El jefe mercenario tenía un aspecto respetable, poco propenso a la verborrea excesiva. Era un cosaco robusto de mediana edad que había visto muchas cosas en su vida y ahora sabía exactamente qué esperar de ella y en qué gastarla. Es severo y sin pelos en la lengua. Y muy parecido a Taras Bulba. No en una película americana, sino en la portada de un libro.
- Enhorabuena, señor. ¿Los chicos dicen que quieres contratar soldados?
- «Tengo ese deseo», imité con una leve reverencia, «pero que sea posible depende de ti, Ataman».
- Es razonable. Veamos. ¿A quién contratarás? ¿Soldados a pie, arqueros o caballería?
- Me gustaría jinetes, si nos ponemos de acuerdo en el precio -respondí sin vacilar. Ya me había dado cuenta de que en este juego, y para mí en el mundo, un jinete no es amigo de un hombre a pie.
- Contratar a un jinete con el equipo más sencillo costará trescientas monedas. Por este dinero, recibirá un caballo de carga, una lanza sencilla, un arco sencillo y ropas de recién llegado.
- «No es mucho...», me rasqué la nuca, «pero el precio está bien. De acuerdo. Tomaré cinco. Si todo va bien, encontraremos ropa nueva en poco tiempo.
- Trato hecho...
Mil quinientas monedas fueron a parar al atamán. Y cinco jinetes cabalgaron hacia mí. Jóvenes, calvos. Sólo se diferenciaban de los campesinos en que se sentaban en la silla como un guante y sostenían sus lanzas no en el bosque, no para hacer leña, sino como si estuvieran desfilando: erguidas.
- ¿Quieres algo más?
- Hmm... Ya que es tan importante. Quizá no deberíamos confiar en el destino, sino equipar mejor a los soldados -decidí seguir pujando-. No en vano dicen que el avaro paga dos veces.
- Si las monedas de tu cartera tintinean... -el atamán asintió con la cabeza-, puedes hacer mucho. ¿Qué quieres cambiar?
- Bueno, para empezar, no estaría de más cambiarlas por caballos mejores. Con estos no se gana mucho. No necesitamos escoltar carros tirados por bueyes.
- Podemos hacerlo. Si transfieres a todos a caballos de montar, tendrás que pagar otras quinientas monedas. Por caballos de carreras, otras mil. A cada caballo de guerra, como el tuyo, dos y medio. Y para los pura sangre...
- Creo que primero nos centraremos en los caballos de montar. Otro día me ocuparé de los caballos de guerra. Aquellos que se probarán a sí mismos en la batalla. Y viven.
- Muy inteligente...
He perdido otros cincuenta mil, y mis mercenarios han recibido nuevos caballos.
- ¿Quieres cambiar algo?
- Pónganse sombreros en la cabeza...
- Los sombreros cosacos te costarán cien por todos. Un klobuk cosido - uno y medio. Una mishurka tártara - doscientos. Una capucha de cota de malla - trescientos. Un sombrero con ala de cota de malla - quinientos.
- Creo que por ahora, la misiurka será suficiente.
El palo «20» a la protección de la cabeza no es «5» o «10», como en los dos primeros. Así que, si voy a pagar, prefiero pagar por algo decente.
- ¿Algo más?
- Una mejor armadura definitivamente ayudaría...
- Una capa - doscientos cincuenta. Una túnica cosida - quinientos. Una cota de malla ligera, mil... Una cota de malla...
- La cota de malla es suficiente», no escuché más. «Más 30 a la protección del cuerpo es una bonificación bastante decente. La armadura vale 35, pero mi piel no es de goma, y pronto rasparé el fondo con los dedos.
- Como desee, señor. ¿Algo más?
- ¿Tienes botas más fuertes?
- Botas de yema - cien. Botas de mercenario - doscientas. Botas de noble, quinientas. Botas de reitar - mil. Botas de raittar reforzadas - mil quinientas.
- Noble...
Las botas eran aún más sencillas. Cada tipo aumentaba la protección en sólo 2-3 puntos. Comparado con los 5 iniciales. Así que 9 es bastante decente y relativamente barato.
- ¿Tienes alguna otra sugerencia?
- ¿Se puede cambiar el arma?
- ¿Qué tipo de arma?
- ¿Tiene mejores lanzas? En lugar de estos palos con punta quemada en el fuego.
- Por supuesto. Añade cincuenta y las reemplazaremos por lanzas de ceniza. Con puntas de acero.
- Cámbialas. Y arcos por los de fabricación propia... Hoy en día sólo los pastores tártaros salen de campaña con arcos.
- Muy listo. Me debes otros mil. Pero tendrás las hachas junto con la munición.
- Es un trato...
En total, perdí casi cinco mil, pero ahora me enfrentaba a un grupo de guerreros de verdad, no a milicianos que habían salido corriendo de casa sin nada puesto.
- «¿Quiere algo más, señor?
- «Medio reino, por lo menos», resoplé, encogiéndome de hombros, «pero no tengo con qué envolverlo. Ya me pasaré otro día. Uno de estos días... Tú cocinas.
El atamán agradeció la broma. Se alisó el bigote y sonrió.
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Editado: 20.02.2025