Locura de amor

-17-

 

Keith estuvo atisbando los alrededores del Hospital General de San Francisco por varios días, varias semanas, hasta que al fin la vio.

La seguridad de la mansión era demasiada como para sobrepasarla, así que tuvo que idearse un plan para verla en otro lugar, y el más público era el hospital.  Una mañana al fin tuvo suerte, y la vio bajar del automóvil de la casa, conducido por un hombre que debía ser su chófer. Se preguntaba por qué usaba un chófer si ella sabía conducir y odiaba depender de otro para hacer sus diligencias. Heather era muy independiente.

Salió de su escondite y entró al hospital tras ella. Cuando estuvo a punto de perderla en la sala de pediatría, la alcanzó.

—Al fin te dejas ver, Heather –ésta se detuvo y miró al hombre que le hablaba; alto y delgado, sus cabellos castaño claro y un poco largo. Era un joven guapo, pero se notaba que había perdido peso recientemente, y parecía molesto con ella por algo. No lo reconoció, así que frunció levemente el ceño, sonriendo, y disculpándose.

—Perdona…

— ¿Qué, ya no me recuerdas? –Heather hizo una mueca.

—Sufrí un accidente hace poco… perdí la memoria… yo… Lo siento tanto… —Keith se echó a reír.

—Increíble. ¿Aun delante de mí vas a sostener esta farsa? –dijo él señalando en derredor y abarcando con su gesto el hospital.  La sonrisa de Heather se fue borrando poco a poco—. Necesito hablar contigo, en privado.

—Lo siento, pero es verdad que no…

—Nos vemos en mi apartamento, donde siempre. Tenemos que hablar.

—Pero no sé quién eres.

—Si no vas, atente a las consecuencias –Keith se alejó dejándola con la palabra en la boca, y Heather lo miró hasta que desapareció. ¿Y ahora qué iba a hacer? No sabía su nombre, para poder preguntar por él a alguien más. Respiró profundo. Era el primer amigo de Heather que conocía y no le gustaba mucho.

Pasó toda la mañana preguntándose qué querría este hombre, pero  no lo conocía y además, algo dentro se le revolvía cuando pensaba en él. Ni loca iría sola a un encuentro con este hombre.

Al llegar a casa, empezó a rebuscar entre las cosas viejas de Heather en busca de un dato, una información que le llevara a deducir o saber qué tipo de persona era este hombre y qué tipo de relación tenía con él, pero eso mismo ya lo había hecho antes sin encontrar nada, lo que le había llevado a pensar que Heather o era muy egoísta, que no guardaba ningún tipo de evidencia de su amistad con los demás, o simplemente no tenía amigos.

El viejo teléfono móvil de Heather se había perdido con el accidente, y el que tenía ahora era uno que Phillip le había conseguido nuevo, con un número también nuevo, sospechaba que muy a propósito para que sus viejas amistades no la contactaran y ella no tuviera posibilidad de reencontrarse con ellas.

Respiró profundo y se preguntó ¿qué tan urgente sería lo que ese hombre quería?, pues no sabía dónde era “donde siempre”, y no iría ni si lo supiera. Aunque tampoco tenía modo de saberlo.

Tratando de sacarse aquellos pensamientos de la cabeza, se fue desnudando y caminó hacia su guardarropa para elegir lo que se pondría aquella noche; Raphael quería llevarla a una discoteca esta vez, y ella estaba sumamente emocionada con la idea.

 

 

Keith estaba furioso. A las seis de la tarde se le hizo obvio que Heather no tenía intención de ir a verlo. Ella habría ido, un poco furiosa por haberla amenazado, pero habría ido…  Sin embargo, se había pasado toda la tarde esperando y nada. Como conocía su vida noctámbula, se fue de nuevo a atisbar los alrededores de la mansión para ver a dónde pensaba ir ella esa noche y seguirla. Cuál fue su sorpresa al ver que Raphael Branagan, el hombre que ella más despreciaba, llegaba a eso de las ocho a recogerla en  un deportivo.

Los siguió hasta una de las discotecas más populares de la ciudad. Ella se veía emocionada, sonreía y se colgaba del brazo de ese imbécil como si al desprenderse de él se la fuera a llevar el viento. Heather no había cambiado de costumbres, sólo de acompañante.

Pues estaba muy equivocada si creía que lo iba a desechar como a un trapo sucio.

Afortunadamente, era cliente habitual del lugar, y el vigilante apostado en la entrada lo dejó entrar sin muchos problemas. Entró al sitio, caminó a la barra y pidió una cerveza mientras miraba alrededor buscando a la pelirroja.




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