Lug escuchó la discusión del otro lado de la puerta entre Bruno y Merianis:
—Está bien, Bruno. Déjala pasar —dijo con un suspiro. Había adivinado que tarde o temprano alguien vendría a pedirle explicaciones. El hecho de que no fuera Dana lo sorprendió y lo alivió al mismo tiempo.
—Gracias por acceder a verme —dijo Merianis, deslizándose sin esfuerzo por el aire hacia el interior de la habitación, después de que Bruno cerrara cuidadosamente la puerta tras ella.
—¿Quién te envió? ¿Dana o Nora? —inquirió Lug de mal humor, sentado de cara a la ventana, con la mirada clavada en el paisaje exterior y la palma de su mano firmemente apoyada en el vidrio, como si el suave y frío contacto del cristal fuera lo único que lo mantuviera vivo.
—¿Acaso importa?
—Supongo que no —se encogió de hombros él—. ¿Vienes a convencerme de negociar con Lorcaster?
—No —dijo suavemente la mitríade—. Por lo que he escuchado sobre él de Morgana, no estoy segura siquiera de que sea buena idea. Lamentablemente, vuestros amigos no piensan lo mismo, y apuesto a que ahora mismo están tramando alguna forma de pacto con él.
—No tendrán suerte —sentenció Lug—. Ellos no pueden darle lo que necesita.
Merianis no respondió.
—¿No vas a preguntarme qué es lo que Lorcaster necesita? —se dio vuelta Lug hacia Merianis por primera vez.
—No me interesa lo que Lorcaster necesita, sino lo que vos necesitáis —respondió ella.
—¿Y qué es lo que yo necesito? —se interesó Lug.
—Eso debéis decírmelo vos —arqueó una ceja Merianis—. Recuerdo que una vez vinisteis a mí para que validara quién erais.
—Eso fue hace mucho tiempo —dijo Lug—. Yo era un muchachito confundido, lleno de conflictos internos, en busca de aceptación. Ya no necesito complacer a otros.
—Entiendo que no requerís la aprobación de nadie, pero no podéis negar que hay un profundo conflicto que os aflige.
—No habría conflicto si no fuera por… —Lug se detuvo en seco, apretando los labios para no dejar salir más palabras de su boca.
—¿Si no fuera por Dana? —dedujo Merianis.
Lug desvió la vista sin contestar.
—Comprendo que no podáis explicarlo con palabras —comenzó la mitríade, acercándose a Lug y tomando su rostro entre sus delicadas manos—, pero si me lo permitís, puedo verlo por mí misma —propuso.
—Tal vez no te agrade lo que vayas a ver —le advirtió Lug.
—Sabéis bien que no hay mucho que me intimide a esta altura de mi vida —le sonrió ella con dulzura.
—Adelante, entonces —abrió los brazos él en invitación.
De inmediato, ella enlazó su mirada con la de él, penetrando hasta su alma sin impedimentos gracias a la anuencia de él. El frío vacío que emanaba de Lug la hizo estremecer, y comprendió al instante y con total claridad lo que Lorcaster había adivinado sin problemas: Lug estaba muerto.
—¿Cómo es posible que tengáis la facultad de usar este cuerpo cuando no estáis realmente aquí? —inquirió Merianis, perpleja.
—Mi conexión con este cuerpo es tenue, apenas puedo sostenerla —confesó él.
—¿Es por eso que os habéis estado lastimando?
Lug asintió:
—El dolor físico es lo que más me ayuda a mantenerme enfocado.
—Pero os habéis desapegado de todo lo demás… No os interesa nada de lo que está pasando a vuestro alrededor… —reflexionó Merianis—. ¿Por qué volvisteis, entonces?
—Por amor a Dana —respondió él—. Ella es mi única atadura a este mundo. No puedo decirle que en realidad no estoy del todo vivo, eso la destrozaría.
—Lug —lo tomó ella de los hombros, mirándolo seriamente a los ojos—. ¿Qué es lo que vos deseáis? ¿En qué estado queréis estar?
—No estoy seguro —confesó Lug con un hilo de voz.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que os inquieta?
—El Tiamerin logró lo que yo nunca pude alcanzar después de años de lucha interior: mi liberación de toda culpa. Soy lo que siempre quise ser, lo que siempre debí ser. Si vuelvo del todo al mundo físico…
—Pensáis que perderéis esa libertad, que olvidaréis quién sois —completó la mitríade.
—¿No es eso lo que pasa cuando encarnamos en el mundo? Olvidamos lo que somos y estamos toda la vida buscando lo que perdimos.
—Oh, Lug, ¿no habéis aprendido nada de vuestra hija, Lyanna? Ella es el claro ejemplo de que se puede estar encarnado conservando intacto el conocimiento de la verdadera identidad, del todo al que pertenecéis. Nada ni nadie puede quitaros la libertad que habéis logrado.
—Tus palabras me tranquilizan mucho, Merianis, en verdad te creo —dijo Lug—, pero aún así… ¿Cómo puedo mantenerme plenamente en el estado físico cuando sólo el dolor me permite seguir anclado a este mundo?
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Editado: 11.12.2019