—¿Qué pasa si decido no aceptar tu amable propuesta de integración? —preguntó Lorcaster.
—Estamos dentro del Ojo Verde —replicó Lug—, las únicas dos opciones son integración o aniquilación, no hay más.
—Buena jugada —gruñó Lorcaster.
—¿Por qué no puedes aceptar que esto es lo mejor para ti?
Lorcaster no contestó. Después de un largo rato, el Patriarca planteó a Lug:
—¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí? —repitió el otro.
—Puedo ver tu conflicto —dijo Lorcaster—. En este lugar, ninguno de los dos puede ocultar nada.
—Mi conflicto es mi asunto —respondió Lug—, pero no te preocupes por mí, ya tomé una decisión al respecto.
Lorcaster decidió no persistir sobre el tema, en cambio dijo:
—Si acepto, hay cosas que se abrirán, cosas que han estado dormidas, cosas de las que tendrás que formar parte.
—Soy consciente de eso, el Ojo me lo mostró y en mi estado actual puedo sobrevivir al impacto —asintió Lug.
—¿Por qué quiere Lyanna que tú seas la conexión?
—Es mi herencia —respondió el Señor de la Luz.
—Bress —asintió Lorcaster, comprendiendo.
—Sí —confirmó Lug.
—Muy bien, hagámoslo a tu manera —aceptó Lorcaster al fin—. Dime lo que debo hacer.
—Pon tu mano sobre el Tiamerin y yo pondré la mía sobre la tuya. La activación será automática —indicó Lug.
Lorcaster extendió su nebulosa mano hacia la gema roja que descansaba en el altar. Antes de tocarla, levantó la mirada hacia Lug por un momento:
—Quiero decirte algo —habló—, y esta es la primera vez en toda mi larga vida en la que doy un consejo genuino y desinteresado.
—Te escucho —dijo Lug.
—Esa decisión que dices que tomaste, es una aberración absurda, un error.
—Viviré con mi error —porfió el otro.
—Ese es el problema, no vivirás, no realmente.
—La forma en que quiero sostener mi existencia es asunto mío —retrucó Lug con frialdad.
—Por supuesto —se encogió de hombros Lorcaster—. Debo decir que no te consideraba como un ser autodestructivo, pero a cada uno lo suyo.
—Hagamos esto —gruñó Lug, que ya no quería seguir hablando del tema de su decisión.
—Desde luego.
Lorcaster estiró más su mano y la apoyó suavemente sobre el Tiamerin. Lug se apresuró a poner la suya encima, sellando la unión. Y todo explotó ante sus ojos…
La cegadora luminosidad lo obligó a cerrar los ojos con fuerza. Eso no fue suficiente. Se llevó el antebrazo izquierdo al rostro, apretándolo contra sus párpados cerrados. Hubo un sonido atronador que hizo temblar la tierra. La vibración lo hizo estremecerse de forma involuntaria y feroz. Y cuando parecía que todo iba a desintegrarse a su alrededor, sobrevino una extraña calma estática. Con extremada cautela, Lug bajó el brazo de su rostro y abrió los ojos. Inspiró una bocanada de aire por la boca en asombro, paseando su mirada en derredor. Flotaba dentro de una esfera luminosa, solo. Enfocó la vista en la esfera y descubrió que estaba formada por una malla de energía cuadriculada. No, no eran cuadros, descubrió un momento después, eran pequeñas esferas, miles y miles de pequeñas esferas formando una trama multicolor a su alrededor. Tímidamente, Lug alargó el dedo índice de su mano izquierda hacia una de las esferas, el dedo que todavía tenía la marca de la herida que había hecho con la daga para extraer su sangre. Apenas la rozó con la yema del dedo, la esfera se amplió ante él y se hizo transparente. Del otro lado, como si estuviera viendo a través de una ventana circular, Lug percibió formas que poco a poco fueron tomando sentido. Era una ciudad, una ciudad con edificios extraños y gigantescos como nunca había visto.
—Increíble —murmuró Lug, extasiado.
Hizo un gesto de cierre con la mano izquierda y la esfera se redujo a su tamaño anterior, tomando nuevamente su puesto en el entramado que rodeaba a Lug. El Señor de la Luz giró sobre sí mismo noventa grados y volvió a extender su dedo, tocando otra esfera. El mundo que vio era de paisajes verdes y montañas azules y nevadas. El aire frío llegó hasta su rostro. Lug lo respiró con placer. Nunca había sentido en sus pulmones un aire de tal pureza.
El siguiente mundo que abrió era gris y nebuloso, y flotaba en él una gran tristeza y devastación. Lug lo cerró enseguida, sin detenerse demasiado a observarlo. Abrió más mundos, explorando deslumbrado las infinitas posibilidades, algunas familiares, algunas tan distantes a su experiencia, que resultaban irreconocibles e imposibles de interpretar con su mente humana.
—¿Cuál es el último elemento decisivo cuya influencia determinará el desenlace de los eventos que afectarán la relación entre los mundos? La respuesta es LORCASTER —recitó Lug la última parte del enigmático manuscrito del túmulo.
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Editado: 11.12.2019