Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 23

Cuando Morgana emergió del refugio de troncos de Alí, se encontró con una furiosa Dana, apenas retenida en el lugar por Mercuccio y Sandoval.

—Creí que las cosas estaban claras entre nosotras —le espetó Dana—. Creí que habías aceptado mi autoridad en esto.

Morgana no se inmutó ante los reproches de la esposa de Lug.

—No tenías derecho a tomar acciones tan importantes si mi permiso, sin al menos consultarme —siguió Dana.

—No fui yo la que propuso esta entrevista, fueron vuestros amigos. Su aval me pareció suficiente —se escudó Morgana, emprendiendo la marcha hacia la residencia principal.

Mercuccio y Sandoval la siguieron. Dana apuró el paso y se puso a su lado:

—¿Qué fue lo que pasó allí adentro? ¿Qué dijo Lorcaster? —preguntó Dana con el rostro serio.

—Todo lo que pude entrever es que Lorcaster quiere discutir con Lug sobre Lyanna —respondió Morgana.

—Eso no es ninguna novedad —intervino Mercuccio—. Lorcaster ya me había dicho eso a mí.

Morgana le lanzó una mirada fría y penetrante, pero no le dijo nada.

—¿Qué más? Tiene que haber algo más —insistió Dana.

—Lorcaster tiene su propia agenda —suspiró Morgana—, pero me temo que está mucho más allá de mi comprensión. Sus planes trabajan con plazos muy largos e intrincados, sus objetivos últimos son inescrutables.

—De seguro Lug podrá sonsacarle lo que planea —dijo Mercuccio con confianza.

Dana hizo una mueca de preocupación. El Tiamerin había dejado a Lug en un estado en el que no estaba lo suficientemente lúcido como para lidiar con una entidad artera como Lorcaster.

Morgana no dijo más nada durante la caminata hacia la residencia, pero su rostro grave y pensativo denotaba claramente su tribulación, la cual se contagió fácilmente a Dana y a Sandoval. Sólo Mercuccio mantuvo su optimismo, entrando con paso firme y decidido en el comedor de la enorme casona. Los cuatro recién llegados se detuvieron en seco, sorprendidos ante el silencio casi antinatural de todos los comensales sentados a la mesa. Desde el extremo más alejado de la mesa, Lug se puso de pie con solemne autoridad. Dana le lanzó una mirada significativa a Nora, y ésta sólo se encogió de hombros, como diciendo que no era responsable de la decisión de Lug de haber abandonado su enclaustramiento.

—Liam me ha informado sobre la situación —declaró Lug a los recién llegados.

—¿Y? —inquirió Dana con cautela.

—He decidido participar —respondió su esposo.

—Lug… —suspiró Dana, tratando de encontrar las palabras correctas.

—Lo sé —la cortó Lug—, pero mi decisión es irrevocable.

—Lug, no puedes… es decir… no estás listo… no… —balbuceó Dana.

—Me trajiste de vuelta para esto —dijo Lug, imperturbable—. Acepto este rol.

—Lug… —volvió a intentar Dana. Quería decirle que no lo había traído de la muerte para que fuera otra vez el héroe salvador, sino porque lo amaba y no concebía la vida sin él, pero por alguna razón, las palabras no pudieron atravesar su garganta.

Lug se puso de pie, se reacomodó el cinto con su nombre, que ceñía su túnica blanca y avanzó hacia la puerta del comedor que daba hacia la galería externa.

—Al menos déjame acompañarte —le rogó Dana.

—No —la negación de Lug fue rotunda e inapelable—. Haré esto solo.

Antes de que Dana pudiera detenerlo, Lug salió de la casa, cerrando bruscamente la puerta tras de sí. Cuando Dana intentó seguirlo, se encontró con que no podía abrir la puerta.

—Mercuccio, ayúdame, la puerta se trabó —dijo Dana, forcejeando con el picaporte.

Mercuccio se acercó y examinó la puerta:

—Está sellada —dijo, arrugando el entrecejo mientras recorría el borde de la hoja de la puerta con la mano.

—¡Intenten con las otras puertas y ventanas! —urgió Dana a los demás.

Todos se dispersaron y probaron todas las aberturas de la casa: todas estaban selladas.

—Nos encerró en la residencia —informó Mercuccio.

—¡Maldición! —exclamó Dana, preocupada.

—Tal vez pueda intentar algo —se ofreció Augusto.

—Sí, Gus, por supuesto —lo animó Dana—. Adelante.

Augusto se acercó a la puerta. Con su habilidad, movió el mecanismo de la cerradura y trató de despegar la puerta del marco, pero Lug había utilizado una técnica desconocida para él en el sellado y Augusto no fue capaz de siquiera aflojarlo.

Dana comenzó a caminar de un lugar a otro en un estado de nervios:

—¡Cómo pudieron permitir esto! —les gritó a los demás.

—¿Permitirlo? —inquirió Liam—. ¿Crees que tuvimos opción? Lug se presentó aquí y exigió que le explicáramos todo lo que había pasado desde su pérdida de consciencia en la mansión de Nemain. Estuvo allí sentado como una estatua, en silencio, sólo escuchando. ¿Cómo íbamos a saber que estaba fuera de sí? ¡Fuiste tú la que debiste advertirnos! —le reprochó.




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