y se duerme. Sus amigos también dormían, el primero en despertar fue Louis que viendo las intenciones del ladrón le grita que se detenga.

—Capitán, este pillo te ha saqueado la mochila—le dice Luka sosteniendo por un brazo al ladrón, Paul por el otro lado y Louis tenía unas esposas en las manos para apresarlo.

—¡Devuélveme la navaja de trébol!— le pide amenazante el capitán después de revisar su mochila.

El ladrón saca de su bolsillo la navaja y se la entrega sin decir una palabra pero sus ojos temblaban de miedo.

—Eres muy ágil muchacho, ¿Cómo aprendiste a ser tan rápido? ¿Cómo te llamas? ¿Cuantos años tienes?— le pregunta Andrew. Reparaba el perfil del muchacho que no parecía que tuviera más de 20 años.

—Mi nombre es Tony. Tengo 19 años— responde tartamudeando.

—¡Debería de darte vergüenza! A tu edad, yo trabajaba con el sudor de mi frente sin robarle a nadie— refuta Luka.

—¿Tu eres la rata que le robó a nuestro amigo Zetie?— el chico desvía la mirada —Habla rata de alcantarilla— le reclama Paul que le tenía el brazo en la espalda haciéndole presión. El muchacho gritaba de dolor.

—Lo siento, lo siento— se expresa arrepentido y bajando la cabeza.

—Bandido del demonio, te voy apresar y te meteré en el calabozo hasta que aprendas buenas mañas— contesta Louis buscando sus manos para esposarlo.

—Detente Louis no estamos en una inspección de policía. Recuerda somos obreros—, susurra entre dientes Andrew con una sutil sonrisa mirando a los otros hombres que los acompañaban.

Ah porque ellos no iban solos, a bordo habían veinte personas contandolos a ellos, pero en algunas ocasiones su amiguito Louis es tan imprudente que aveces mete las patas y bien metidas.




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