Lobos

Cuento, parte única

Lobos

Rictuss Bartoccetti

—¡Alto ahí! —grita el uniformado, apuntándole con su fusil. La adolescente se queda quieta. La luna acuchilla el bosque con rayos azules. El capuchón impide ver el rostro de la desconocida.

—¡Ahora, lentamente, descubra sus manos y póngalas hacia arriba!

La muchacha se mueve muy despacio, pero, de un momento a otro, sin darle tiempo al soldado de reaccionar, se tira al suelo al tiempo que desenfunda su arma. Las detonaciones se escuchan con eco; de los cuatro disparos le acierta dos que son suficientes. El soldado cae hacia atrás sin soltar su arma. Se escucha al instante la sirena de emergencia del campamento y tras ella, el ruido de varias voces, ramas quebrándose junto con el ladrar de los perros en gran agitación. La luz de las linternas penetra por entre los árboles cada vez más cerca. La muchacha está perdida. El corazón le late a mil por hora. Aprieta su arma con una mano y con la otra el sobre rojo que está dispuesta a defender con su vida. Las linternas la van rodeando. Están cada vez más cerca, más cerca. Retrocede sin saber qué hacer. Se le escapan las lágrimas. Se da la vuelta dispuesta a correr, pero sus pies resbalan. Rueda. El mundo gira. Las piedras se le incrustan en las costillas. Gime… pronto acaba todo.

Allá arriba se ven las luces como si atravesaran la luna. Está viva de milagro, le duele todo, pero no hay tiempo que perder; se incorpora lentamente y, cojeando, se pone en marcha de nuevo. No cabe duda, el general tenía razón cuando le encomendó la misión.

***

En un callejón estrecho y obscuro se ve una casucha. Una luz amarillenta y mortecina se cuela por las rendijas de puertas y ventanas. La fachada ostenta un letrero trabajado toscamente en madera que reza: “zapatero”.

Charly trabaja en el taller; ahora mismo está en el mesón peleando por sacarle la suela a un par de botas. Pegadas a las paredes del cuartucho hay varias estanterías llenas de diversos modelos de zapatos en espera de que les vuelva a colocar las suelas. Pronto se ve interrumpido por tres golpes en la puerta y, después de un breve silencio, otros dos más. Charly sabe que es la contraseña. Abre presuroso. La figura entra sin parsimonia alguna. Luego, el zapatero se asoma afuera para ver si no la siguen.

—Pensé que no llegabas.

—Tuve un contratiempo en el bosque.

—Pero, traes el sobre, ¿cierto? Ven, siéntate.

—Claro. Si no llega el sobre, no llego yo tampoco.

—¡Excelente!

La recién llegada se quita el grueso capuchón que le cubre el rostro por completo y Charly no puede evitar comentar:

—¡Pero si apenas eres una niña!

Ella inclina el rostro como avergonzada por serlo.

—No, no te sientas mal. Eres una niña muy valiente y te aseguro que tus esfuerzos serán recompensados. Ahora, no hay tiempo que perder. Ella sabe a lo que se refiere. Saca de entre su ropa un enorme sobre y lo deposita en la mesa. Charly se levanta, va a la cocina y regresa en un santiamén.

—Has de estar hambrienta —dice, extendiéndole un plato con un trozo de pan y queso —. Ten, come algo. Esos malditos lobos alemanes te han hecho la vida imposible.

Ella asiente con la boca llena.

—Lo bueno es que has llegado.

Charly desocupa un lado de la mesa y pone ahí el sobre.

—Mira —le dice, levantando la bota sobre la que trabajaba hace un momento —, aquí vamos a transportar esto que has traído, en cada uno de estos pares de zapatos, y nos encargaremos de llevarlo hasta Rusia. Dios quiera que todo nos vaya bien.

Ella no dice nada. Sigue dando cuenta del pan y del queso. Está hambrienta. Charly saca de un cajón del escritorio una larga y amarillenta hoja de papel, corre el tintero y se dispone a escribir.

—¿Sabías que en mi tiempo libre también escribo?

—Ah, qué bien —atina a decir ella, más por educación que por pensar que en realidad está bien. Al fin y al cabo, a quién le importa aquello.

—Sí, y tengo una idea en mente. Quiero escribir sobre ti, ¿qué te parece?

Ella se encoge de hombros. Charly saca el contenido del sobre rojo. El logotipo y la primera impresión que le causó la niña le dan una idea. Busca un título para su cuento paseando la vista por el sobre rojo que tiene plasmada una hoz y un martillo y escribe subrayado la última palabra: Caperucita “roja”, por Charles Perrault.




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