Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE I: POSESIÓN - CAPÍTULO 2

—¿Quién es Lug? —se volvió Sandoval hacia Mercuccio.

—El padre de Lyanna —respondió el otro.

El médico volvió su atención a Alí:

—Hola, Alí. Mi nombre es Ricardo Sandoval —se presentó—. ¿Puedes escucharme? ¿Puedes entender lo que digo?

—Exijo hablar con Lug —repitió Alí con voz desapasionada e inerte.

—Lug no está aquí, lo siento —dijo Sandoval—, pero puedes decirme a mí lo que necesitas.

—Exijo hablar con Lug —repitió Alí, inexorable.

—No parece poder escucharme —le dijo Sandoval a Mercuccio—. Inténtalo tú, te conoce y tal vez tu voz familiar lo pueda traer del trance.

Mercuccio negó con la cabeza y dio un paso hacia atrás. La voz muerta de Alí le causaba escalofríos.

—Vamos, Mercuccio, inténtalo —lo animó el médico.

Mercuccio tragó saliva y se mordió el labio inferior, indeciso. Finalmente, tomó coraje y se acercó a Alí con paso incierto:

—Alí… —comenzó, tratando de que no le temblara la voz—. Soy yo, Mercuccio. ¿Me reconoces?

—Exijo hablar con Lug —repitió Alí sin variar el tono de voz que había usado desde el principio.

—Eso no es posible —trató de explicarle Mercuccio—. Lug no está aquí.

—Hazlo posible —le replicó Alí con la misma voz de ultratumba, sus ojos enfocando a Mercuccio por primera vez.

—No puedo, no sé dónde está Lug y no tengo forma de contactarlo —le dijo Mercuccio.

—Encuentra la forma —le exigió Alí.

—¿Para qué quieres hablar con él? Ni siquiera lo conoces —lo cuestionó Mercuccio.

—Debo hablarle sobre Lyanna —respondió el otro.

—¿Sobre Lyanna? ¿Qué pasa con Lyanna? —inquirió Mercuccio un tanto alarmado.

—Exijo hablar con Lug —volvió Alí a su cantinela.

—¿Exiges? —comenzó a exasperarse Mercuccio—. Te recuerdo que eres un huésped en Baikal, Alí. No tienes derecho a exigir nada. Estás aquí con la anuencia de Lyanna, y en su ausencia, yo estoy a cargo.

Sandoval le apoyó una mano en el hombro a Mercuccio, llamándolo a la calma, pero Mercuccio no abandonó su postura:

—Dime lo que pasa con Lyanna —demandó.

—Lo que tengo que decir, solo se lo diré a Lug —dijo Alí, sin inmutarse.

—¡Maldición, Alí! —gruñó Mercuccio—. Te he traído comida y agua todos los días y te he cuidado con cariño a pesar de que nunca he recibido una sola palabra de gratitud de ti. Me debes al menos una respuesta decente. ¿Qué pasa con Lyanna? —lo emplazó Mercuccio a contestar con tono firme, sus manos crispadas en tensión.

—No soy Alí y no te debo nada. Exijo hablar con Lug.

La revelación que tanto había temido le heló la sangre a Mercuccio, quien dio inconscientemente dos pasos hacia atrás y tragó saliva.

—Salgamos de aquí —le murmuró Mercuccio a Sandoval por lo bajo.

—¿Qué está pasando?

—No es Alí —le respondió Mercuccio sin explayarse.

—¿Mintió sobre su identidad? —inquirió el médico.

—No, no es él —negó Mercuccio con la cabeza—. Es alguien que entró en su cuerpo.

—¿Me estás diciendo que este muchacho está poseído? —. Sandoval hizo un esfuerzo por no sonreír ante la ignorante y supersticiosa idea.

—Sí —afirmó Mercuccio.

—¿Te das cuenta de que está comprobado que los casos de posesión no son más que perturbaciones mentales de pacientes esquizofrénicos o en estado de ruptura psicótica?

—¿Ah, sí? —le respondió Mercuccio, exasperado ante la desestimación del otro—. ¿Puede un enfermo mental hablar en una lengua que no conoce?

—¿Qué?

—Alí no habla español, ni una gota —lo señaló Mercuccio con una mano temblorosa—. Y estoy completamente seguro de que nunca le hemos mencionado el nombre de Lug.

Sandoval miró al muchacho en trance de soslayo con cierta aprensión. Había visto muchos prodigios en Baikal, pero con su escepticismo científico, se le hacía difícil aceptar la posibilidad de la posesión.

—¿Y cuál es exactamente tu teoría? ¿Está poseído por el demonio? —cuestionó Sandoval a Mercuccio con descreimiento.

—Uno de ellos, sí —confirmó Mercuccio con el rostro grave—. Y uno lo suficientemente poderoso como para haber penetrado las defensas de Baikal.

—Lo siento, Mercuccio, pero soy un hombre de ciencia y no creo en los demonios.

—Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía —dijo Mercuccio, parafraseando a Hamlet—. Demonios y ángeles son solo algunos de los nombres que reciben estas entidades. Ellos mismos han hecho un buen trabajo tratando de esconder su existencia para manipularnos mejor.




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