Locura de amar

Epílogo: El Eco de la Tierra en una Tienda de Cristal

Años después.

La tienda era un santuario del lujo y la ostentación. "Arcilla Celestial", rezaba el nombre en letras plateadas y discretas. En el interior, el aire olía a cuero caro y a un perfume francés de notas amaderadas. Las vitrinas, iluminadas como altares, exhibían piezas de cerámica de diseñadores famosos, cuyos precios podían pagar la hipoteca de un apartamento pequeño. Todo era impecable, frío y perfecto.

Javier, un joven de mirada curiosa y ropa que, sin ser ostentosa, delataba una educación esmerada, observaba un jarrón japonés de esmalte raku con un precio que le hizo parpadear. Estaba allí por encargo de su madre, una coleccionista obsesiva de lo "exclusivo".

La campanilla de la puerta sonó. Entraron un hombre y una joven. El hombre, de unos cincuenta y tantos, llevaba un traje que había sido elegante hace una década, ahora ligeramente deslucido en los puños y las perneras. Caminaba con una rigidez que sugería orgullo herido o alcohol. Era Daniel. De la mano lo seguía una chica de tal vez diecisiete años, Clara, sus ojos grandes absorbían la opulencia del lugar con una mezcla de anhelo y timidez. Su vestido era sencillo, demasiado sencillo para un lugar así.

Daniel se acercó a una vitrina y señaló una taza minúscula.

—Quizás para tu madre—dijo,su voz un poco ronca.

Clara asintió en silencio,pero su mirada se desvió hacia donde estaba Javier. El joven, al notarla, le ofreció una sonrisa amable. Ella enrojeció.

Fue en ese momento cuando la puerta del traspatio de la tienda se abrió y entró la dueña, acompañada por dos figuras que todos los clientes habituales reconocían al instante: Axel y Elena.

El tiempo pareció detenerse para Daniel.

Elena no era la mujer quebrantada que recordaba. Llevaba el pelo más largo, recogido en un moño desenfadado del que se escapaban algunos rizos grises que no se molestaba en teñir. Su ropa era de lino holgado y algodón, manchada aquí y allá de pintura y barro seco. Pero era su porte lo que impactaba: una serenidad absoluta, una autoridad tranquila que emanaba de cada gesto. Axel, a su lado, era su roca, su cómplice. Llevaba a su hijo pequeño, León, ahora un niño de unos cinco años, sentado sobre sus hombros, riendo.

Eran "Los Bardem", los artistas cuyas piezas "imperfectas" y llenas de alma se cotizaban en subastas internacionales y llenaban exposiciones en galerías de todo el mundo. La dueña de la tienda les hablaba con un respeto casi reverencial.

Clara, ignorando por completo la tensión que acababa de entrar en la habitación, susurró emocionada a su padre:

—¡Papá,son ellos! ¡Los que vimos en la revista!

Daniel no podía apartar la mirada de Elena. Y entonces, ella lo vio.

No hubo un sobresalto, ni un parpadeo de sorpresa. Solo un reconocimiento lento y profundo. Axel, al notrarlo, puso una mano protectora en la espalda de su esposa, pero ella le dirigió una mirada calmada: "Está bien".

—Daniel—dijo Elena, con una voz que era más grave, más terrosa que la que él recordaba.

—Elena—logró articular él, sintiendo el peso de cada año de amargura y arrepentimiento en esa sola palabra.

La dueña, captando la incómoda situación, se llevó a Axel y al pequeño León a mostrarle una pieza, dejándolos en un incómodo círculo. Javier y Clara se acercaron, curiosos.

—Es... es un gusto verte—mintió Daniel—. He oído hablar de tu éxito.

—Y yo he sabido de ti—respondió ella,sin acritud. Su mirada se posó en Clara—. Esta debe ser tu hija. Es preciosa.

Clara, valiéndose de una audacia juvenil, se dirigió a Javier.

—Tus padres...son increíbles. Su obra "El Abrazo del Río" es mi favorita.

Javier sonrió, encantado.

—Gracias.Mis padres son... especiales. Nuestra casa es un caos maravilloso de barro y proyectos.

Daniel observaba la interacción, luego miró a Elena. La envidia era un veneno amargo en su garganta, pero por debajo de ella, había una tristeza más profunda.

—Perdí casi todo,Elena—confesó en un susurro, como si la derrota finalmente le pesara demasiado—. Mi esposa... me dejó el año pasado. Las cosas no... no salieron como planeé.

Elena lo miró, y en sus ojos no había triunfo, ni siquiera lástima. Había una comprensión serena.

—La vida rara vez sale como planeamos,Daniel. A veces, lo que creemos que es el final es solo el comienzo de un diseño diferente.

—¿Me... perdonas?—la pregunta salió de él como un suspiro, cargada de alcohol y remordimientos.

Elena tomó un momento, observando sus propias manos, marcadas por el oficio que la había salvado.

—Te perdono hace mucho tiempo—dijo con suavidad—.No por ti. Por mí. Para poder vivir en paz. Lo que pasó... fue la grieta necesaria. Fue la lección brutal que necesitaba para aprender a ser fuerte, para encontrar mi propia tierra. Sin esa ruptura, no habría encontrado a Axel, no tendría a León, no sería... esto.

"No serías feliz", completó Daniel en silencio, y por primera vez, lo entendió. No era que él hubiera sido un mal capítulo en su vida; había sido el horno que, con un calor insoportable, había cocido la arcilla débil en la mujer fuerte que tenía frente a él.

Axel regresó, tomando la mano de Elena. El gesto era natural, posesivo y amoroso.

—Cariño,tenemos que irnos. León tiene que merendar.

Elena asintió. Se despidió de la dueña, luego miró a Daniel y a Clara por última vez.

—Cuídense—dijo,y fue una bendición, un cierre.

Salieron de la tienda, sumergiéndose en la luz del atardecer. Daniel los vio alejarse, a Axel cargando a su hijo, a Elena riendo de algo que él le decía al oído. Eran un mosaico de felicidad, imperfecto y completo.

Clara, con los ojos brillantes, tomó la mano de su padre.

—¿Viste,papá? Ella dijo que mi favorita era "El Abrazo del Río". ¡Fue tan amable!

Javier, que se había quedado cerca, añadió:

—Son así.Mi madre dice que el arte no sirve de nada si no se comparte con amabilidad.




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