Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE XI: BIENVENIDA - CAPÍTULO 57

—Creí que no querías que lo siguiéramos —dijo Julián.

—No, solo dije que no lo confrontaran —respondió Llewelyn—, pero me gustaría saber dónde está.

—Entonces, lo que me estás ordenando es que ponga gente a seguirle el rastro pero sin alertarlo de nuestra presencia. Algo así como seguirlo discretamente.

—¿Me estás leyendo la mente sin permiso? —frunció el ceño Llewelyn.

—No lo necesito, Llew. Tú y yo pensamos muy parecido. Es por eso que ya había tomado medidas al respecto de este asunto.

—¿Qué medidas?

—Pues seguirlo discretamente, tal como me lo acabas de ordenar.

—No te acabo de ordenar nada, Julián —protestó Llewelyn—. Solo estás enredándome para que no te sancione por actuar por tu cuenta sin mi permiso.

—Siendo que el resultado era el que querías de todas formas, no veo el problema —se encogió de hombros Julián.

—¡Telépatas! —gruñó Llewelyn—. No se puede vivir con ni sin ellos.

—Exacto —sonrió Julián, arrellanándose cómodamente en el sillón del otro lado del escritorio de Llewelyn en su oficina.

—Deja de jugar conmigo. Solo dime dónde está de una vez.

Llewelyn trató de sonar severo, pero Julián no se lo tragó. La amistad que los unía no era compatible con un trato autoritario por parte de Llewelyn, y ambos confiaban en la lealtad absoluta del otro. Igualmente, Julián decidió no seguir ofuscando al hijo de Lug:

—Kerredas lo tiene en una de sus mazmorras, junto con su escolta —informó Julián.

—¿Bajo qué cargos? Por favor no me digas que incendió algo o a alguien —dijo Llewelyn con preocupación.

—No, nada de eso —meneó la cabeza Julián—. Kerredas es un maldito xenófobo. Lo encerró solo por ser del norte. Creo que la acusación es de espionaje.

—Creí que ese tipo de paranoia se había acabado —comentó Llewelyn.

—En Colportor y en la parte sur hay más tolerancia, pero cerca de los Pasos no son tan flexibles como Vianney quisiera —explicó Julián.

—¿Qué planes tiene Kerredas para con él?

—Si la acusación es de espionaje, la ley dicta que debe haber un juicio en Colportor, pero Kerredas tiene su propio código y podría decidir ahorcarlo sin más. Aun así, si el barón tiene dos dedos de frente, optará por el juicio presidido por Vianney. Le conviene más convencer a Vianney que arriesgarse a una acusación de traición por romper el pacto de no agresión entre el norte y el sur —explicó Julián.

—Pero Nuada no es un espía, Kerredas no tendrá pruebas para acusarlo.

—Podría fabricarlas —opinó Julián—, pero eso también es arriesgado. Si sale a la luz que las pruebas son falsas, el que perderá la cabeza es el propio Kerredas.

—¿Qué piensas que hará Kerredas, entonces?

—Provocarlo para que se incrimine de alguna manera —expresó el telépata.

—Si lo provoca demasiado, el lugar quedará hecho cenizas —murmuró Llewelyn.

—Según mis informantes, hasta ahora ha sido un prisionero modelo, pero…

—Tenemos que sacarlo de allí —decidió Llewelyn.

—Mi gente podría organizar una fuga, pero si alguno de ellos cae, la escuela quedará seriamente involucrada en un acto criminal —se atajó Julián.

—No te preocupes, ni tu gente, ni tú ni yo tomaremos parte en el asunto.

—¿Entonces?

—Augusto me hizo prometer que dejaría esto en manos de Lyanna.

—Humm. Bueno, entonces será mejor que le avises de la situación de inmediato —apuntó Julián.

—¿Piensas que es lo correcto? —se mordió el labio inferior Llewelyn.

—Creo que ella tiene cierto derecho en esto —opinó Julián—. ¿Qué planes tiene para con él?

—Si supiera lo que se propone, no estaría tan preocupado, pero ya sabes que es imposible adivinar lo que tiene en mente y no es muy comunicativa que digamos acerca de sus métodos —retrucó Llewelyn.

—Pero aun así, confías en ella.

—Sí —suspiró Llewelyn, poniéndose de pie—. Gracias por tu diligencia, Julián —le estrechó la mano.

—A tus órdenes —sonrió Julián.

Cuando Julián abrió la puerta de la oficina para retirarse, los dos escucharon el tumulto en los jardines.

—¿Qué pasa? —preguntó Llewelyn, siguiendo a Julián hasta los ventanales del primer piso que daban a los jardines de la escuela.

—Creo que… —comenzó Julián, desconcertado.

—¡Por el Gran Círculo! —exclamó Llewelyn a su lado.

Con una gran sonrisa en el rostro, Llewelyn cerró los ojos y desapareció de la galería superior para materializarse sin demora en el enorme patio. Se abrió paso entre todos los que se habían congregado en los jardines de forma espontánea, aplaudiendo y gritando vítores.




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