Morgana tironeó inquieta de sus cadenas, revolviéndose en la cama al escuchar el motor de un vehículo acercándose a la vieja casucha abandonada donde permanecía cautiva por su propia voluntad. Clarisa y Augusto habían estado ausentes por horas en una misión muy arriesgada y temía por sus vidas. La ansiedad se apoderó de ella por un momento: ¿Eran realmente ellos los que venían en el vehículo? ¿Qué tal si…? Sus elucubraciones no llegaron mucho más allá de eso, pues la puerta se abrió de golpe y los ocupantes del coche entraron en la casa. Morgana abrió la boca con estupor al ver al primero de ellos acercarse con delicado andar hasta su cama:
—¿Merianis? —inquirió, atónita.
—¿Cómo estáis, Morgana? —le sonrió la otra mitríade.
—¿Cómo estáis vos? —le retrucó la otra.
—Mucho mejor, gracias a Augusto y Clarisa. Ellos me sacaron de una situación muy penosa —le respondió Merianis.
—Me alegro, no sabéis cuánto me alegro —dijo Morgana con lágrimas de felicidad en los ojos.
Merianis se volvió hacia Clarisa:
—¿Dónde está la llave de esos grilletes? No es digno que mi señora reciba este ignominioso trato.
Clarisa rebuscó rápidamente en sus bolsillos y entregó la llave a Merianis.
—No, no debéis hacerlo, no es seguro —protestó Morgana al ver que Merianis se sentaba en la cama a su lado con la llave.
—No os preocupéis, mi reina —dijo Merianis, haciendo caso omiso de las protestas de Morgana y liberando sus muñecas y sus tobillos—. Nemain tiene otros intereses que van más allá de forzaros a sus caprichos en este momento.
—No me llaméis reina, querida Merianis, no lo soy.
—Por supuesto que lo sois —la contradijo Merianis—. Nadie puede quitaros eso.
Morgana meneó la cabeza, suspirando, pero decidió no discutir el asunto por el momento. Había otra cosa que le intrigaba más:
—¿Qué intereses más poderosos tiene Nemain que la desvían de su obsesión por volver a formar la Tríada? —preguntó con los ojos entrecerrados por la desconfianza.
Merianis apretó los labios sin contestar y se dedicó a desenvolver las vendas que habían protegido las muñecas de Morgana, frotándolas para restaurarles la circulación. Ante el silencio de Merianis, Morgana volvió su mirada inquisitiva a Clarisa.
—Me temo que sucedió lo que temíamos —dijo Clarisa con la voz apenas audible, la mirada clavada en el piso.
—¡Hablad, Clarisa! —la apremió Morgana.
Pero Clarisa no se atrevió a contestar. Fue Augusto el que reveló la perturbadora noticia:
—Nemain ha formado su Tríada con Macha y Lyanna.
Morgana palideció. Sus manos temblaban y parecía a punto de desmayarse. Merianis la sostuvo en brazos.
—Nada podrá detenerlas… —murmuró Morgana, espantada—. Ríos de sangre y muerte… Todo está perdido…
—No todo, no todavía —trató de alentarla Merianis.
Morgana levantó la vista hacia ella, comprendiendo que aún quedaba una persona que podía hacerle frente a la Tríada, que tenía el poder de desbaratarla:
—Lug —dijo, asintiendo—. Lug resolverá esto. Lyanna es su hija, el podrá desprenderla de la seducción de Nemain.
Augusto exhaló un preocupado suspiro, Clarisa desvió la mirada y Merianis apretó más su abrazo para confortar a Morgana.
—¿Qué…? ¿Qué pasa? —demandó Morgana con ansiedad.
—Clarisa, ¿por qué no preparáis algo de té? —dijo Merianis—. Y conseguid algo de alimento también.
—Por supuesto —asintió Clarisa, aliviada de no tener que ser la que relatara los acontecimientos de la mansión de Nemain a Morgana.
—No quiero té ni alimento, quiero respuestas —protestó Morgana.
—Y las tendréis, mi señora, os lo aseguro —le prometió Merianis—. Mientras tanto, deseo presentaros a alguien—. La mitríade le hizo señas a un tímido muchacho que se había quedado al lado de la puerta para que se acercara.
A pesar de su irritación, Morgana dejó de lado su exigencia de información y observó al muchacho con curiosidad:
—¿Quién es él? —inquirió.
—Os presento a Rory —sonrió Merianis.
—¡El Sanador! —exclamó Morgana—. ¿Cómo…?
—Todo converge, mi reina, y a pesar de los obstáculos, tengo fe en que las piezas lograrán finalmente encajar —dijo Merianis.
—Es un honor y un placer conoceros —inclinó la cabeza Morgana hacia Rory.
—El honor es mío —hizo una reverencia Rory.
—¿Os ha hablado Clarisa de mi predicamento?
—Sí.
—¿Y habéis aceptado ayudarme?
#18734 en Fantasía
#7406 en Personajes sobrenaturales
#25712 en Otros
#3457 en Aventura
Editado: 11.12.2019