Mi padre continuaba fulminándome cada que el mecánico le mostraba las partes rotas de mi auto.
Sí, sabía que no estaría felicitándome cuando la cajuela estaba totalmente despedazada, pero podría ser, al menos, un poquito más gentil conmigo.
El mecánico intentaba creer que todo había sido por haber chocado contra un árbol, una pequeña mentira mía, aunque no parecía creérselo en lo más mínimo.
—Señorita, ¿está segura que se estampó contra un árbol? —volvió a preguntarme el mecánico y yo mentí por novena vez.
Por nada del mundo le diría que ese cabeza hueca me chocó, ¿por qué? Porque no planeaba pedirle dinero a Matías. Y menos con aquella actitud arrogante que tenía.
Además, tampoco me daban ganas de estar cerca de él después de la forma en que me había mirado ayer por la noche en medio de la carretera. ¿Y si él tenía algo que ver con lo que había pasado en Mango's?
Pfff claro que no, mente.
El chico se veía muy raro, eso sí, pero su rareza no llegaría a tal extremo, ¿o sí?
—Es que no creo que un simple árbol le haya dejado esta abolladura—continuó el mecánico.
—Hay árboles muy resistentes, agradezcamos a las modificaciones científicas —mi padre volvió a fulminarme y me callé.
Dios, sentía que ya no era más mi padre, sino un toro a punto de clavarme sus cuernos de manera lenta y dolorosa.
—Descuide, señor —intervino el mecánico—. Soy muy bueno en lo que hago y quedará como nuevo. Mire...
Nos guió a otra sección del taller.
Tomó un portafolio que mostraba el antes y el después de un Porsche negro, uno que reconocía a la perfección.
—Recibí esta chulada ayer en la tarde con el cofre golpeado y para hoy ya lo tengo como nuevo.
—¿Y cuánto tiempo le tomará al nuestro para quedar como nuevo? —preguntó mi papá mientras se quitaba los lentes que había utilizado para ver mejor la gran mierda que había provocado.
—Quizás unos tres o cuatro días, fue un golpe muy fuerte.
—¿Cuatro días? —mi padre lo miró incrédulo—. Ese auto lo reparó en un día, ¿cómo es que el de nosotros en cuatro días?
—Bueno, señor. No se puede comparar la resistencia de un Porsche con la de un sedan.
Mi padre bufó.
—Bien, sólo avíseme si lo tiene antes.
El mecánico asintió y salimos del taller.
En estos momentos estaba consciente de que mi padre no me dejaría tocar un carro de nuevo. Podría llamarse un milagro si me dejaba hacerlo. Además, no era la primera vez que hacía destrozos con algo que él me daba, pero en definitiva este era el desastre que más le costaría, o al menos por ahora.
Me subí en el asiento del copiloto formulando posibles respuestas a las que estaba segura que serían sus preguntas, sin embargo, la única pregunta que me hizo me tomó por sorpresa.
—Corinne Dérin. Dime algo con total honestidad —comenzó a decir—¿Estás consumiendo drogas?
—¿Qué? —lo observé indignada.
No podía creer que esa hubiera sido su única conclusión, las drogas. Y sí, estaba consciente que muchas veces me comportaba como una loca, pero esa no era razón suficiente para acusarme de ser drogadicta.
—No, claro que no.
—Entonces, explícame, ¿cómo diablos chocaste contra un árbol? ¿Pues a qué velocidad ibas para que destrozaras toda la cajuela?
Ese es el problema, que todo había sido culpa de Matías, pero yo ni siquiera pensaba decírselo, no si eso provocaría que me arrastrara hasta su casa para hacerlo pagar.
Esa podría ser una buena idea, pero no dejaría que él se saliera con la suya.
Él quería que yo lo buscara, que lo llamara, y si lo hacía jamás de los jamases intentaría actuar de otra forma que no fuera arrogante frente a mí. Yo no planeaba darle ese gusto.
—Lo siento, ¿okay? No volverá a suceder.
—Por supuesto que no volverá a suceder porque te confiscaré las llaves y tu licencia.
—Papá...
—Nada de papá. Te di un auto porque creí en tu responsabilidad, pero mira, casi te matas por un árbol... ¡Un árbol, Corinne!
—Lo sé, pero en mi defensa...—piensa Coco, piensa—. En mi defensa el árbol tuvo la culpa...
GE-NIAL.
Ahora quedarás como una loca. Vete preparando para ir al manicomio.
—¿El árbol tuvo...?
—Sí, el árbol —lo interrumpí ocultando la vergüenza que mi propia respuesta me provocaba—. Pero como tú siempre me echas la culpa a mí, jamás me creerás.
Había dejado a mi padre boquiabierto. No me importaba, sólo intentaba salvar mi pellejo... y mi licencia.
—La próxima vez Corinne te juro que sí te quito el auto.
Sonreí satisfecha. Hoy era de esas veces en las que me salía con la mía.
Llegamos a la casa en donde mi madre nos esperaba con la comida. Se suponía que después de recogerme en el instituto pasaríamos a la casa a comer, y después iríamos al mecánico. A mi padre no le importó el orden, aunque tampoco me quejaba.
Es decir, mi madre me había estado regañando desde que se enteró de lo que había pasado con mi auto, así que darle el tiempo suficiente para que procesara la información ayudaba a que su enojo se fuera aligerando.
—¿Y bien? —preguntó sentada en uno de los taburetes de la cocina.
—En cuatro días nos lo da —mi padre llegó a su lado y besó su frente—. Mmm, ¿has cambiado de Shampoo?
—¿Lo notaste? Según reduce las canas.
—Tú no necesitas eso, querida. Fuiste, eres y siempre serás perfecta para mí.
Comenzaron a besarse y yo los miré con incomodidad.
—¿Hola? Hay menores aquí —interrumpí. Ellos se detuvieron sonriendo como dos locos enamorados.
—Cielo, ¿cómo te ha ido en la escuela? —preguntó mi madre.
—Pues bien —me dirigí al refrigerador para sacar la jarra de agua—. Han despedido a la profesora de historia.
—¿Y eso es algo bueno? —conocía ese timbre de voz. Me encogí de hombros ignorando que mi madre me tenía en la mira.
—Casi no asistía —y cuando lo hacían nos daba las clases más aburridas del universo, por supuesto que era algo bueno—. Nos perdimos muchas clases, así que creo que fue lo mejor.
Dejé la jarra en la mesa y fui a buscar los vasos.
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Editado: 22.10.2024