Locura de amar

Capítulo 7: La Primera Forma

El bloque de arcilla ya no era un bloque. Era un campo de batalla, un paisaje lunar creado por sus propias manos. Elena jadeaba, no por el esfuerzo físico, que era real, sino por la descarga adrenalínica de haber transgredido una norma tan profundamente arraigada en ella: el orden.

Axel no le dio tiempo para reflexionar.

—Bien—repitió, y la palabra sonó distinta, más técnica, como el de un maestro al ver que su alumno ha logrado afilar correctamente la primera herramienta—. Ahora, siéntate.

Ella obedeció, desconcertada, en el taburete que él indicó frente a la mesa de trabajo. Sus manos, embarradas hasta las muñecas, reposaban sobre sus muslos, manchando la seda clara de su camiseta. No se inmutó.

Axel se colocó detrás de ella, no tocándola, pero su presencia era una presión tangible en el espacio. Su voz sonaba cerca de su oído, baja y directiva.

—Cierra los ojos.

Elena cerró los ojos.La oscuridad se llenó del olor a tierra húmeda y café.

—Esa masa que has hecho no es fea.Es honesta. Es puro potencial. Ahora, quiero que pongas las manos sobre ella otra vez. Pero no para destruir. Para sentir. Siente sus grietas, sus picos, sus huecos. Es un mapa. Y tú eres la topógrafa.

Elena extendió las manos y posó las palmas sobre la superficie fría y irregular. Siguió el contorno de un desgarro, la suavidad relativa de una zona que había sido comprimida.

—Respira—ordenó Axel—. Y dime qué sientes. No lo pienses. Di la primera palabra que te venga a la mente.

Elena frunció el cejo, luchando contra su mente analítica.

—…Desigual—susurró.

—Bien.Sigue.

—Frío.Húmedo. Salvaje.

—¿Y qué hace lo salvaje?

Elena dudó.—…Resiste.

—Exacto. Resiste. No se deja dominar fácilmente. Tu trabajo no es domarlo. Es bailar con su resistencia. Ahora, abre los ojos.

Elena lo hizo. La arcilla parecía diferente. Ya no era un desastre, era un conjunto de accidentes esperando una dirección.

—Toma la espátula—él señaló una herramienta de madera y metal—. No vas a esculpir un rostro o un animal. Es demasiado pronto para los símbolos. Vas a esculpir una sensación. La sensación que tuviste cuando rompiste el vaso. No la rabia. La liberación.

La tarea era a la vez abstracta y concreta. ¿Cómo se esculpe la liberación? Elena tomó la espátula con torpeza. Sus primeros movimientos fueron tímidos, raspando la superficie. Axel observaba en silencio, sin criticar. Ella se sumergió en la tarea, frustrándose, deteniéndose, volviendo a empezar. No era sobre el resultado, lo sabía, era sobre el acto. Hundió los dedos en la arcilla, usando las manos tanto como la herramienta. Empujó, ahuecó, alisó una zona mientras afilaba otra.

Sin darse cuenta, el mundo exterior se desvaneció. No existían Daniel, la galería, las cenas perfectas. Solo existía el diálogo táctil entre sus manos y la materia resistente. Un sudor perló su frente y se lo secó con el dorso de la mano, dejando un rastro de barro. No le importó.

Después de un tiempo que pudo ser una hora o cinco, se detuvo. Jadeaba. Ante ella, la arcilla ya no era un caos amorfo. Tenía una protuberancia que se elevaba como una ola a punto de romper, y un hueco profundo que parecía contener un suspiro. Era tosca, primitiva, pero tenía un movimiento, una energía que antes no estaba allí.

—Ya está —dijo, exhausta.

Axel se acercó y rodeó la mesa, observando su trabajo desde todos los ángulos. Su silencio era insoportable. Finalmente, asintió.

—Es un comienzo.Tiene impulso. Has captado la tensión de la liberación, el instante justo antes del estallido. Es más de lo que la mayoría logra en su primer año.

Elena sintió una oleada de calor en el pecho que nada tenía que ver con la vergüenza o la ansiedad. Era orgullo. Un orgullo crudo, ganado con el esfuerzo de sus músculos y la rendición de su mente.

Fue entonces cuando el zumbido insistente llegó a su conciencia. Su teléfono, enterrado en su bolso, vibraba contra la pata de la silla donde había dejado su jersey. La realidad irrumpió como un martillazo.

Axel la miró, y por primera vez esa noche, había algo que parecía lástima en sus ojos.

—Es tu vida llamando,aprendiz. Tienes que decidir si contestas o no.

Elena se levantó, las piernas entumecidas. Caminó hasta el bolso con la pesadez de un sueño. Sacó el teléfono. La pantalla iluminaba la penumbra: Daniel (17 Llamadas perdidas).

Un nudo de hielo se formó en su estómago. Miró por la ventana del estudio. Afuera era noche cerrada. Había perdido por completo la noción del tiempo.

—Tengo que irme —dijo, su voz extraña en sus propios oídos.

Axel no la detuvo. Solo asintió.

—La lección termina cuando sales por esa puerta.Lo que hagas con ella es tu tarea.

Elena se puso el jersey de cachemira sobre la camiseta manchada. Se calzó los tacones, sintiendo la grotesca incongruencia. Recogió su bolso y caminó hacia la puerta sin mirar atrás. Al cruzar el umbral, el aire frío de la noche la golpeó. Olía a lluvia y a asfalto, no a polvo y potencial.

Caminó por la calle desierta, sintiendo la aspereza del cemento a través de las finas suelas de sus zapatos. Se vio reflejada en el escaparate oscuro de una tienda: una mujer pálida, con el cabello revuelto, manchas de barro secándose en la ropa cara y en los brazos. Sus ojos, amplios y con una luz que no habían tenido en semanas, la miraban fijamente desde el cristal.

No reconocía a la mujer que la devolvía la mirada. Y la parte de ella que sí lo hacía, la que había planificado cenas y sonreído en galerías, le tenía miedo.




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