Locura de amor

-16-

 

—Está bien, entonces primero los Alpes Suizos –dijo Heather apuntando en una pequeña libreta el itinerario. Raphael había decidido tomarse dos semanas de tiempo fuera del trabajo.  Estaban sentados en la sala acristalada, ella con la libreta en la mano sentada en un cómodo sofá, él con la cabeza apoyada en su regazo y sosteniendo un iPad, mientras navegaba en internet y buscaba los sitios que ambos iban sugiriendo.

—Nunca he ido a los Alpes suizos.

—Yo sí que menos… al menos que yo recuerde –se apresuró en corregir ella, y Raphael sólo sonrió.

—Tenemos que ir a Venecia, mira –dijo él señalándole las fotografías de las góndolas—. Dicen que huele a alcantarilla, pero no podemos dejar de ir—. Ella se echó a reír.

—Las Vegas. ¿Has ido?

—Sí, he ido.

—Ah…

—Pero volveré a ir por ti.

—Gracias—. Ella se quedó callada un momento, y él movió la cabeza para ver a qué se debía. Heather tenía los labios apretados—. Me gustaría conocer Escocia.

—¿Escocia? ¿Qué tiene de especial?

—Es que… últimamente he leído muchas novelas medievales, y… no sé, quisiera conocer un castillo feudal de verdad.

—Entonces vamos a Escocia, y nos hospedaremos en un castillo.

—¡No tienes un castillo!

—Pero tengo amigos que sí. ¿Algún otro sitio? –Ahora Heather estaba sonriendo.

—No lo sé, tú insistes en dejar París para la luna de miel.

—Es porque sé que no hablas francés, y si un franchute de esos quiere conquistarte, no va a poder.

— ¡No van a intentar conquistarme!

—Eres la mujer más hermosa del mundo, obviamente lo intentarán.

—Estás loco.

— ¿Río de Janeiro? –preguntó Raphael para distraerla.

— ¿Río? Caray… no se me había ocurrido.

Raphael simplemente sonrió.

—Sería genial ir en carnavales, ¿no te parece?

—Será la locura, más bien –él no dejó de sonreír.

—Tus padres me van a acusar por acapararte –dijo él de repente, cambiando de tema—. Primero, casi no has salido de mi casa estas últimas semanas; segundo, pienso llevarte a un viaje por el mundo…

—Ni lo habrán notado. Creo que al contrario, estarán felices de que les deje la casa para ellos solos.

— ¿Ah, sí? –preguntó él elevando la mirada hasta ella. Heather sonrió con picardía.

—Mamá cambió de look, y también su forma de vestir. Tal vez en este momento están en plena reconciliación. No quiero estar allí para interrumpirlos—. Raphael alzó sus cejas.

—Muy razonable. Estoy de acuerdo. Tendrás que quedarte aquí más tiempo, no es que me haga feliz pero… ¡auch! –exclamó cuando Heather enterró sus nudillos en sus costillas.

—Admítelo. Estás encantado de que me quede acá.

—Sólo por el sexo. ¡Aaauch! –volvió a gritar.

 

 

Phillip entró a la casa, subió las escaleras de a dos escalones por vez y caminó directo a la habitación sabiendo que allí la encontraría; pero estaba vacía. Caminó hasta el cuarto de baño. Sus cosas estaban allí, pero ella no.

— ¿Georgina? –llamó.

Bajó de nuevo las escaleras, buscándola por toda la casa, hasta que preguntó al servicio y le dijeron que estaba en el jardín.

Phillip la halló en la oscuridad, con una botella en la mano, y mirando el vacío.

—Georgina –dijo él suavemente—. Tenemos que hablar.

—Sí, supongo que sí –ella sonaba más calmada, y Phillip aspiró hondo, tratando de normalizar su respiración. Esperaba que le gritara cosas, y se pusiera imposible, pero al parecer, podrían tener una conversación razonable. Se acercó poco a poco hasta ella.

— ¿Estás ebria? –Georgina se echó a reír.




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