Lobo

2. “Dicen que fue un animal…”

La tarde del lunes estaba siendo una tortura. Mi padre gritaba como loco frente al televisor, completamente absorto en el partido de fútbol. «Arquitecto y loco de los deportes», el combo perfecto para arruinar la paz de cualquier ser humano.

Emma y yo nos refugiamos en mi cuarto, alejándonos del bullicio con una pizza recalentada. Pero ni las paredes gruesas de la casa podían contener los gritos de mi padre cuando su equipo anotaba. ¿En qué estaba pensando mi madre cuando le regaló esas bocinas?

—Necesito que me lleves, Coco —dijo Emma, alzando la voz para hacerse escuchar sobre el ruido del televisor—. Mi mamá solo me deja salir si tú vienes.

Pero dudaba mucho que Emma le hubiera mencionado a su madre que el destino de nuestra noche era una fiesta en un bar. Y no cualquier bar, sino uno en las afueras, cerca del bosque.

—Olvídalo —respondí—. Está demasiado lejos. Prácticamente en medio de la nada, y ya sabes que no soy fan de los animales salvajes.

—Anda, ¿sí? Román me invitó —insistió ella, como si esa fuera razón suficiente para aventurarnos en lo que sonaba como una pésima idea—. Además, no tenemos otra cosa que hacer, y verte mirar el techo no es mi idea de diversión.

Rodé los ojos y le lancé una almohada, que ella esquivó con una sonrisa.

¡Qué buena puntería, Corinne! Deberías ser arquera.

—Hey, estoy teniendo una parálisis mental aquí, así que no estoy de ánimos para salir y menos a un bar, Ems.

Emma se arrastró hacia mí como una hiena, con su cabello rubio cayendo en cascada mientras sus ojos verdes me examinaban detrás de sus anteojos.

—¿Sigues mal por lo de Luca?

Sentí un nudo en el estómago solo con escuchar su nombre. Las malditas mariposas se transformaban en cuervos arrancándome las entrañas.

—Necesito borrar de mi mente el desastre que fue hoy —suspiré—. Es obvio que él sabe que me gusta, y también es obvio que no le intereso.

Emma puso su mano frente a mi rostro como si eso fuera a detener mi negatividad.

—A ver, no puedes saberlo sólo por lo que pasó hoy, necesitamos más referencias.

—No necesito más humillaciones, gracias.

Sabía que me estaba pasando de dramática, pero no podía evitarlo. Me sentía como la mierda y, para variar, mi mente no podía enfocarse en otra cosa.

—Tratemos de pensar como él —empezó a decir—. Me has dicho que desde hace un mes él te mira, tú lo miras, y hasta ahí. Ninguno de los dos se ha atrevido a hablarle al otro; tal vez él piense que tú lo prefieres así.

Suspiré mientras me llevaba las manos a la cabeza. Tantas teorías sin respuesta acabarían con la poca cordura que me quedaba.

—Si sigo pensando en esto, se me va a estropear el cerebro.

Emma sonrió.

—Es por eso que debes llevarme al bar, es la mejor manera para distraerte y hacerme feliz.

—Déjame decirte que a veces, y sólo a veces, puedes llegar a ser peor que un grano en el culo, ¿lo sabías?

Emma se echó a reír, sin ninguna pizca de arrepentimiento.

—Por supuesto que sí, y yo también te quiero.

Sus pies volaron hacia mi armario habilidosamente y de un momento a otro ya tenía una montaña de ropa sobre mi cama. No quería destruir su buen humor, Emma se veía extremadamente feliz y yo amaba verla así. Le seguí la corriente y me probé los cuatro atuendos que ella había elegido para mí; al final optamos por el tercero.

Emma había escogido un vestido negro de encaje que se amoldaba perfectamente a su cuerpo, mientras que yo había optado por algo más sencillo: un par de jeans y una chaqueta. Por supuesto que la chaqueta tenía un diseño de piedras en la espalda, de no ser así, mi amiga no habría estado de acuerdo.

Terminamos de arreglarnos dejando mi cuarto hecho un desastre, uno que claramente no iba a arreglar hoy.

Bajamos las escaleras, el partido de fútbol estaba por acabar. Mi madre se encontraba sentada el sillón absorta en una revista de diseño de bodas, quizás buscando inspiración para la boda de su próximo cliente.

—¿A dónde van, niñas? —preguntó, bajando la revista de su rostro.

—Solo vamos a cenar —respondí con mi mejor sonrisa inocente—. ¿Puedo tomar tu auto?

—¿Y por qué no usas el tuyo? —preguntó ella, sin dejarse engañar tan fácilmente.

Mierda.

Luca había ocupado la totalidad de mi mente que había olvidado lo de mi coche. El golpe en la cajuela había sido lo suficientemente grande como para pasar desapercibido; lo había estacionado de manera estratégica para que no fuera visible, pero si lo movía, todo el esfuerzo habría sido en vano.

Sabía que tarde o temprano tendría que armarme de valor y decirle a mis padres, pero prefería la primera opción. Tarde.

Emma y yo intercambiamos miradas.

Piensa Corinne, piensa.

—Se ha quedado sin gasolina... —improvisé, rezando para que no hiciera más preguntas.

Mi madre me observó con cierta duda. Sentía que podía oler mi nerviosismo desde su lugar, pero justo en ese momento mi papá pegó un grito cuando su equipo anotó un nuevo gol. Mi mamá brincó del susto, y le aventó la revista a la cabeza; me tragué mi carcajada porque llamar su atención era lo que menos quería en estos momentos.

—Kat, me das miedo mujer —se quejó mi papá mientras se sobaba la nunca.

—Llevas toda la tarde gritando como loco, ¡contrólate! —pidió y sorbió lo que quedaba en su copa de vino.

—Ma... entonces, ¿me lo prestas?

Mi madre me observó por un segundo que se sintió eterno, antes de suspirar y lanzarme las llaves.

—Pero a las 12, de vuelta en casa, ¿entendido? —yo asentí—. Y, Emma, puedes quedarte a dormir si a tu mami no le molesta.

—Gracias señora.

—Siempre eres bienvenida—le dijo.

Salimos de mi casa casi corriendo, riendo por lo bajo. Si mi madre se las daba de curiosa, y salía a despedirnos, se daría cuenta que algo estaba mal. De por sí los gritos de mi padre al ver el fútbol la tenían con la histeria a tope, no necesitábamos agregarle un nivel de estrés más.




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