Locura de amor

-19-

 

Phillip entró a la mansión con una sensación de alivio y calma; por una vez en su vida.

Nunca se había sentido así, nunca había esperado tanto el final de la jornada para estar en casa y ver a su esposa. Era una sensación inigualable. Encontró a Georgina en la sala comedor disponiendo la mesa para la cena. Al verlo, le sonrió.

—Llegas temprano –le dijo, y siguió ubicando los tenedores sobre la mesa. Él se metió una mano en el bolsillo mientras con la otra aún sostenía el maletín de cuero donde traía unos documentos que, si le daba tiempo o ánimo, más tarde revisaría. Miró a su esposa de pies a cabeza y se deleitó con la vista. Podía decir que la estaba descubriendo apenas—. ¿Qué? –preguntó ella al sentirse observada.

—Estás hermosa –Georgina alzó una ceja.

—Gracias—. Y entonces Phillip respiró audiblemente, y Georgina volvió a mirarlo interrogante.

—No me lo pones nada fácil.

—¿Qué cosa?

—Esto –señaló él, apuntándola con su mano, y luego a sí mismo—. La verdad, es que no sé qué debo hacer. ¿Rosas? Muy trillado; te digo que estás hermosa y actúas como si no me creyeras. ¿Qué regalos podría darle a una mujer que lo tiene todo? ¿Cómo conquisto a mi propia esposa? He estado pensando en eso todo el día, casi no pude concentrarme en nada; yo simplemente… —se detuvo cuando vio a Georgina muy cerca de él. Se había distraído en sus quejas y no notó que ella había caminado hasta hallarse a un palmo de distancia.

—¿Pensaste en mí?

—Todo el maldito día.

—Pues que me digas eso es más hermoso que cualquier rosa y cualquier regalo –él la miró un poco confundido.

— ¿Es en serio?

—Como tú dices, ¿qué podrías darme que ya no tenga? Eso nos prueba –dijo ella, acomodando la solapa de su traje, sin necesidad –que el amor no se puede comprar.

—Ojalá fuera así. Yo daría una fortuna por el tuyo –Georgina se echó a reír, y Phillip sintió muchos deseos de besarla—. Tenemos que poner un par de reglas.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Sugiero la primera: besos—. Georgina arrugó su entrecejo.

— ¿Besos?

—Al irme por la mañana, y al llegar por la noche, y antes de acostarnos.

— ¿Tres besos al día?

—Mínimo.

—Mmm… Ok. Yo tengo otra regla.

—A ver.

—Llamadas –cuando él no dijo nada, ella se explicó—. Por lo menos una al día, o un mensaje, algo que me diga que…

—Que estoy pensando en ti.

—Nunca lo hemos hecho, y…

—Y todo fue un desastre.

—Deja de terminar mis frases.

—Es sólo porque sé lo que sigue –Georgina volvió a reír—. ¿Y si empezamos ahora? –Propuso él, elevando su mano hasta el rostro de ella y retirando un mechón de cabello—. Con lo de los besos –explicó. Ella no dijo nada, y Phillip se inclinó poco a poco y tocó suavemente sus labios con los suyos, parecía más bien el primer beso de dos niños, y probablemente así era.

— ¡Oh, por Dios! –exclamó alguien. Como el par de adolescentes que fue pillado por sus padres, Georgina y Phillip se separaron al escuchar la voz de su hija. Heather los miraba con ojos desorbitados y ambas manos sobre su boca atrapando un grito. A su lado, Raphael sonreía de medio lado con picardía.

—Ah… Heather, Raphael. Bienvenidos.

—Mamá, me hubieses dicho que no viniéramos, yo habría…

—Raphael, hoy preparé unos wraps que estoy segura ¡te van a encantar! –la interrumpió Georgina, tremendamente sonrojada. Heather miró a Phillip, que apretaba los labios y sonreía mientras escapaba de la sala hacia algún lugar para lavarse las manos y deshacerse del maletín.

—Oh, seguro que me van a encantar, todo lo que haces es sencillamente delicioso –la agasajó Raphael besando el dorso de su mano, Georgina simplemente le pegó amistosamente en el hombro.

—Galán.




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