Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 71

Merianis trajo unas mantas de su dormitorio y arropó a la durmiente Tabitha en el sillón de la sala de estar donde había perdido el conocimiento después de tres sorbos del potente té somnífero. Después de asegurarse de que la mitríade estaría cómoda, se dirigió a la puerta principal de la vivienda. Tenía que encontrar a Lobela.

Apoyó la mano en el picaporte y se detuvo. ¿Qué tal si había más espías de Morgana vigilando la casa? Soltó la puerta y volvió a su dormitorio. La ventana daba a un fondo que conectaba directamente con el bosque. Sí, esa era una mejor ruta de escape. Pero cuando descorrió las cortinas e intentó abrirla, se encontró con que estaba clavada al marco. No solo eso, aún si rompiera el vidrio, se toparía con una gruesa reja de madera que había sido cuidadosamente colocada del lado de afuera.

—Por supuesto —gruñó Merianis—, prepararon esta casa para que fuera mi prisión, y Tabitha es mi carcelera.

Resoplando con frustración, se dirigió otra vez a la puerta principal. Tendría que arriesgarse a salir por ahí. Merianis plegó sus alas, se cubrió con un manto verde oscuro y se puso la capucha, cubriendo su cabeza y parte de su rostro. Esperaba que eso fuera eficaz para pasar desapercibida en las calles de la ciudadela, al menos por el tiempo suficiente como para poder encontrar a Lobela antes de que otros agentes de Morgana la detuvieran.

Salió a la calle principal y comenzó a caminar, tratando de pensar cómo podría encontrar a Lobela sin preguntar por ella a otras mitríades. No podía arriesgarse a confiar sus intenciones a nadie, pues no sabía quién estaba del lado de Morgana y quién potencialmente del suyo. Había recorrido apenas doscientos metros cuando percibió que alguien la seguía discretamente. Gruñó entre dientes y apuró el paso. Estaba tan atenta a quien la estaba siguiendo que colisionó accidentalmente con otra mitríade de frente.

—Disculpadme —musitó Merianis sin levantar el rostro para no ser reconocida.

La otra no dijo nada. Merianis se dio cuenta de que el choque no había sido accidental cuando la mitríade le tomó subrepticiamente la mano y le entregó un pequeño pedazo de papel. Antes de que Merianis pudiera reaccionar, la otra siguió su camino y se perdió por una calle adyacente a la vía principal.

Merianis apretó el papel en la palma de su mano y siguió caminando como si nada hubiese pasado. Después de pasar la fuente de la plaza principal, y cobijada por la asidua circulación de muchas mitríades en el lugar a esa hora, dobló bruscamente hacia la derecha en una calle menor, y luego otra vez a la derecha, perdiendo momentáneamente a su perseguidora. Sin perder tiempo, se sacó el manto, desplegó sus alas y voló con premura, internándose en el bosque. Cuando estuvo segura de que no había nadie cerca, se posó en el interior de una espesa arboleda y se atrevió por fin a leer el mensaje:

La cascada favorita de Lyanna

Rompió el mensaje en mil pedazos y emprendió nuevamente el vuelo, rogando que no fuera una trampa.

Aterrizó cerca de la cascada y se ocultó entre los rojos y gruesos troncos de los balmorales. Espió con cautela y vio a una mitríade de espaldas, observando ensimismada la caída de agua. Lamentó no haber traído al menos una daga para poder defenderse, aunque la gente de Morgana nunca le hubiese permitido tener acceso a armas.

De pronto, la mitríade se volvió y Merianis pudo ver su rostro: era Lobela. Aliviada, Merianis abandonó su escondite y se acercó a la cascada.

—Mi reina —hizo una reverencia Lobela.

—Sin protocolos, Lobela —hizo un gesto brusco Merianis—, especialmente siendo que es obvio que ya no soy la reina en Medionemeton.

—¿Es cierto lo que dice Morgana, mi señora? ¿El Ojo Verde os dio realmente el puesto de reina de forma provisoria hasta su regreso?

—Me temo que sí, Lobela —respondió Merianis—, y no hace mucho, hubiese estado feliz de regresarle el trono, pero pasaron ciertas cosas en el otro mundo, cosas que ponen en duda la lealtad de Morgana para con las de nuestra raza, para con el Círculo. Pero dejemos eso para después, lo que me urge ahora es saber qué pasó con Anhidra y Clarisa.

—Desde luego —hizo una respetuosa inclinación de cabeza Lobela—, seguidme.

Lobela sacó un bolso de cuero escondido detrás de una roca y se lo colgó al hombro, parecía pesado. Luego emprendió un vuelo bajo, entre los árboles, hacia el oeste. Merianis la siguió de cerca.

—¿Qué hay en el bolso? —preguntó Merianis.

—Víveres —respondió Lobela—. Morgana hizo construir jaulas de balmoral en un lugar apartado en un claro hacia el oeste y recluyó a Clarisa y a Anhidra allí. No les ha hecho daño, pero no las alimenta, así que yo me encargo de llevarles comida y agua para que no perezcan.

—¿Cuánto tiempo llevan enjauladas?

—Tres días, desde la llegada de Morgana.

—¿Sabe Morgana que las estáis ayudando?




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