Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 40

Lug levantó la vista del libro verde al ver acercarse a Merianis volando. Había estado sentado sobre la hierba fresca, con la espalda apoyada en el tronco de un frondoso y fragante árbol, mientras la mitríade inspeccionaba más de cerca el altar de piedra a unos metros de él en la isla de Avalon.

—Encontré la daga para el ritual —dijo Merianis—. Ya la puse en su lugar, junto al Tiamerin.

Lug asintió.

—¿Dónde está Dana? —preguntó la mitríade.

—Recogiendo unas manzanas por ahí —señaló Lug con una mano vagamente hacia el sur—. Decidió dejarme solo un rato para que pudiera estudiar esto —señaló el libro verde.

—¿Y cómo vais con eso?

—Los pasos del ritual están descriptos con increíble detalle —comenzó Lug—, pero no dice nada de lo que pasará una vez que se produzca el ingreso al Ojo Verde.

—Eso es porque cada experiencia en el interior del Ojo Verde es personal y única —explicó ella—. Cualquier descripción a ese respecto no solo sería inútil, sino peligrosamente prejuiciosa.

Lug cerró el libro por un momento y dirigió su mirada al altar:

—¿Por qué las cadenas y los grilletes? —preguntó.

—Porque el Tanafree no es un sacrificio voluntario —respondió Merianis.

—¿Crees en verdad que Morgana se merecía la muerte? ¿Y de esta forma?

—Lo que creo —dijo la criatura alada, observando el altar de piedra—, es que es hora de que algunas tradiciones de las de mi raza cambien.

—¿Has presenciado el ritual alguna vez? ¿Lo has oficiado? —inquirió Lug.

—El Tanafree nunca se ha llevado a cabo en el Círculo —respondió ella—, y si depende de mí, nunca será permitido. Las hadas de Avalon debieron estar ante una situación muy acuciante para considerar esta solución a sus problemas.

Lug no hizo ningún comentario.

Dana apareció sonriente entre los árboles, sosteniendo la falda de su vestido con dos manos para formar un hueco donde traía apetitosas manzanas. Parecía una niña feliz, disfrutando del paraíso. Pero lo que más contenta la ponía no era estar en aquel idílico lugar de ensueño, sino el hecho de estar junto a Lug en este importante momento para él. La Mensajera se sentó sobre la hierba junto a su esposo y le alcanzó una manzana. Lug inspiró la fragancia de la fruta con deleite:

—Huele bien —cerró los ojos con satisfacción, dándole un gran mordisco.

—Iré por algo de beber —dijo Merianis, alejándose del lugar para dejar a sola a la pareja.

Lug la siguió con la mirada ansiosa, a punto de pedirle que no se fuera, pero la mitríade no le dio tiempo a reaccionar. Suspiró resignado: no quería estar a solas con Dana, no ahora.

—¿Estás bien? —le preguntó Dana, tomándole la mano.

—Bien... sí... —tartamudeó él, incómodo.

—¿Qué pasa, Lug? ¿Por qué...? —quería preguntarle por qué le molestaba tanto que ella lo tocara, pero no se atrevió.

—Dana... —comenzó él, dubitativo—. En mi estado... yo... bueno... mis necesidades de afecto físico ya no... —dejó la frase sin terminar, no quería herirla.

Ella le soltó la mano en silencio y él suspiró con cierto alivio.

—Lo siento —murmuró él.

—No, yo lo siento —dijo ella, extendiendo instintivamente la mano para acariciarle el cabello y deteniéndose justo a tiempo antes de volver a tocarlo.

Los dos estuvieron en silencio por un largo rato, simulando estar concentrados en sus respectivas manzanas.

—Lug... —comenzó Dana—. Merianis me explicó... me dijo que... —suspiró, buscando las palabras correctas.

Lug no contestó ni la alentó a continuar.

—Quiero agradecerte que me hayas permitido estar contigo para esto —siguió ella.

Él se mantuvo en silencio.

—Sé lo difícil que es para ti mantenerte unido a este cuerpo, lo doloroso... Lug, Merianis me dijo que hay otra forma de anclarte nuevamente a tu cuerpo, una forma más placentera, me explicó que... —intentó ella.

—No quiero hablar de eso ahora —la cortó él—, por favor —le rogó.

Ella apartó el rostro para que él no viera sus lágrimas. Se puso de pie y se alejó entre los árboles para poder llorar.

A pesar de su desapego, a pesar de su indiferencia a las emociones y a la culpa, el dolor de Dana atravesó a Lug de forma brutal, convenciéndolo aún más de la decisión que había tomado. Sintió por un momento que la respiración le fallaba y que perdía control de su cuerpo. A duras penas, detuvo el impulso de tomar su espada y lastimarse para poder volver a anclarse al mundo físico. Después de unos momentos, cuando ella se calmó entre los árboles y dejó de llorar, Lug aflojó sus apretados puños y examinó las palmas de sus manos para ver si había sangre donde se había clavado sus propias uñas con sadismo feroz. Las uñas habían dejado marcas profundas y rojizas, pero no había heridas.




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