Lug se puso de pie. Dana y Merianis se pararon a su lado.
—Es hermoso —dijo Lug, embelesado.
Ante ellos, el enorme laberinto vegetal con forma de ojo fluctuaba y crecía con inexorable parsimonia. El pequeño templo abierto había sido engullido por completo, con columnas y todo, por las ramas de hojas verdes que lo tragaron y lo hicieron propio.
Sin quitar los ojos del magnífico y sobrenatural espectáculo, Lug le entregó el libro verde a Merianis y procedió a quitarse el tahalí con su espada:
—Cuídala por mí —se la entregó a Dana—. No voy a necesitarla allá adentro.
—Estaré aquí, esperando tu regreso —le dijo ella—, y si es necesario, sabes que…
—Lo sé —la cortó él.
Dana extendió una mano hacia él, pero luego la dejó caer al costado de su cuerpo. Se moría de ganas de abrazarlo, de besarlo, pero se contuvo de tocarlo, aunque a duras penas. No quería perturbarlo, especialmente en este momento en el que su adorado esposo necesitaba estar completa y totalmente enfocado en una sola cosa: Lorcaster.
Lug hizo una inspiración profunda y avanzó hacia la entrada en forma de arco que el Ojo Verde había abierto en ofrecimiento. Su andar era tranquilo, sosegado. No había en él ni un gramo de duda. Cuando atravesó el arco, la abertura se cerró detrás de él, devorándolo como lo había hecho con el templo. Dana se llevó una mano al pecho, tratando de aliviar la opresión del nudo que atenazaba su corazón.
En el interior del laberinto, Lug no tardó en darse cuenta que no necesitaba caminar por los estrechos senderos. Con solo desearlo, podía atravesar las paredes de ramas estrechamente entrelazadas como si no fueran más que humo verde. Se sentía liviano, liberado, y pronto comprendió por qué: ya no arrastraba su cuerpo físico. Podía danzar entre las hojas como si él fuera un rayo de sol, atravesando el follaje y haciéndolo brillar. Aquello le causaba gran placer, pero no había venido a bailar con el Ojo Verde. Detuvo su danza de luz y volvió a materializar su cuerpo. Se sorprendió de que no le costara esfuerzo alguno hacerlo: todo era posible en el Ojo Verde.
—¿Estáis listo? —escuchó una voz profunda en su mente.
—Sí —respondió Lug en voz alta, sin titubear.
—Sea, entonces —respondió la voz.
Y con esas meras palabras, el entendimiento de Lug se abrió por completo. Cerró los ojos y abrió los brazos, dando la bienvenida a la expansión que explotó en su ser. Lug lo comprendió todo, con absoluta y total claridad: las verdaderas intenciones de Avalon, que no figuraban en el libro verde, y también las intenciones de su hija Lyanna al ponerlo a él en esta situación. Suspiró con alivio al descubrir que convertirlo en un asesino no estaba para nada en los planes de su hija.
Lug abrió los ojos con una sonrisa en los labios. Ante él, estaba el altar de piedra con las cadenas colgando a los costados. Pero los grilletes no eran necesarios, el sacrificio sería voluntario. Lug se acercó al altar y observó los dos objetos que descansaban sobre él, los objetos que Merianis había colocado allí para llevar a cabo el ritual. Uno era una hermosa daga de plata con runas mágicas grabadas en la hoja y un mango cubierto con cristales de cuarzo hialino y hematite. El otro era el controversial Tiamerin, refulgiendo con una luminosidad roja y ominosa.
—Es hora —dijo la voz que Lug ya había escuchado antes, la voz del Ojo Verde—. Haz lo que has venido a hacer.
—Así sea —asintió Lug.
Tomando la daga con su mano derecha, hizo un corte en la yema del dedo índice de su mano izquierda y suspendió la herida encima del Tiamerin. Una sola gota de sangre fue suficiente. Alimentado por la sangre de Lug, el Tiamerin comenzó a proyectar una potente luz roja que se expandió, conteniendo al altar y al propio Lug.
—Mi sangre te llama —recitó Lug—, ven a mí.
La luz roja destelló tres veces de forma enceguecedora y comenzó a comprimirse nuevamente, ondulando en ráfagas frente a los ojos de Lug. Poco a poco, la luz se convirtió en una nube espesa, una niebla rojiza que fue tomando forma. Lug observó, fascinado, la densificación de un ser dentro de la nube. Era un ser hecho de pura energía, pero eligió tomar una forma vagamente humana, imitando la de Lug.
—Hola, Lorcaster —dijo Lug con tono desapasionado.
La forma se densificó más y Lug pudo ver cómo se formaba una especie de rostro en la parte donde estaba la cabeza del ser. El rostro abrió los ojos, que fulguraron con furia desmedida.
—¿Cómo? —dijeron los labios del ser.
—La sangre de Morgana no era la única que contenía tu esencia —dijo Lug con serenidad.
—Pero mi esencia no puede ser soportada por la línea masculina —respondió Lorcaster.
—No llevo tu esencia completa, solo tengo un pequeño porcentaje de los marcadores de ella, lo cual parece haber sido suficiente. El Tiamerin hizo el resto.
—¿Mataste a Morgana para atraparme? No pensé que llegarías tan lejos.
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Editado: 11.12.2019