Lira siempre había sentido que era diferente. Desde niña, cuando los susurros malintencionados a sus espaldas la señalaban como "la loba retrasada", sabía que su vida nunca sería sencilla. Había crecido bajo la tutela de la bruja del pueblo, una mujer misteriosa y solitaria que la había acogido cuando la manada decidió que una niña perdida en el bosque no merecía pertenecer a ellos.
A los ojos de la manada, Lira era un estigma, una mancha en su orgullosa comunidad de lobos. Para ellos, no tener a su loba interna a los casi veinte dos años era un defecto imperdonable, una señal de debilidad o algo peor: una anomalía. Pero Lira no se rendía. Su espíritu era fuerte, y aunque las burlas y los malos tratos la herían profundamente, en el fondo sabía que algo poderoso la esperaba.
“Algún día,” se decía mientras observaba la luna llena, “mi loba vendrá a mí. Y cuando lo haga, seré libre.”
Lo que Lira no sabía era que su destino estaba escrito con hilos más oscuros y complicados de lo que podía imaginar.