—Había olvidado lo hermoso que era el lago Maet —suspiró Dana, disfrutando de la vista de las tranquilas aguas bordeadas por los árboles que marcaban los límites de Medionemeton—. Gracias por traerme contigo —le dijo a Lug.
—Necesitabas alejarte un poco de las Marismas —le respondió su esposo—, y a decir verdad, yo también lo necesitaba.
—Yo también debo agradeceros —dijo Merianis—. He anhelado el reencuentro con mis hermanas por mucho tiempo, y vos habéis acortado mi viaje de forma considerable.
—Vamos —dijo Lug—. Te acompañaremos hasta la ciudadela.
—No, Lug —lo detuvo la mitríade—. Puedo seguir sola desde aquí. Vos tenéis cosas importantes que discutir con vuestra esposa. Aprovechad este tiempo precioso de privacidad y paz, lejos de los problemas.
—Gracias, Merianis —asintió él—. Buena suerte.
—Y a vosotros —inclinó la cabeza ella.
Merianis se alejó volando entre los árboles hacia el oeste. Cuando la perdieron de vista, Lug invitó a Dana a sentarse junto a él en la arena, al borde del lago.
—Quiero disculparme por haber… —comenzó Dana, pero él la detuvo con un beso en los labios.
—No hablemos de Lyanna, ni de Nuada, ni de Nemain —le susurró Lug—. Solo abrázame y miremos juntos el lago.
—Oh, Lug —lo abrazó ella—. No hace mucho, pensé que nunca me volverías a pedir eso.
Lug apoyó la cabeza en el hombro de ella y cada uno disfrutó de la presencia del otro en silencio por un largo rato.
—Tengo algo para ti —dijo Lug, sacando una pequeña caja de madera del bolsillo de su pantalón y entregándosela a ella.
Dana la tomó en sus manos y la abrió. Adentro, había un hermoso medallón relicario de oro, finamente trabajado con delicados arabescos y unido a una cadena también de oro. En el borde, había una frase grabada:
—Clavis et Mundi —leyó Dana—. ¿Qué significa?
—Es latín, una lengua antigua del otro mundo. Significa “Llave de los Mundos” —explicó Lug.
—Es hermoso.
—Lo hizo Govannon.
—Lo imaginé.
—Ábrelo, pero con cuidado de no tocar lo que hay en su interior —le indicó él.
Dana lo abrió. El interior del relicario estaba forrado con seda blanca y contenía una gema roja de forma hexagonal.
—¡Oh, Lug! ¡Es el Tiamerin! —exclamó Dana.
—Quiero que tú lo tengas —le dijo él—. Que lo lleves siempre contigo.
Lug cerró el relicario y Dana inclinó la cabeza hacia adelante para que él pudiera colgarle el medallón al cuello.
—¿Por qué? —inquirió ella, sorprendida—. Tú eres el amo de los portales ahora, y necesitas el Tiamerin como herramienta para manejarlos.
—Precisamente por eso quiero que lo tengas tú —respondió él—, para que no pueda irme a ningún lado sin ti.
—¡Oh, Lug! —lo abrazó ella—. Este es el regalo más preciado que me has dado en la vida, la promesa certera de que siempre estaremos juntos, sin importar lo que pase.
—Sin importar lo que pase —asintió él, besándole el cabello.
Dana sostuvo el medallón en su mano, pasando los dedos por el relieve de los arabescos, por las letras de la frase Clavis et Mundi:
—¿Qué pasó exactamente con Lorcaster allá en el Ojo Verde? —preguntó.
—Logró la integración —respondió Lug—, la integración que tanto había buscado erróneamente fuera de sí, forzando su esencia sobre otros en vez de absorber las de esos otros dentro de sí mismo para descubrir quién realmente es, lo que realmente es.
—¿Y qué es realmente él?
—Una amalgama de miles de mundos interconectados, un multiportal consciente, vivo, y yo soy la llave con el acceso a esos mundos a través del Tiamerin.
—¿Y no hay peligro de que corrompa esos mundos de los que ahora es parte?
—No, porque ha comprendido que dañar a esos mundos es herirse a sí mismo, ha comprendido su unión con el infinito, su unión con la existencia total. No hay corrupción posible en ese estado.
—Me alegro por él, y por ti —dijo ella—. ¿Qué harás ahora?
—Explorar —respondió él, tomándola de la mano—, contigo, si es que quieres acompañarme.
—Será un honor y un placer —sonrió ella.
—Hay tanto allá afuera, Dana. Tantos mundos para conocer… es abrumador y a la vez irresistible, excitante…
—Gracias por invitarme a compartir esta nueva aventura contigo.
—Es una invitación con segundas intenciones —dijo él.
—¿Eh?
—Si no vas conmigo, ¿quién me va a salvar cuando me meta en problemas? —rió él.
Ella rió también.
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Editado: 11.12.2019