El corredor desembocó en una habitación circular, cubierta de espejos rotos y juguetes oxidados.
El suelo crujía bajo sus pies.
En el centro, una vieja televisión parpadeaba con un zumbido blanco.
Clara se acercó con cautela.
El aire estaba cargado, como si el lugar respirara.
La pantalla chispeó y mostró una grabación casera:
una niña de unos ocho años, de cabello oscuro, con una sonrisa inocente.
Jugaba en un parque, lanzando una pelota hacia otra niña más pequeña.
Elena.
Clara retrocedió un paso.
—No puede ser… —murmuró.
La imagen cambió.
Las niñas discutían.
Un empujón.
Un grito.
Elena cayó al suelo, la rodilla sangrando.
La cámara tembló y se apagó.
El teléfono vibró.
En la pantalla:
> “Toda culpa nace temprano.”
La voz mecánica llenó la habitación.
—El segundo dígito representa el inicio.
El momento en que aprendiste a mirar hacia otro lado.
Clara miró a su alrededor.
De los espejos emergieron figuras: reflejos distorsionados de sí misma, cada una más joven que la otra.
Todas la observaban.
Algunas reían.
Otras lloraban.
—No soy esa niña —susurró.
—Pero ella aún vive en ti. —La voz se volvió más grave, más humana—.
Y si no la enfrentas, morirá otra vez.
El suelo se abrió con un chirrido metálico.
Una trampilla reveló una habitación inferior llena de agua turbia.
En el fondo, flotaba una caja de madera.
En la pared, una inscripción:
> “Solo quien recuerde, podrá respirar.”
Clara descendió por la escalera oxidada, con el corazón latiendo como un tambor.
El agua le llegó hasta el pecho.
La caja estaba atada con cadenas y un candado con tres dígitos.
Volvió a mirar el teléfono.
Un mensaje apareció:
> “Pista: Tu primer error tiene tres letras.”
Clara apretó los dientes.
Tres letras…
Pensó en su infancia, en lo que hizo, en lo que dijo.
Recordó la palabra que usó cuando empujó a Elena.
“Fea.”
Sus dedos marcaron el número correspondiente a las letras del alfabeto.
6 - 5 - 1.
El candado se abrió con un clic.
Dentro de la caja, un muñeco con la cara desgarrada y un ojo faltante.
En su pecho, una etiqueta:
> “661 → 660.”
El número volvió a cambiar.
El aire se volvió más frío.
La voz susurró, casi con satisfacción:
—Vas entendiendo.
Pero cada recuerdo tiene su precio.
El reflejo en el agua cambió.
La niña de la grabación estaba allí, de pie detrás de Clara, con una sonrisa triste.
—¿Por qué me olvidaste? —preguntó la voz infantil.
Clara giró, pero no había nadie.
Solo oscuridad.
El teléfono vibró por última vez:
> “Fase dos completada.
La verdad no se borra.
Se paga.”