Locura de amor

-24-

—Je ne regrette rien –susurró Samantha, y era verdad. Esta vez era verdad.

Raphael había buscado la letra de esa canción, y ahora la conocía, sabía lo que decía. Sonrió al recordar que ella la había dicho dormida la primera vez que hicieron el amor. Ahora sabía a qué se refería.

Samantha cerró sus ojos, sabiendo que se llevaría este instante a la eternidad. No importaba si ella no era una bella jovencita, no importaba si no era guapa y, al contrario: no sólo nunca lo había sido, sino que ahora además estaba vieja y enferma, su cuerpo marchito; no importaba, porque estaba allí, en los brazos del hombre que ella amaba, aspirando su perfume, escuchando su voz, y éste la sostenía como si fuera un tesoro, algo muy valioso.

Tal vez a ojos de los demás la escena se vería muy extraña y algo patética: una anciana abrazada a un joven en una cama de hospital. Alguno pensaría que era un nieto negándose a dejar ir a su abuela… o quién sabe.

No le importaba. En el mundo sólo estaban ellos dos. Él, al parecer, veía más allá de su apariencia, siempre lo había hecho, y le hablaba era a su alma, a su corazón. Soñaba con la Samantha que trascendía en el tiempo y en la edad, con ese soplo de vida que estaba a punto de esfumarse.

Sólo eso era un motivo más que suficiente para que cualquier mujer en el mundo lo amara, y ella tenía el privilegio no sólo de amarlo, sino también de ser amada por él, porque sabía que Raphael la amaba.  Que estuviera aquí era una prueba de oro que ella atesoraría si tuviese más tiempo para ello; en cambio, la saboreaba y la vivía con las pocas energías que ya le quedaban.

Hundió su nariz en su pecho y aspiró fuertemente el aroma de su cuerpo, el que ya se le había hecho tan familiar, y lo besó por encima de su camisa.

“No, nada de nada”, decía la canción. “No, no me arrepiento de nada”.

No importaba si no la estaba escuchando, en su corazón estaba sonando fuertemente. Tanto si Heather vivía como si no, ella había tenido su cuarto de hora, había conocido a este magnífico hombre, y había sido feliz.

“Con mis recuerdos he encendido el fuego; mis penas, mis placeres, ya no los necesito”.

Si en la eternidad tenía consciencia, ella se aseguraría de revivir todos los buenos momentos, hasta éste, el de la dulce despedida, el de la amarga despedida. En su relación con Raphael no había existido un solo momento que ella quisiera excluir de sus memorias; todos y cada uno de ellos habían valido la pena.

“No, no me arrepiento de nada porque mi vida, porque mis alegrías, hoy comienzan contigo”.

Hasta cuando se pelearon, hasta cuando él la miraba con recelo, creyendo que era la antigua Heather, y se negaba a darle una oportunidad.

Si su vida de esos últimos tres meses la metían en un disco de acetato, ella escucharía esa canción por siempre, una y otra vez, hasta el infinito. Sería una canción que memorizara, un poco triste al final, pero la mejor canción que dos personas jamás hayan podido componer. No se preguntaría nunca qué seguía, qué hubiese pasado si… No, lo intentaría y no lo haría. Todos los “y si…” tendrían que ser encadenados, como ahora estaban siendo encadenadas sus lágrimas.

Raphael buscó su teléfono en su bolsillo, y se puso a manipularlo hasta que encontró la canción y la hizo sonar. Samantha sonrió.

— ¿Recuerdas que me dijiste que era tu favorita?

—Nunca te lo dije –sonrió ella.

—Ah, es verdad; pero lo es, ¿cierto?

—Sí.

—La busqué, y la descargué en mi teléfono –guardó silencio por unos segundos, mientras la canción sonaba, luego dijo—: La escucharé cuando piense en ti—. Samantha había estado calmada hasta el momento, siendo fuerte, pero imaginárselo solo, triste, pensando en ella, le hizo doler el corazón. Así había estado ella mucho tiempo: sola, deprimida, añorando un amor perdido. Sólo que la persona por la que ella lloraba estaba viva y haciendo su vida. No sería así en el caso de Raphael.

—Raphael, prométeme que…

—No te voy a prometer nada. No me pidas que más adelante te olvide, que busque otro amor. No lo haré.

—Hazlo por mí.

—No podré –insistió él—. Por ti.

—Pero Raphael…

—En cambio –la interrumpió él—, te prometo otras cosas. Te prometo no dejar de amparar a Childhood & Hope. Y te prometo que cuidaré de Tess y sus hijos.




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