Un estruendo repentino invadió la residencia cuando todas las ventanas y las puertas se abrieron de repente: el sello había sido roto. Después del inevitable estremecimiento que esto causó, fue Dana la primera en saltar de su silla en el comedor:
—¡Lug ha vuelto! —anunció innecesariamente, corriendo hacia la puerta principal seguida de los demás.
Se detuvo en seco al ver entrar a su esposo con el rostro serio e inmutable. Lug ignoró las ansiosas miradas de todos y tomó el pasillo que llevaba a la habitación de Lyanna.
—Lug… —lo detuvo Dana de un brazo—. Dinos lo que pasó con Lorcaster —lo urgió.
Lug apretó los puños, como si el contacto físico de la mano de Dana lo incomodara más allá de lo soportable:
—No pasó nada —dijo con frialdad—. Sólo conversamos.
—¿Te ofreció separar a Lyanna de la Tríada? —preguntó Liam.
—Sí —admitió Lug.
—¿A cambio de qué? —lo volvió a cuestionar Liam.
—No lo sé. No me interesa su propuesta, así que no le di tiempo a explayarse —respondió Lug.
—¿No te interesa liberar a nuestra hija del execrable dominio de Nemain? —le reprochó Dana con descreimiento.
—La salvación externa no es necesaria —contestó Lug, enigmático.
—¿De qué estás hablando, Lug? —lo cuestionó Juliana—. Tú eres el Señor de la Luz, tú eres la autoridad máxima del Círculo. ¿No te importa el destino de tu gente? ¿De tu propia familia? ¿No intentarás siquiera ayudarlos?
—Esa ya no es más mi misión —dijo Lug.
—Todos estos años en los que te hemos apoyado, en los que te hemos seguido como líder, ¿no significan nada para ti? —le espetó Juliana, dolida ante la frialdad de él.
—Como ya dije, mis días de líder terminaron —respondió él, inmutable.
—Lug, no nos puedes hacer esto —lo enfrentó Augusto con lágrimas en los ojos—, no puedes dejar a Ly en manos de Nemain. ¿No entiendes lo que eso significa? Yo la amo, Lug, y la idea de que su alma pura sea corrompida por esa maldita…
Los ruegos de Augusto sólo encontraron una mirada vacua en el rostro del impasible Lug como respuesta.
—¡No puedo creer esto! —exclamó Augusto con indignación.
—Déjalo, Gus —le apoyó una mano en el hombro Liam—. Si él no quiere guiarnos, tomaremos el asunto en nuestras propias manos —amenazó a Lug con fuego en los ojos.
—Hagan lo que quieran —se encogió de hombros Lug, imperturbable—. No me concierne.
La ira en el rostro de Liam se convirtió en franca preocupación: Lug nunca había expresado indiferencia ante sus ideas y sus arriesgados planes. Por el contrario, siempre se había afanado por cuestionarlo y limitar sus acciones, ¿y ahora le daba carta blanca? Eso lo perturbó más que el claro desinterés del Señor de la Luz por todo el asunto de la Tríada.
Los amigos de Lug explotaron en un sinfín de reproches y cuestionamientos, a los que él respondió abriéndose paso entre los presentes y abandonándolos sin más explicación para encerrarse en su habitación.
—Mantenlos afuera —le ordenó Lug a Bruno antes de cerrar la puerta tras de sí.
Bruno sólo atinó a quedarse allí parado con la boca abierta, sin comprender el extraño comportamiento de Lug.
—Dana, tienes que hacer algo —le rogó Augusto a su suegra.
—¿Crees que no lo he intentado? —le retrucó ella, entre molesta y preocupada.
—¿Qué pasó? —inquirió una voz desde atrás. Era Merianis que venía por el corredor, seguida por Morgana. Las dos habían percibido también el rompimiento del sello de la residencia y se habían acercado para enterarse de las novedades.
—Lug se niega a negociar con Lorcaster —dijo Augusto.
—Tal vez eso sea lo mejor —opinó Morgana.
—No —meneó Juliana la cabeza—. No es sólo eso: ha decidido abdicar su responsabilidad en todo el asunto, dejándonos a todos a la deriva, incluida Lyanna.
Mientras todos discutían atropelladamente sobre Lorcaster y Lug, Dana le hizo una seña disimulada a Merianis para que la siguiera. Dana guió a Merianis hasta la cocina para hablar en privado con la mitríade, lejos del tumulto del comedor.
—Me dijiste que cuando estuviera lista para hablarte de Lug… —comenzó Dana.
—Por supuesto —asintió la mitríade—. Te escucho.
—Hay algo más además del inesperado comportamiento que tuvo en el comedor —comenzó Dana.
—Lo supuse, sí, algo que os preocupa demasiado para exponerlo ante los demás —dedujo Merianis.
—La frialdad y el desapego que muestra no condicen con su personalidad, pero hay algo peor, mucho peor —Dana guardó silencio de pronto, pasándose las manos por sus cabellos, buscando la forma de poder decir lo que tenía que decir.
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Editado: 11.12.2019