Lorcaster - Libro 7 de la Saga de Lug

PARTE XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 83

—¡Duquesa! —entró intempestivamente Basil a la oficina del gobernador.

Marga y Sandoval se volvieron hacia él, expectantes.

—¡Lo encontraron! —gritó Basil.

—¿Está…? —Marga no se animó a formular la pregunta completa.

—Está vivo, sí, pero apenas —le confirmó Basil.

—¿Dónde está? —se puso de pie Marga de un salto.

—En el granero-hospital. Joel nunca dejó de intentar hacer contacto. Hace unas horas, parece que Cormac recuperó la conciencia por un momento y pudo decir dónde estaba. Llewelyn lo trajo para acá de inmediato. Rory lo está tratando —explicaba Basil a borbotones, siguiendo de cerca a Marga que había salido corriendo después de escuchar  “granero-hospital”, sin prestar atención a todo lo que había seguido después.

—¡Duquesa! —corrió tras ella por la calle Basil.

Ella no se dio por aludida.

—¡Duquesa!

—¡Qué! —se volvió ella, exasperada ante la insistencia de él.

—Use mi caballo —ofreció Basil.

Marga volvió y montó la yegua de Basil, murmurando un “gracias” apresurado.

Cuando llegó al granero, no lo reconoció para nada. Las paredes, que habían sido de endeble madera, eran ahora de ladrillos. Cuando entró por la enorme puerta del frente, se dio cuenta de que el piso ya no era de tierra apisonada, sino de granito. Todo el interior era de un blanco inmaculado, dividido por tabiques a modo de pequeñas habitaciones que daban privacidad a cada enfermo. ¿En qué momento habían construido todo esto? No era posible que lo hubieran hecho en treinta días, excepto… por supuesto: Govannon. El diseño del lugar había sido de Sandoval y los materiales para los divisorios los había propuesto Polansky de su vasto catálogo. Marga se detuvo en seco en una sala con sillas que encontró al traspasar la entrada.

—¿En qué puedo ayudarla? —se ofreció un muchacho sentado detrás de un escritorio tan blanco como las paredes.

—¿Dónde está Cormac? —preguntó ella sin preámbulos.

—Está siendo atendido, señora.

—¿Dónde? —reiteró ella con paciencia.

—No puede verlo ahora. ¿Por qué no toma asiento?

—De acuerdo —dijo ella—, si no me quiere decir dónde está, lo encontraré yo misma —se internó Marga en el amplio pasillo central.

—¡Espere! ¡No! —trató de detenerla el muchacho, sin éxito.

Fue Llewelyn el que escuchó la conmoción y le cortó el paso a Marga:

—Cormac no está bien, debes dejar que Rory lo atienda —la tomó por los hombros el hijo de Lug para hacerla entrar en razón.

—Debo verlo —forcejeó ella.

—Está sedado —intentó explicarle él—. Por su bien, debes dejar que Rory…

—Por favor, Llewelyn —le rogó ella con voz plañidera—. Déjame verlo, solo quiero verlo. No molestaré a Rory, no diré una sola palabra, solo… por favor… —se largó a llorar.

Llewelyn suspiró:

—Está bien, ven conmigo —accedió, compasivo.

Pasaron varios divisorios donde todavía se recuperaban los tripulantes más afectados de la Intrépida hasta que llegaron al de Cormac. Marga suspiró temblorosa al verlo desde la puerta. Su amado yacía inconsciente, con el rostro sereno, pero grisáceo y consumido. Rory sostenía las manos sobre su abdomen, con los ojos cerrados en concentración. Otros dos discípulos suyos ayudaban también, moviendo sus manos por encima del cuerpo del enfermo, siguiendo imperceptibles indicaciones de Rory.

—Está muy grave —le habló Llewelyn en voz baja a Marga desde atrás.

—Pero va a salvarse, ¿no es así? Rory va a sanarlo —preguntó ella, esperanzada.

Llewelyn no le contestó, solo se limitó a traerle una silla para que se sentara. Ella asintió con la cabeza su agradecimiento y tomo asiento en un rincón del cubículo.

—Estoy aquí, Cory, estoy aquí, mi amor —murmuró para sí, enjugando sus lágrimas.

Rory y sus ayudantes estuvieron trabajando sin descanso por varias horas. Se detuvieron solo cuando ya casi no se podían mantener en pie.

—Hemos limpiado y reparado lo más urgente —le explicó Rory a Marga, que no se había movido de su silla—. Seguiremos más tarde. Debemos dejar que su cuerpo reaccione y necesitamos también descansar.

—¿Estará bien? —preguntó Marga, angustiada.

—Eso espero —asintió Rory—. Debería despertar en una media hora. Si lo hace, habrá iniciado su camino a la recuperación.

—Gracias, Rory —lo abrazó ella—. Estaré atenta para cuando despierte —acercó la silla a la cama de Cormac.

—Le agradará verte —le sonrió Rory—. Estaba balbuceando tu nombre cuando lo encontraron.




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