—Cómo murió Cinthya? –le preguntó Heather a Richard al final de la tarde, el sol se iba metiendo, pero ellos permanecían en la enorme sala acristalada desde donde aún entraba la luz.
Ambos hombres alzaron la mirada; Raphael, porque no recordaba haberle dado el nombre de su abuela, y Richard sorprendido de que a su nuera le interesaran esos detalles de su familia.
—Ah, este chico aún no había nacido –contestó Richard—. Cáncer. Cáncer de mama.
—Vaya, lo siento –contestó Heather un poco impresionada. Raphael tenía veintiséis años, y si había muerto antes, indicaba que había sido a sus cincuenta, o antes… muy joven, a su parecer.
—Fue bastante duro para la familia –siguió Richard—. En un momento ella estaba muy bien, llena de vida y de la alegría que la caracterizaba –Heather lo miró sintiendo la tristeza en las palabras de Richard—, y en otro momento, paff! Nada. Ya no era ella, ya no había nada de la Cinthya sonriente. El cáncer la consumió en menos de tres meses –Heather pestañeó repetidas veces intentando ahuyentar las lágrimas.
—Fue bastante… rápido.
—Ah, pero no por eso menos doloroso, créeme. Y el viejo Ralph murió porque ya estaba muy viejo. Un paro cardiaco.
—Igual que yo –susurró Heather sin pensar, pero no lo suficientemente bajo como para que Raphael no escuchara.
— ¿Cómo?
— ¡Que mi abuela! Igual que mi abuela –se apresuró a corregir—; la mamá de Phillip, quiero decir, mi padre… murió así… Me lo contó Georgina… digo, mamá… ¡No sé ni lo que estoy diciendo!
—Heather, ¿te sientes bien?
—No…Yo, ah…
—Sácala al jardín a que tome aire –sugirió Richard, mirándola preocupado—. ¿No dices que hace poco sufrió un accidente?
—Ven—. Raphael le ofreció su mano y la condujo al jardín.
Heather se dejó guiar y caminó unos pasos respirando profundo, intentando que el aire se quedara en sus pulmones y las lágrimas no salieran.
Miró en derredor, Raphael no estaba; se hallaba sola en el jardín.
Eres Heather, eres Heather, se repetía. No te puede afectar cómo fue la vida de Ralph y Cinthya, porque eres Heather, la prometida de Raphael… su nieto.
Oh, Dios.
Respiró hondo, y a pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar que las lágrimas salieran, y es que simplemente no era capaz de imaginarse a Cinthya en el estado en que Richard se la había descrito, y fue cuando cayó en cuenta de lo mucho que la había echado de menos todos esos años. Con el matrimonio entre Ralph y Cinthya ella no sólo había perdido al amor de su vida, sino también a su mejor amiga.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, inhalando y exhalando, tratando de sincronizarse con Heather.
Poco a poco, la quietud del paisaje logró calmarla, logró tomar distancia entre Samantha y Heather y logró establecerse justo en el medio, su punto de equilibrio. Cinthya y Ralph eran parte de su pasado. Su presente era extraño, y actualmente sólo había una persona con la que podía hablar de aquello, pero no podía enloquecer. Tenía que ser fuerte.
Se quedó mirando en derredor a medida que su agitado corazón volvía a sus latidos normales, y se permitió mirar en derredor y admirar el jardín, que era hermoso; la piscina era curva, no cuadrada, y en dos de sus extremos tenía palmeras que decoraban y daban sombra. Alrededor, las tumbonas esperaban a alguien que se echara sobre ellas, y hacia una de ellas caminó.
—Ten –le dijo Raphael, ofreciéndole un vaso de cristal con un líquido ambarino. Ella se puso en pie de un salto, nerviosa como estaba, lo recibió y se bebió la mitad casi de un trago—. Hey, despacio, que no es agua –Heather tosió poco decorosamente—. No estás bien.
—No, es sólo que… ¡estoy nerviosa! La fiesta… no sabía que fuera a ser tan complicado.
—Sí, la fiesta –repitió él poco convencido—. Pero si es eso, no te preocupes. No la harás sola –ella lo miró interrogante—. Puedo poner a tu disposición a varias personas para que hagan equipo contigo –dijo él.
— ¿De verdad?
—Así no tendrás que hacerlo todo por ti misma.
—Oh, Raph! –ella lo abrazó. Y él aprovechó un poco el momento para apretarla contra su cuerpo. Cuando ella se retiró, él hizo pucheros.