Locura de amor

-28-

Raphael aún no se lo creía. Tal vez aquello era un sueño, no una pesadilla. Un sueño hermoso, donde recuperaba al amor de su vida, y todo era perfecto.

Pensó entonces que, si aquello era un sueño, lo viviría al máximo, tal como había hecho Samantha cuando despertó en el cuerpo joven de Heather. Sonrió al pensar eso.

Besó suavemente sus mejillas y buscó su boca para adueñarse de ella. Lamió sus labios con delicadeza, y el beso poco a poco fue cobrando fuerza. Eran dos semanas sin besos, dos eternas semanas.  Quiso enredar su mano en sus cabellos, como solía hacer, pero entonces sintió la venda, y todo su cuerpo se enfrió súbitamente. Su novia estaba herida, por esta vez, tendría que contenerse.

Se separó de ella, le tomó la mano, y tomando la chaqueta y las llaves, la condujo hacia la puerta.

— ¿Qué haces?

—Tú estás herida. No creo que te hayan dado el alta.

—Pero quiero estar aquí contigo –dijo ella haciendo pucheros con los labios.

—Ah, mi amor, yo me muero por estar contigo también, pero tengo que cuidar de ti. Es mi trabajo, ¿no?

— ¿Me llevarás de nuevo al hospital?

—Exacto –quiso protestar, pero entonces él la volvió a besar. ¿Así quién protestaba? –Déjame cuidar de ti –le pidió—. Recupérate completamente, y entonces, te haré de nuevo el amor con todas mis fuerzas, ganas, y etc. –Eso la hizo reír.

—Está bien.

De inmediato salieron del edificio, y en su auto, Raphael la llevó hasta el hospital. Heather lo miraba de reojo sonriendo. Si bien él tenía razón y la herida en su cabeza no había sanado del todo, lo que quería era pasar la noche entre sus brazos.

Las enfermeras se mostraron aliviadas cuando vieron a Heather volver. Reacia a soltar la mano de su novio, caminó junto a él hasta su antigua habitación. Justo la soltó para vestirse de nuevo con la bata de hospital, vio a Raphael apoyarse en la pared para no caer al suelo y apretar la mandíbula con los ojos fuertemente cerrados como si estuviera sufriendo. Angustiada, y con un grito, corrió a él. Estaba frío, y cambiaba de colores como un camaleón.

—Ay, Dios, ¡no me digas que estás enfermo! ¡Raph! ¡Háblame! –gritó ella tomándole el rostro entre sus manos. Raphael se escurrió en la pared hasta caer al suelo, estaba sudando frío y Heather empezó a llorar, llena de miedo. Nunca lo había visto así; Raphael nunca se quejaba de nada, nunca le dolía nada, siempre tenía una salud formidable. Una de las enfermeras apartó a Heather a la fuerza, quien no se quería desprender de él. Y otra le tomó el pulso a Raphael.

—Dime, muchacho, ¿has estado alimentándote y durmiendo bien estos días? –Raphael no respondió. Heather miró a la mujer uniformada de blanco con la esperanza de que aquello sólo fuera un desmayo por agotamiento—. Tendrás que pasar tú también la noche aquí, para asegurarnos.

—Estoy bien –protestó Raphael.

— ¿Qué tiene? —Preguntó Heather con un hilo de voz.

—A mi parecer –contestó la enfermera—, y por sus ojeras, este chico no ha dormido en días. Hasta los más machos tienen un límite.

—Estoy bien –volvió a decir Raphael, terco.

— ¿Qué recomienda? –preguntó Heather de nuevo, ignorando la mirada que Raphael le lanzó.

—Primero, que lo examine un doctor; luego que él haya dicho lo mismo que yo, lo internará y le pondremos líquidos y electrolitos intravenosos para que recupere fuerzas. Depende de lo mal que esté, serán las horas que tenga que estar aquí.

—Estoy bien, joder –volvió a decir Raphael, intentando levantarse y rehusando la ayuda de la enfermera—. No fue nada, sólo un…

—A eso se le llama lipotimia y si bien no es grave, sí requiere atención—. La enfermera miró a Heather, que no le quitaba a Raphael los ojos de encima—. Yo recomendaría no ignorar la protesta que su cuerpo ha hecho hoy—. Ante esas palabras, Heather asintió, se acercó a Raphael, quien iba recuperando el color, y le puso ambas manos sobre el pecho.

—Cariño, déjate atender.

—Pero están exagerando, ni que hubiera sido un…

—Tú dijiste que tu trabajo era cuidar de mí –le interrumpió ella—, déjame cuidar yo de ti. Por favor—. Ante esas palabras, Raphael no pudo volver a negarse; ella lo estaba mirando casi suplicante, y entendía su afán para que se dejara ver por un médico, pues él habría hecho lo mismo en su lugar. A regañadientes, aceptó y se dejó conducir para ser revisado y analizado debidamente. Mientras, Heather se volvía a vestir con la bata de hospital y se acostaba en su habitación privada. Sonrió por la situación. Lo que debía ser una noche de loca y de desenfrenada pasión, se había vuelto una de intravenosas y hospitales.




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