Odiaba los lunes.
Mi cuerpo apenas funcionaba, arrastrándose por los pasillos como si hubiera perdido toda conexión con mi cerebro. Cualquiera que me viera diría que era un alma en pena, cargando una pila de libros entre los brazos y con ojeras tan profundas que delataban mi falta de sueño. Incluso mi cabello castaño y lacio se había rebelado, pegándose a mi cara en mechones desordenados.
Después de pasar la noche lidiando con ejercicios de cálculo que casi me fundieron el cerebro, me había acostado tarde solo para descubrir esta mañana que el profesor Roble no se había molestado en aparecer. Perfecto. Todo ese esfuerzo para nada.
Pero al menos había un lado positivo: la ausencia del profesor me permitía salir una hora antes y quizás, sólo quizás, podría dormir algo en casa.
Oh, camita, pronto seré tuya.
Con una sonrisa adormilada, me ajusté la mochila y me dirigí al estacionamiento, ya soñando con mi cama. Pero el sueño se desvaneció en el momento en que vi la camioneta Hummer. Mi respiración se cortó, y mis pies se mantuvieron pegados al suelo.
No, no podía ser él...
Pero lo era.
Luca Sabatier.
Sus ojos estaban fijos en mí desde el interior de su auto, y la electricidad en el aire era palpable. Sentí un cosquilleo recorrer mi espalda y, mi corazón, que un segundo antes latía con calma, comenzó a bombear con una intensidad que me mareó.
No podía apartar la mirada. Era como si el mundo se detuviera, y solo existieran esos ojos oscuros que me tenían atrapada. Mi mente volaba, preguntándose qué pensaba, qué veía cuando me observaba tan intensamente. Me sentí desnuda bajo su mirada, como si supiera exactamente lo que escondía.
¿Luca sabía cuánto me gustaba?
—¡Coco, tienes que ver esto! —La voz de Emma Tarin rompió el hechizo, y casi salté del susto.
Emma se acercaba a toda prisa, agitando su celular frente a mí como si fuera un trofeo.
—¡Román Delennoy me mandó solicitud de amistad! —exclamó emocionada, su voz cortando la tensión del aire—. ¡Y me envió un mensaje!
Román. El recordatorio me sacó momentáneamente de mi trance, aunque aún sentía los ojos de Luca clavados en mi piel. Como si la distancia no le importara, como si pudiera llegar hasta mí con solo mirarme.
—¿Román? —fruncí el ceño, tratando de concentrarme—. ¿El mujeriego de Cumbre de Luna?
—Por favor, Corinne. No seas puritana —rió Emma—. ¿O acaso planeas casarte con un monje?
Lancé una mirada rápida hacia la Hummer. Luca seguía allí, observando. ¿Qué buscaba exactamente? Cada vez que lo veía, sentía cómo el suelo temblaba bajo mis pies, y ahora no era la excepción.
—Mira, Román es guapo, sí —concedí, regresando mi atención a Emma—. Pero no es para ti, Ems. Ya te he visto sufrir por chicos así.
—Tal vez él sea diferente —susurró, como si intentara convencerse a sí misma mientras se acomodaba los anteojos. Luego me miró de reojo con una sonrisa cómplice—. Y hablando de chicos, no puedes sermonearme cuando prácticamente babeas por Luca Sabatier. Es obvio que él tampoco es un santo.
El calor subió a mis mejillas y, de nuevo, mis ojos se desviaron hacia Luca. Él seguía con su mirada puesta en mí, pero su postura cambió ligeramente. Como si... como si estuviera a punto de salir del auto.
—¿Ves? —rió Emma, dándome un codazo—. ¿No es sexy un chico malo?
Me encogí de hombros, aunque mi cuerpo estaba en llamas.
De repente, la puerta de la Hummer se abrió con un sonido pesado, y Luca salió del auto. El tiempo pareció ralentizarse mientras daba esos primeros pasos hacia nosotras, cada uno más pausado que el otro, más cargado de algo que no podía definir. Mi pulso se disparó y mi mente se quedó en blanco.
Cada centímetro de él parecía irradiar esa confianza abrumadora que tanto me atraía y me asustaba al mismo tiempo. El sol iluminaba su cabello oscuro, y sus ojos seguían fijos en mí, como si nadie más importara. La distancia entre nosotros se iba cerrando, pero mi corazón ya estaba corriendo una maratón.
—Oh. Dios. Mío. —Emma jadeó a mi lado, con los ojos como platos—. ¿Está... viniendo hacia ti?
No podía pensar. No podía moverme. Mis pies estaban enraizados al suelo mientras Luca avanzaba lentamente, con una media sonrisa que encendía cada nervio en mi cuerpo.
¿Me hablaría finalmente?
Pero no. Justo cuando estaba a unos pasos, su camino se desvió, pasando a mi lado sin decir una sola palabra, como si fuera invisible. La brisa de su perfume me envolvió, y mi cuerpo se tensó.
—¿Has visto eso? —preguntó Emma, sorprendida.
Asentí, incapaz de decir una palabra. Algo estaba mal. ¿Lo había hecho a propósito? Me subí al auto con Emma, intentando procesar lo que acababa de ocurrir.
—¡Por fin! —Emma dijo emocionada, echando la cabeza hacia atrás en el asiento del copiloto—. Sabes que estuve a punto de desmayarme cuando Luca empezó a caminar hacia ti, ¿verdad? Creí que iba a ser como en las películas, y que te iba a plantar un beso así de la nada.
—Sí, claro —murmuré, aún distraída.
—Oye, no te pongas así. El chico que te gusta te estaba mirando. ¿Cómo puedes no estar volando?
—Emma, él no me habló, simplemente... pasó de largo. Fue raro.
Ella me miró de reojo, como si estuviera evaluando mi sanidad mental.
—¿Raro? ¿Has visto cómo babean las chicas por él? Por Dios, hasta yo lo haría si no estuviera enfocada en Román.
Eso me hizo sonreír. La obsesión de Emma por Román Delennoy era un tema recurrente, y aunque sabía que él y su reputación no eran de fiar, no podía culparla. Los chicos del Colegio Cumbre de Luna eran un fenómeno en mi escuela. Literalmente.
—Sé que Román me gusta más de lo que debería —Emma añadió, y se quedó pensativa un momento—. Pero al menos aún no llego al extremo de subirme a los techos con binoculares solo para verlo.
Reí, recordando cómo las chicas de mi escuela, el IAN, hacían malabares para espiar a los de Cumbre de Luna jugando tenis. La cosa es que, muchas veces, los chicos terminaban quitándose las camisetas, y era como una especie de espectáculo para todos.
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Editado: 22.10.2024