Lobo

4. “Tu corazón late de manera diferente”.

Mi corazón latía desenfrenado y mis pies se habían quedado plantados en el suelo. No parecían querer despegarse de ahí.

Vamos, Corinne. No seas cobarde.

Pero... lo era. Al menos en este momento.

Luca seguía de pie al final del pasillo, observándome. Era como si analizara hasta cuántas veces estaba respirando por minuto. Tenía los brazos cruzados y se había recargado en la pared.

¿Qué acaso no se daba cuenta que me estaba asustando?

El jueguito de las miradas se había quedado atrás, ahora estaba viendo las cosas desde otro ángulo. Luca había estado en Mango's Bar y también a mitad de la carretera esa misma noche, con Diego y Matías.

También nos había estado observando a Sandra y a mí de una manera peculiar en la cafetería. Todas esas razones habían incrementado el nivel de desconfianza. Y ahora que estábamos solos en el pasillo, separados por un par de pasos, me había montado toda una película de terror. Pero no, lo ignoré y seguí de largo.

Luca me tomó del brazo y me hizo girar.

Este chico era un iceberg. Duro y frío.

Y, santa mierda, sus labios estaban a centímetros de mí, y su rostro no me podía parecer más bello. ¿Iba a hablarme? Por primera vez...

En serio, deja de pensar en él.

No puedo. ¡Me está tocando el brazo!

—¿Por qué me miras así?

—¿Así cómo?

—Con miedo.

Me atraganté con mi propia saliva, pero él no le dio importancia. Seguía firme, en búsqueda de respuestas.

—No sé de qué estás hablando.

—Tu corazón... —su dedo índice lo señaló, tan cerca que casi podía rozar la tela de mi blusa—... late de manera diferente.

—¿Cómo podrías saber eso?

—Sólo lo sé —aseguró—. Haces bien en temerme, pero debes saber que nunca te lastimaría.

Eso no nos tranquiliza, Corinne. Mejor corre.

—Te vi aquella noche —solté de repente y él apretó la mandíbula—. Y Sandra también te vio, dentro del bar.

—Fui a buscar a Diego —se excusó encogiéndose de hombros—. Me enteré que un par de idiotas lo estaban molestando. Lo dejaron tirado y golpeado a mitad de la calle.

Recordé cuando mis faros lo habían alumbrado. Era verdad que Diego lucía como si acabara de ser golpeado.

—¿Y qué hay de Matías? ¿Por qué también estaba ahí?

Él entornó los ojos ante la pregunta.

—Es mi primo, así como Diego.

Oh. Vaya.

Mi mente no lo procesaba.

¿Acaso eres idiota o qué?

—¿O sea que...?

—Nuestras madres son hermanas.

Por eso tienen buenos genes...

¡Ya basta, Corinne! Por favor.

Me incorporé nuevamente, recuperando la confianza. Su historia tenía algo de lógica, aunque eso no quitaba que hubieran tantas coincidencias para ser verdad. No estaba segura de si debería confiar en sus palabras, después de todo, yo no lo conocía.

Habíamos compartido clases todo el semestre, pero jamás habíamos hablado ni hecho otra cosa más allá de mirarnos como un par de retorcidos sin nada mejor que hacer.

—¿Cómo conoces a Matías? —preguntó.

—No lo conozco —dije de inmediato—. Su auto chocó contra el mío y así descubrí que no era más que un patán.

Sus labios se curvaron hacia arriba. ¡Estaba riendo!

—Sí. En eso tienes razón.

Nuestros ojos se volvieron a encontrar y sentí una chispa recorrerme entera. No sabía si estaba alucinando, pero en estos momentos su mirada era tan dulce que me desconectaba de mis sentidos.

Era como si todo el armamento que había puesto alrededor de mí hubiera desaparecido, y lo único que me importaba era perderme en sus ojos cafés. Yo no era la única.

Sus ojos parecían estar hipnotizados por mis labios. Vi cómo bajaron hacia ellos, y yo imité su acción. Los suyos lucían carnosos y húmedos. Quería probarlos, pero no podía ceder. No sabiendo que toda nuestra interacción se había basado en miradas y mucho menos cuando había entendido que todo él era una burbuja de misterios.

No sabía nada de él.

No podía ser tan fácil, maldita sea.

Su nariz comenzó a rozar contra la mía y a mí no me podía encantar más ese tacto. En contra de mis deseos, lo alejé. Había empujado suavemente su pecho. Él me miró con cierta confusión hasta que se dio cuenta de lo que hubiera sucedido si no lo hubiera detenido.

—Mierda, no pienses que mis intenciones contigo son malas —se mordió el labio—. Bien, sí. Acepto que quería besarte, lo lamento. No sé qué me pasó.

—Vale, está bien...

—No, no está bien —cerró los ojos de golpe como si lo que estuviera a punto de decirme fuera un crimen—. Creo que me gustas.

—Oh —solté de puro asombro. Lo había dicho tan repentinamente que mi cerebro no procesaba lo que acababa de escuchar.

Sus ojos volvieron a encontrarse con los míos y yo sentía que pronto iba a dejar de respirar por la emoción de tenerlo tan cerca.

Luca apartó la mirada y cuando lo hizo, volvió a ser aquel Luca serio, ese que no dejaría a nadie acercarse. El cambio en su semblante me hizo cuestionarme si todo esto había sido un sueño.

Todo se esfumó cuando dio media vuelta y se perdió por el pasillo, dejándome con una extraña sensación de vacío.

(...)

El resto de las clases mi mente se había quedado congelada y en lo único en lo que podía pensar era en Luca.

Como si eso fuera una novedad...

Él me había hablado, lo había visto sonreír, ¡había confesado que le gustaba! Y después...

Exacto. No había un después porque él se había largado.

Cuando se lo conté a Emma no hizo nada más que pronunciar un horrible te lo dije, haciendo referencia a su comentario respecto a que Luca no tenía nada de dulce, ni mucho menos de bueno. Luego me había convencido de acompañarla al instituto vecino en donde se había quedado de ver con Román y me pareció la mejor opción para distraer la mente.

No sabía cuándo habían avanzado tanto en su relación ellos dos, si se le podía llamar así, pero me daba gusto por Emma. ella lucía muy feliz.




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