Cormac y Marga se toparon con un agitado Basil de camino al puerto.
—¿Cuándo? —le espetó Cormac, mientras Basil trataba de recuperar el resuello. Había venido corriendo desde los muelles.
—Hace quince minutos. Son tres en una barca pequeña —jadeó Basil.
—¿Solo tres?
Basil asintió enérgicamente con la cabeza.
—Busca a Moreis, dile que vaya a la torre y prepare las señales. Que los guíe al muelle de Talis —le ordenó Cormac—. Después ve al muelle, te veré allí.
—Sí, señor —salió corriendo Basil de nuevo.
El muelle de Talis era el más apartado del puerto. Durante todo el camino hasta allá, Cormac iba dando órdenes a todo el que encontraba para que despejaran la zona y se mantuvieran a distancia. Reclutó a varios marinos para formar barricadas con órdenes de no dejar pasar a nadie excepto a Basil.
—¡Por el Gran Círculo! —murmuró Marga al llegar al muelle de Talis junto a Cormac y divisar el barco en la lejanía—. A veces quisiera poder equivocarme.
—Tu advertencia llegó a tiempo, creo —le dijo Cormac—. Con suerte podremos contenerlo sin problemas.
—Eso espero —replicó ella—. Otra mortandad es lo último que Merkovia necesita.
La barca con sus tres pasajeros obedeció las indicaciones de la torre y desvió su curso hacia el muelle indicado. Basil se unió a Marga y a Cormac justo a tiempo para estar presente durante el desembarco.
—Manténganse detrás de mí —les advirtió Cormac a Marga y a Basil—. Yo me encargaré de manejar esto.
Los pasajeros de la pequeña barca se veían cansados, sucios y débiles. Sus ropas estaban manchadas y deshilachadas. Uno de ellos venía un poco mejor vestido que los otros y portaba una espada corta. El de la espada fue el primero en desembarcar, e hizo una profunda reverencia ante Cormac, tratando de sonreír:
—Mi señor, gracias por recibirnos —dijo con un acento que Cormac reconoció vagamente—. Soy el capitán Bredavant, de la Intrépida —señaló hacia el navío en medio del mar—. ¿Sería tan amable de decirnos dónde estamos?
—¿De dónde vienen? —preguntó Cormac, ignorando la pregunta del capitán.
—Partimos de la península de Hariak, hace casi un año ya, señor.
—¿Hariak? —frunció el ceño Cormac—. Eso es imposible.
—Pues entonces hemos conquistado lo imposible —retrucó Bredavant.
—¿Cómo?
—Navegamos el mar Irl hacia el oeste, siguiendo las indicaciones de nuestro rey, Verles. Dos meses después de haber pasado la península Everea, encontramos un paso hacia el sur. Nuestro rey tenía la teoría de que el mar Irl y el Igram estaban unidos por alguna parte y resultó ser cierto. Es una suerte que hayamos llegado a tierra vivos para ofrecer esta información.
—¿Qué pasó? ¿Por qué está su navío y su tripulación en tan mal estado? —quiso saber Cormac.
—Es una larga historia de hambruna y penurias, de desesperación y motines, de tormentas sobrenaturales y zozobra —respondió el capitán—. Las pocas escalas que pudimos realizar nos llevaron a lugares inhóspitos, desiertos deshabitados donde no encontramos alivio a nuestros problemas. Pero todo valió la pena si es que hemos llegado a las tierras de Merkor. ¿Es así, señor? ¿Es usted Merkor?
—No —meneó la cabeza Cormac—, pero estas son sus tierras, o eran. Merkor tuvo una muerte desafortunada hace ya un año. Yo soy Cormac, el nuevo gobernador de lo que ahora se llama Merkovia en honor a su anterior señor.
—Oh, ya veo —el capitán buscó torpemente algo en un bolsillo interno de su chaqueta con su mano izquierda.
Cormac notó que Bredavant llevaba guantes de cuero, y que del de su mano derecha, asomaba una sucia venda. Era evidente que el capitán era diestro, pero algo le impedía usar su mano dominante, la cual colgaba sin fuerzas al costado de su cuerpo. Después de hurgar por un largo momento en su chaqueta, logró finalmente sacar una carta lacrada, sucia y arrugada, que extendió a Cormac.
—Guantes —susurró entre dientes Marga desde atrás.
Cormac se volvió hacia ella y asintió. Tiró sus guantes para sacarlos de detrás de su cinto y se los colocó para no tocar la carta con las manos desnudas. Rompió el sello y abrió la carta, leyéndola con rapidez. Reconoció la firma y sello de Merkor.
—Como verá, señor —comenzó Bredavant—, lord Merkor y el rey Verles de Hariak firmaron un tratado por el cual se nos debe asistir con alojamiento, comida, provisiones y las reparaciones necesarias para nuestro barco. Esa es su parte del pago de esta travesía de exploración, con vistas al establecimiento de una ruta marítima de comercio en el futuro.
—Lamentablemente, yo no soy Merkor y no le debo nada, capitán —respondió Cormac fríamente.
#18742 en Fantasía
#7401 en Personajes sobrenaturales
#25742 en Otros
#3461 en Aventura
Editado: 11.12.2019