— ¡Hija! —Una mujer de ojos verdes se abalanzó sobre una shockeada pelinegra llorando a lágrima viva—. ¡O por Dios mi bebé! ¡Estás viva! ¡Cuánto has crecido! ¡Te extrañe demasiado! —gritaba la mujer sin estar consciente de la guerra que se había desatado en el interior de su “hija”.
—Tú… —No había ningún pensamiento coherente en la mente de Atelia mientras sentía como la mujer la abrazaba con fuerza. Un movimiento llamó su atención y cuando logró enfocar sus ojos un hombre de cabello negro corto y ojos verdes la veía impactado con lágrimas bañando su cara.
—Axel —musitó sin aire Atelia sintiendo como súbitamente algo la pateaba desde el fondo de su mente provocando que rápidamente dejará atrás el estado de shock. Bruscamente se salió del agarre de su, de esa señora y retrocedió ingresando en la cabaña, notando fácilmente el desconcierto de la mujer.
—Creo que se habrán confundido, pues yo no tengo familia directa de sangre. Fuera de mi casa —hablé duramente con la mascará de frialdad cubriendo toda mi cara.
—No, no. Tú eres mi Lía, tú eres mi hija ¿por qué dices eso? —Sin rendirse la mujer de ojos verdes ingresó a la cabaña con la intención de volverla a abrazar, pero inmediatamente se topó con uno ojos negros que desbordaban de frialdad.
— ¿Qué está ocurriendo aquí? —Gracias al cielo Talos apareció en la escena, pues su madre lo había ido a buscar rápidamente cuando vio que una gente extraña había aparecido y Atelia se había puesto en ese estado.
El doctor vio preocupado a su novia, notando fácilmente su expresión fría, pero también el leve temblor que tenían sus brazos. Impulsivamente la abrazó por la cintura colocándola a su lado y sintiendo como la mujer apoyaba una mano sobre su brazo en señal de agradecimiento. Una vez calmado al saber que tenía a Lía con él, se tomó su tiempo para ver a los otros dos individuos que estaban en el recibidor de su casa…
— Buenos días ¿Quiénes son ustedes y a qué se debe su presencia aquí? —preguntó educadamente el ojimarrón, pero dejando claro que su aparición no era muy deseada.
—Yo… soy la señora Lucía Castillo, soy la madre de Athenea y vengo para regresar a mi hija a su casa —explicó la mujer con la determinación marcada en su voz.
—Pues si es el caso, está perdiendo su tiempo señora. Desde hace siete años que yo no tengo familia O casa… a menos que se refiera a regresarme a alguna institución mental —pronunció sin emociones en su voz Atelia, viendo con indiferencia a su “madre”.
—Hija… pero ¿es que acaso no nos extrañaste todos estos años? —cuestionó lastimeramente Lucía viendo con dolor a su hija.
—Lamento decírselo señora, pero por las palabras de mi mujer entiendo que ella no mantiene ningún lazo con ustedes. Por lo que les pido que se retiren de mi casa —pidió seriamente Talos al terminar de comprender la situación y sintiendo algo de resentimiento por la mujer, después de todo, por su culpa es que su ángel había sufrido de la peor de las formas en los últimos siete años. Apretó inconscientemente a Atelia contra su pecho ante la idea de que se la pudieran arrebatar.
La mujer llamada Lucía pareció querer replicar, pero el hombre de ojos verdes colocó una mano sobre su hombro callándola, sin apartar en ningún momento los ojos de Atelia.
—Lamento mucho nuestra abrupta interrupción. Me llamo Axel Ramis, presidente de Venezuela, pero en estos momentos eso importa tanto como decir que durante el día sale el sol.
» Solo quiero hablar un momento con mi hermana… Lía, al menos déjame despedirme esta vez de ti —suplicó el hombre viendo a su hermana con ilusión.
Luego de tortuosos segundos Atelia hizo un movimiento con la cabeza indicando que la siguiera. Antes de darse por completo la vuelta le envió una significativa mirada a Talos para que se quedará tranquilo y también para que estuviera atento a cualquier cosa que se le ocurriera hacer a su “madre”. Después de eso, a paso decidido se encaminó al despacho de Talos seguida de Axel y una vez dentro cerró la puerta a sus espaldas, dispuesta a hablar con… su hermano.
***
Caminé con la vista clavada en el suelo, tratando de prepararme mentalmente para lo que vendría. No puedo negar que alguna vez pensé que algo así podría ocurrir, que algún día tendría que enfrentar a lo que había creído como la vida ideal antes de que todo se desmoronará como un castillo de naipes. Y mientras avanzaba lentamente en ese espacio donde claramente podía sentir la presencia de Talos (cosa que me tranquilizaba bastante) solo podía pensar… querer, que eso terminará de una vez y así poder tomar la decisión final de si perdonar o no a su… hermano.