Loba Herida

Capitulo 6 carnadas para lobos

Escucha el sonido de un coche y lo alerta a levantarse de la cama con rapidez, la mujer que yace a su lado le grita que salga corriendo. Se coloca el pantalón y el picaporte de la puerta se abre, un hombre entra a la planta baja de la casa, termina de coger su camiseta y sus zapatos, busca salir por la ventana, echa la cabeza hacia atrás para ver por última vez a la bella mujer con la que estuvo toda la noche y salta por la ventana sujetándose de las barandas del balcón. Corre sin voltear atrás y se pierde entre las calles del barrio, pero al doblar la curva un perro rabioso le sale al encuentro atacándolo…

—Perro del demonio— exclama abriendo sus ojos y con el sudor en su rostro como si hubiera corrido una maratón.

Una pesadilla como de las tantas que siempre tiene cuando duerme. Algunas son recuerdos de su pasado y otras son imágenes confusas que llegan a su mente.

Una sensación caliente en su piel lo hicieron sentarse, todo estaba oscuro; sin embargo, Andrew lo podía ver con claridad (sí, otro descubrimiento de su don). Miraba todas las camas que estaban en hilera y a cada persona que dormía en ellas. Sabía donde estaban los closets, las puertas para el baño y la puerta que daba acceso a la cafetería y al patio trasero. Repasa dibujando como si fuera un mapa mental cada parte de ese edificio. Pero lo que más le asombraba eran sus ojos, que lucían como dos linternas alumbrantes. Sumido en todo lo que estaba descubriendo dentro de sí, escucha voces a cierta distancia y con la rapidez de un rayo se vuelve a su cama y cierra los ojos.

Las puertas se abrieron de golpe y los guardias buscaban a los veinte hombres que habían llegado en la mañana y que tenían implantado un rastreador para diferenciarlos de los castratis.

Uno de los hombres tenía una tabla digital en sus manos y buscaba en un mapa cada rastreador. Despertaron a los obreros nuevos y los sacaron a cada uno en el patio.

Andrew, Paul, Luka y Louis aguardaban en silencio y expectantes a cualquier ataque. Ah, porque ellos no se iban a dejar matar fácilmente. Eran policías, por el amor de Dios y siendo policías morirían hasta el final.

Tony se les pone entre el medio, ellos comprendieron que temblaba de miedo.

—Tranquilo muchacho, mientras tengamos brazos y piernas nos defenderemos— le anima Paul, Tony sonríe.

Entre la penumbra de la oscuridad nocturna llega una figura que no logran visualizar su rostro, así como él tampoco puede verlos. Era Wigirbu que ahora tenía el trabajo de lidiar con los repugnantes obreros que le causaban náuseas con solo oler su presencia. El hombre desde cierta distancia les habla con rudeza y frialdad:

—Señores, se les ha permitido concederles su libertad por única vez esta noche. ¡La puerta de salida está abierta para que salgan de la Komarca y se marchen para siempre! Si se quedan los haré esclavos y trabajarán más horas extras que los obreros castratis. —Enfatizó con arrogancia.

Un silencio taciturno se hizo presente entre ellos, para luego alegrarse por esa noticia. Era la oportunidad perfecta para irse y no ser tratados como eunucos o esclavos en ese lugar, pero Andrew sospechaba de ese hombre que no daba la cara.

Antes de decir algo ya los otros hombres estaban corriendo hasta la salida.

—Esperen—gritó, pero ellos no escuchaban. Una vez cruzaron las puertas desaparecieron en la oscuridad hasta solo quedar ellos cinco.

—Vámonos capitán, es nuestra oportunidad de regresar— mencionaba Luka con optimismo.

—Adiós castración y leyes del demonio— recita Paul.

—Capitán estamos esperando su orden— murmura Louis. Pero sus palabras irritaron a Andrew que meditaba en silencio.

Le preocupaba que en algún momento de peligro, ellos se queden tiesos esperando a que él haga algo para salvar sus vidas.

y ¿si no puede hacerlo? Si en algún momento los defrauda? No se lo perdonaría.

— ¡Ya les he dicho que no soy su capitán!— espeta entre dientes y continua diciendo con voz calmada —les pido que no me dejen toda la carga a mí, en estos momentos no sé qué sería mejor si quedarnos o salir a explorar a lo que hay afuera.

—¿prefieres ser castrados y prisionero de este lugar?— le pregunta Paul.

Su amigo tiene razón. Si ellos no salen de ese campo cerrado, él no podrá averiguar sobre el paradero de su hermano. Además, quizás desde afuera pueda liberar a los desconsolados castratis.

—Bien salgamos de aquí— pronuncia mirando su reloj: ocho de la noche.

Los cinco salen de la Komarca y las puertas de acero se cerraron tras de ellos. Llevaban horas caminando en círculos, buscando llegar a la ciudad que habían visto cuando entraron en la mañana.

No había nada de señales de la ciudad, todo era montes, y colinas que los guiaba hasta el bosque.

Entonces, apuraron sus pasos y se pusieron a correr, la luna resplandeciente del cielo les alumbraba el camino hasta los grandes árboles que daban inicio a la entrada del bosque.

Un aullido de lobo, les llama la atención, un grito ensordecedor y unas sombras en los árboles les advertía que una gran bestia había atacado a uno de los hombres que salieron primero.

Se metieron en la oscuridad del bosque, Andrew llevaba la delantera, guiando a sus compañeros que tropezaban a menudo con los obstáculos del camino, Paul tropieza con un cuerpo, le toca el brazo y lo siente tibio.

—Al parecer lo acaban de matar—dice. Los demás palidecen cuando un enorme lobo se les pone de frente.

—¡Jesús! Qué enorme bestia— susurra Louis, con su rostro blanco como la leche.

El lobo asoma sus filosos dientes y gruñe con odio hacia ellos. Andrew se le va a encima y cuando ve que otros lobos se acercan les dice a ellos que corran, mientras él lucha con sus fuerzas con el lobo que quiere destrozarlo.

Los muchachos corren, pero otro aullido de lobo en la oscuridad los pone en alerta a los cuatro que se agrupan poniéndose de espaldas para determinar de qué lado atacaba la bestia. Un terrible quejido de horror en forma de eco se escucha entre los árboles. Otros hombres pidiendo auxilio se escuchaban a lo lejos.




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