—Tenías razón —dijo Rory, abriendo los ojos y retirando las manos que había mantenido suspendidas sobre los platillos con sangre—. No hay enfermedad, no detecto nada fuera de lo normal.
—Déjame a mí —dijo Augusto.
Rory le dio lugar, y Augusto sostuvo sus manos sobre las muestras. Le tomó solo treinta segundos detectar la anomalía:
—La sangre de Morgana tiene marcadores que no están en la de Merianis —anunció— marcadores a nivel genético.
—¿Puedes transmutarlos?
—Puedo intentarlo —dijo Augusto—. Pero esto es infinitamente más delicado que convertir agua en café —suspiró.
—Si quieres, puedo salir, puedo dejarte solo para que puedas…
—No, Rory —lo cortó el otro—. Prefiero que te quedes, pero no me hables mientras lo intento.
—Por supuesto —asintió el Sanador.
Augusto dividió la muestra de la sangre de Morgana en varios platillos para no arruinar la muestra completa si algo salía mal en el primer intento. Luego inclinó su cabeza hacia un lado y hacia el otro, relajando el cuello y los hombros. Cerró los ojos y se concentró en la sangre de Morgana. Proyectó por sobre ella las características de la sangre de Merianis, forzando a los cromosomas a volver a su estado original, al estado natural de la sangre de un hada normal. Sus labios se entreabrieron entre sorprendidos y satisfechos al percibir cómo el cambio comenzaba a efectuarse según sus órdenes. Mantuvo su concentración, observando fascinado con su habilidad cómo las microscópicas células se iban transformando. De pronto, algo distrajo su atención: las células ya liberadas habían comenzado a oxidarse de una forma vertiginosa y antes de que pudiera terminar de transformarlas a todas, murieron ante sus ojos sin remedio. Intentó desesperadamente sanar las células moribundas, revertir el repentino envejecimiento, pero todo lo que logró fue que las pocas células corruptas que quedaban avanzaran sin piedad sobre las demás, terminando de sofocarlas.
—¡Es como un maldito cáncer! —dio un puñetazo Augusto en la mesa con frustración.
—¿Qué pasó? —inquirió Rory desde el otro lado de la mesa.
—Pude lograr la transformación, pero las células limpias no se sostienen, se deterioran rápidamente, y las células contaminadas las fagocitan sin piedad —explicó Augusto.
—Pero pudiste transformarlas, eso es un buen comienzo —trató de animarlo su amigo.
—Es inútil si no se mantienen —meneó la cabeza el otro con preocupación—. Y cuando se debilitan, las otras malditas las devoran.
—Bueno, parece que acabamos de descubrir cuál es mi función en todo esto —sonrió Rory sin dejarse amilanar por el resultado negativo del primer intento—. Tú las transformas y yo las mantengo saludables hasta que logres convertirlas a todas.
—Por supuesto —asintió el Alquimista, esperanzado—. Acércate, trabajemos juntos.
Rory se colocó enfrentado a Augusto y extendió sus manos sobre la segunda muestra, acompañando a las manos de su amigo que ya estaban en la misma posición.
—Debemos trabajar coordinados —dijo Rory.
—¿Qué sugieres?
—Una conexión mental entre nosotros.
—Nunca he…
—No te preocupes —lo animó Rory—. Lug hizo una conmigo para sanar a Liam, creo que puedo hacerlo yo también, si me permites entrar en tu mente. ¿Confías en mí lo suficiente como para eso?
—Sabes que sí, Rory. Adelante, hazlo —dio su permiso Augusto.
Augusto sintió la invasión repentina de su mente y abrió los ojos sobresaltado, cortando abruptamente la conexión que Rory trataba de establecer.
—Tranquilo —le apoyó una mano en el hombro Rory—. Confía en mí, no te haré daño, lo prometo.
—¿Es seguro? —dudó Augusto por un momento.
—Lo es, pero debes abrirte a mí, es la única manera.
—Bien —aceptó el Alquimista—. Está bien, pero si sientes que algo va mal…
—Cortaré la conexión enseguida, no te preocupes.
Augusto asintió y volvió a cerrar los ojos, relajando su mente y abriéndola. Ahora comprendía por qué el Sanador que trabajara con él debía tener un lazo afectivo con él para que las cosas funcionaran: no se imaginaba dejando entrar en su mente de esta forma tan íntima a alguien a quien no conociera y en quien no confiara plenamente.
Al aceptar el enlace, Augusto comprobó enseguida que no se sentía en realidad invadido, sino expandido hacia otra mente, absorbiendo de Rory su capacidad sanadora y fortaleciendo incluso su propio poder, al tiempo que daba ese poder a su querido amigo. Trabajando como una unidad, lograron transmutar y sostener los cambios en la muestra de Morgana hasta el final, manteniéndola estable. Pero al terminar, las piernas de ambos se aflojaron. Augusto se desplomó hasta el suelo, casi perdiendo la conciencia. Rory alcanzó a sostenerse de la robusta mesa, deslizándose lentamente hasta quedar sentado en el piso junto a su amigo:
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Editado: 11.12.2019