El silencio duró apenas unos segundos.
Luego, el teléfono volvió a vibrar.
Clara lo miró, dudando.
Sabía que contestar significaba seguir jugando.
Pero el miedo a no hacerlo era peor.
Deslizó el dedo.
—¿Quién eres? —susurró.
La voz al otro lado no era metálica esta vez.
Era humana.
Suave. Casi familiar.
—Te lo advertí, Clara. Las mentiras siempre regresan.
Ella frunció el ceño.
—¿Te conozco?
—Más de lo que imaginas.
Fui la primera a la que fallaste.
Clara apretó el teléfono con fuerza.
—¿Elena?
Una risa baja respondió.
—No. Elena solo fue el comienzo.
Yo soy la voz que dejaste morir dentro de ti.
De pronto, las luces parpadearon.
En la pantalla del teléfono, las letras comenzaron a formarse una a una:
> “El juego termina cuando reconozcas mi nombre.”
Antes de que pudiera responder, el teléfono cayó de su mano.
El suelo vibró.
Y una nueva puerta se abrió frente a ella, marcada con sangre seca:
> Fase tres: El último dígito.
Clara dio un paso hacia la oscuridad.
Y la voz, susurrando en su oído, dijo:
—Ahora sí… vas a recordar quién eres realmente.