Clara seguía temblando.
Sus manos estaban cubiertas de sudor y sangre.
No sabía si era suya o de alguien más.
El silencio se volvió insoportable, hasta que un clic metálico rompió la calma.
La cadena de su tobillo se soltó.
Por un instante, pensó en correr. Pero la única puerta visible tenía una cerradura digital, y en la pantalla parpadeaban los tres dígitos: 664.
Se acercó con cautela.
Al hacerlo, el teléfono vibró sobre la bandeja.
Un mensaje apareció:
> “Tienes tres horas para encontrar el siguiente código.
Una pista: la verdad se pudre donde nadie mira.”
—¿Qué significa eso? —susurró, más para sí misma que para la voz que sabía que la observaba.
Giró la vista a la habitación. Era más grande de lo que pensó al principio.
Las paredes estaban cubiertas con espejos agrietados y manchas de óxido.
En una esquina, un fregadero antiguo goteaba sin parar, dejando un charco rojizo en el suelo.
Se inclinó sobre el agua.
El reflejo la hizo jadear:
su rostro estaba manchado, con ojeras profundas y una marca escrita en la frente con tinta negra.
Tres números: 001.
Tragó saliva.
—¿Qué demonios...?
El teléfono sonó otra vez.
La voz regresó.
—Eres la jugadora uno.
—¿Jugadora? ¿Cuántos somos?
—Tres.
Y solo uno saldrá con vida.
Clara retrocedió, apretando el teléfono con fuerza.
—¿Qué quieres de nosotros?
—No quiero nada.
Tú, en cambio, quieres redención.
Y el juego acaba de comenzar.
Un fuerte golpe resonó desde el otro lado de la pared.
Alguien gritó.
Después, otro sonido: el eco de una cadena arrastrándose.
Clara se acercó al muro, presionando la oreja contra el metal frío.
—¿Hay alguien ahí?
Una voz le respondió, ronca, desesperada:
—¿Tú también estás atrapada?
—Sí… ¿quién eres?
—No lo sé. Solo sé que… escuché un número. Tres dígitos.
Y luego todo se volvió negro.
Clara miró la puerta digital.
Los números parpadearon una vez más.
664 → 663.
El tiempo seguía corriendo.