—Lord Cormac —inclinó la cabeza Basil a modo de saludo—, duquesa de Tiresias.
—Gobernador Basil —hizo una inclinación Cormac a su vez.
—Bienvenidos a mi morada —sonrió Basil, haciéndose a un lado de la puerta para dejar pasar a sus invitados—. Me honra mucho que finalmente hayan aceptado una de mis invitaciones a almorzar.
—Espero que no hayas malinterpretado mis rechazos, Basil —se disculpó Cormac, avanzando por el gran comedor apoyado en un bastón—. Ya sabes que no estaba del todo recuperado. No tengo ni la juventud ni el estado físico de Bredavant y sus marinos, así que mi regreso a un estado óptimo de salud está tardando más.
—Bueno, entonces me alegro de que por lo menos ya esté fuera de la cama, Lord Cormac, aunque lo que realmente creo que lo sacó de su enclaustramiento es la noticia de que ayer volví de la reunión con el Concejo en Colportor. Sé que vino a enterarse de las novedades.
—Parece que Basil te conoce bien —le susurró Marga a Cormac al oído.
—¿Tienes una silla, Basil? No sé cuánto más pueda aguantar de pie, ¿y podríamos terminar con todas estas tontas formalidades y tratarnos como amigos? —protestó Cormac, molesto.
Basil descorrió rápidamente una silla de la mesa y ayudó a Cormac a sentarse.
—No te exasperes, Cormac —le advirtió Marga—. El pobre de Basil está haciendo lo mejor que puede para complacerte.
Basil se puso rojo de vergüenza y trató de ocultar su rostro sin éxito, descorriendo otra silla para Marga. Luego salió del comedor y dio órdenes en la cocina para que trajeran la comida. Los deliciosos platos que fueron traídos y distribuidos entre los comensales con prontitud, más un excelente vino, pusieron de mejor humor a Cormac, quien notó que Basil se había esforzado por conseguir todos sus pescados favoritos, cocinándolos de la forma que le gustaba.
—Me disculpo, Basil —dijo Cormac con amabilidad—. Sé que debo estar más que agradecido por tus atenciones, no solo por esta comida sino también por el alojamiento de lujo que nos has proporcionado a la duquesa y a mí.
—No digas tonterías, Cormac —le sonrió Basil, más distendido ahora que veía que Cormac había aflojado también su tensión—. No tienes nada que agradecerme. No actúes como si no fueras mucho más importante que yo en Merkovia, como si yo no fuera gobernador solo porque tú arreglaste mi nombramiento. El que está agradecido soy yo. Debo confesar que al principio me pareció que las cosas iban a sobrepasarme, pero…
—Actuaste muy bien durante la crisis —lo elogió Cormac—, mucho mejor que yo, aparentemente, pues mira como terminé.
—Tú eres el verdadero héroe de Merkovia, Cormac —le retrucó Basil—. Es una lástima que no quieras que nunca nadie se entere de lo que hiciste.
—Prometiste guardar silencio, Basil —le dijo el otro con tono serio—, lo juraste junto con Bredavant y sus marinos. Nunca nadie debe enterarse de la existencia de ese cofre ni de donde está enterrado.
—Tranquilízate, Cormac, nunca saldrá de mi boca una sola palabra de ese asunto. Todo el incidente pasará a la historia como un grupo de marinos de Hariak que fueron atendidos por un severo caso de escorbuto después de su larga travesía por el mar.
—Bien —asintió Cormac, satisfecho—. Ahora, dime de una vez cómo te fue en Colportor.
—Me fue excelente —respondió Basil—. Tus cartas habían llegado varios días antes, y Vianney y los nobles ya estaban enterados de mi nuevo rango. Me aceptaron sin muchos problemas, aunque me estuvieron estudiando con miradas intimidantes durante toda la reunión.
—También lo hacían conmigo, no te preocupes —dijo Cormac, desestimando el tema con un gesto de la mano.
—Por suerte, dejé de ser el centro de atención de los nobles cuando presenté al capitán Bredavant —continuó Basil.
Cormac se inclinó en su silla, interesado.
—Los ojos codiciosos de todos brillaron perceptiblemente cuando entendieron las posibilidades que el viaje de Bredavant representaba. Cuando el capitán presentó los documentos firmados por Verles y Merkor, no solo legitimaron el trato, sino que Vianney decidió que Colportor se haría cargo de los gastos que supuestamente debía pagar Merkovia. Ni siquiera tuve que rogarles, Cormac.
—El regente siempre ha sido el más coherente e inteligente en ese Concejo —asintió Cormac—, y sabe perfectamente ver una gran oportunidad cuando la tiene enfrente. Hacerse cargo de los gastos es para él una inversión. Con el tiempo, exigirá algo a cambio, solo debes asegurarte de que lo que pida esté dentro de lo razonable y conveniente para Merkovia.
—Ya veo —comprendió Basil.
—Me sorprende que los demás nobles lo hayan apoyado, sin embargo.
—Bueno, no todos tomaron la llegada de Bredavant de forma auspiciosa. Kerredas estuvo gritando un buen rato que debían abrir los ojos y ver que Bredavant era la avanzadilla de una invasión por mar. ¡Incluso insinuó que debía ser ejecutado!
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Editado: 11.12.2019