Locura de amor

-20-

—Creí que nunca me lo dirías –susurró Raphael, con ella acostada a su lado y apoyada en su pecho mientras él la rodeaba con sus brazos. Eran las dos de la mañana; faltaba mucho para el amanecer, pero ninguno de los dos podría dormir, no con la bomba que les acababa de estallar en las manos.

— ¿Qué cosa? —Preguntó ella fingiendo ignorancia.

—Lo de Sam… y Heather –Heather se enderezó en la cama y lo miró sorprendida.

— ¿Lo sabías?

—Sí.

— ¿Qué sabías?

—Que no eres Heather. Naciste hace ochenta años como Samantha Jones.

—Oh, ¡Dios! –exclamó ella saliendo de la cama y dando unos pasos alrededor. Raphael simplemente se sentó y siguió:

—No te preocupes –pidió él con voz calma—. Nadie lo sabrá—. Heather se giró a mirarlo.

—La persona que menos quería que se enterara eras tú. ¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde poco antes del viaje.

— ¿Lo sabes desde entonces? ¿Cómo te enteraste?

—Te escuché a ti y a Tess hablar –Heather se llevó una mano a los labios, como si pudiese corregir así su indiscreción—. Y luego –siguió él— hice mis propias averiguaciones y saqué conclusiones. Todo tuvo sentido entonces.

—Raphael… yo…

—No te preocupes –sonrió Raphael—. Al principio me sentí confundido, y un poco engañado… pero tuve que comprender que no tuviste la culpa de nada… y que simplemente estabas tomando lo que la vida te daba.

Heather se sentó con suavidad en la cama y quiso alcanzar una de sus manos y tocarlo, pero no se atrevió. Tenía miedo de verse a sí misma como una anciana que intenta propasarse con un jovencito.

Ya estaba empezando. Ya estaba, poco a poco, empezando a perderlo.

—Raph…

—Tienes que ver las cosas del lado positivo. Sí, al parecer despertó Heather, pero mira, tú sigues aquí, en este cuerpo…

—Es tan raro hablar de esto contigo –dijo ella, alejándose de él y sentándose en el otro borde de la cama dándole la espalda.

—Ah, para mí fue un choque –sonrió él, moviéndose hacia ella muy despacio, como si temiera asustarla—. Me había enamorado de una anciana; le estaba haciendo el amor a una anciana. Pero… una anciana con el cuerpo de una diosa y el corazón de una niña, me dije; te amo, Sam.

—Oh, ¡Dios mío! –sollozó ella, y sintió a Raphael abrazarla por la espalda.

Ella empezó a llorar. De angustia, de dolor, y en el fondo, de felicidad. Raphael la amaba a pesar de todo. Raphael amaba a Sam, no a Heather. Sin embargo, y a pesar de reconocer su aceptación, no fue capaz de girarse.

Raphael la rodeó con sus brazos y la apoyó en su pecho mientras ella lloraba y se desahogaba. No intentó girarla para que lo mirara a los ojos, ni la obligó a hablar, y tampoco le pidió explicaciones. Sólo esperó a que ella se calmara, y cuando pasaron los minutos, y ella sólo sollozaba quedamente, la arrastró poco a poco hasta la cama y la puso de espaldas. Suavemente, empezó a besarla.

—Ya no debemos hacer más esto –susurró ella, apartando su rostro de él.

— ¿Por qué no? –preguntó Raphael, apoyándose en un codo para mirarla desde arriba.

—Es… antinatural.

—Entonces siempre lo fue; desde que despertaste en ese hospital has sido Sam –y luego, pasando un dedo por el borde del escote de su bata, agregó—: Eso no te detuvo antes.

—Pero entonces yo podía fingir que era Heather y… no me sentía tan mal—. Él sonrió.

— ¿Me tienes miedo sólo porque yo puedo ver a través de tu cuerpo y tu apariencia hasta tu alma? –Heather lo miró a los ojos, con los suyos otra vez humedecidos.

—Tal vez.

—Si me amas de verdad, eso no importará.

—Te amo de verdad –contestó ella enseguida—. ¡Pero no debería, no debería!

—Esas palabras me hacen daño, Sam.

— ¡No me llames Sam! –gritó.

— ¡Eres Samantha! ¿Sabes cuánto tiempo he deseado poder llamarte por tu verdadero nombre?




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