Los 3 dígitos

Capítulo 9

No recordaba cuánto tiempo llevaba caminando.
El pasillo parecía moverse con ella, como si el edificio se reconfigurara a cada paso.
No había ventanas, ni relojes.
Solo una sensación: el tiempo ya no existía.

De pronto, una luz temblorosa apareció al fondo.
Una vela encendida, sobre una mesa metálica.
Encima, tres sillas.
En la pared, un cartel con letras torcidas:

> “Confiesa o serás juzgada por el silencio.”

Clara se acercó.
En una de las sillas había una grabadora antigua.
En la otra, un micrófono.
Y en la tercera, un espejo ennegrecido.

El teléfono vibró.
Un mensaje:

> “Solo podrás avanzar si dices la verdad.
No mientas.
La oscuridad escucha.”

Clara tragó saliva y presionó el botón de la grabadora.
El sonido del clic resonó por toda la habitación.

—Mi nombre es Clara Ríos —dijo con voz temblorosa—.
Tengo treinta y dos años.
Y… —inhaló profundamente— …he mentido toda mi vida.

Un murmullo se oyó desde los altavoces.
Como si alguien respirara detrás de ella.

—He hecho daño —continuó—.
A Elena. A mí misma.
Y a otros que… confiaron en mí.

El espejo frente a ella comenzó a vibrar.
Entre las grietas, una figura oscura se movía.

—¿Qué fue lo que hiciste, Clara? —susurró una voz, pero esta vez no era la del juego.
Era la suya.
Su propio reflejo, hablándole.

—No la ayudé —dijo, apretando los puños—.
Sabía que ella estaba mal, pero fingí que no lo veía.
Pensé que si no me involucraba, el dolor no sería mío.

El reflejo sonrió con crueldad.
—¿Y funcionó?

Clara negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos.
—No. Ahora todo me duele. Todo.

El espejo comenzó a resquebrajarse aún más.
El teléfono vibró de nuevo:

> “La primera verdad está dicha.
Pero hay más.”

El ambiente se volvió denso.
De la oscuridad, se escucharon pasos.
Dos siluetas se acercaron lentamente, iluminadas solo por la vela.

Elena… y el hombre del otro cuarto.
O, al menos, versiones de ellos.
Sus rostros estaban pálidos, sus ojos vacíos.

Elena se inclinó hacia Clara.
—¿Y qué hay de tu hijo? —susurró con una voz hueca.

Clara se congeló.
—No hables de eso…

La voz del hombre se sumó, cortante:
—Dijiste que era un accidente.
Pero sabías que no lo era.

La vela parpadeó.
La habitación se llenó de sombras que parecían moverse solas.
Clara gritó:
—¡Basta! ¡Ya no más!

Un pitido agudo rompió el aire.
La grabadora se detuvo.
El teléfono mostró un nuevo mensaje:

> “Confesión aceptada.
Pero la absolución aún no es tuya.”

El espejo cayó al suelo, hecho pedazos.
Entre los fragmentos, Clara vio su reflejo… pero algo estaba mal.
Sus ojos no eran los suyos.
Eran los del niño del capítulo anterior.

Y desde algún lugar dentro de los altavoces, la voz del juego murmuró con frialdad:

—Has contado la verdad…
Ahora falta la culpa que no dijiste.

La vela se apagó.
Y la oscuridad se la tragó por completo.



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En el texto hay: terror, miedo y suspenso

Editado: 07.10.2025

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